El PRI construyó instituciones y una narrativa nacionalista que impactó de forma determinante la identidad política de muchas generaciones, inclusive fue un modelo estudiado por diversos país. Panamá se acercó mucho, aunque el líder murió en un accidente de aviación. La deuda que el país tenía con los priistas se la cobraron a lo chino y con creces, así que parafraseando a Amado Nervo: priista, ¡nada me debes!, ¡nada te debo!¡, estamos en paz!
El origen vertical del PRI sujetó a sus bases al poder político, de ahí que el corporativismo que diseñó a los sectores del partido se pareciera tanto al fascismo, pero a final de cuentas, todos los sistemas que someten a la sociedad a los designios del poder político se parecen entre sí.
Pero algo sucedió en el camino que deterioró de una manera al parecer irreparable la coherencia y congruencia interna en el partido y lo hizo ir perdiendo apoyo. De entrada se puede mencionar: aun cuando la corrupción era parte del liderazgo pos revolucionario, esta pareció superar límites para configurar insultos llegando a un extremo intolerable; el sometimiento de la representación social sobre sus representados terminó alejando a líderes obreros, campesinos y profesionales de sus bases al grado de volver disfuncional la representación, los charros de la CTM se aferran dando pena y dudamos que todavía exista la CNC; la competencia político partidista empezó a mostrar viabilidad cuando empezaron a gobernar adquiriendo credibilidad aunque llevarán a un priista adentro (Castillo Peraza y Calderón dixit); mientras más se alejó el país de la revolución la gesta dejo de ser fuente del carisma y llegaron a enfrentarse líderes muchas veces sin carisma cuya fuente de inspiración social era distinta, con muchos panistas era la religión católica.
Se podría decir que el PRI se volvió obsoleto. La cultura política en el partido se alimentaba de paradigmas superados, se tomaban decisiones separadas en mucho de las expectativas sociales y sus liderazgos se deterioraron, un punto de inflexión fue el grupo que (des)gobernó en la era Peña Nieto y que terminó acusado, en la cárcel o fugado del país.
Bajo estas premisas no debe sorprender que vayan perdiendo todas las gubernaturas y que estén a punto de perder los dos últimos bastiones que les quedan. Y mientras tanto coinciden dos situaciones:
1) Grupos de priistas en el país reclaman la posibilidad de recuperar el partido, y llaman a elecciones y a renovar liderazgos;
2) Un liderazgo que se aferra al poder para saciar ambiciones personales de dinero y poder. Parece ser la rémora de ese priismo que se rehúsa a desaparecer porque siente que todavía hay algo que llevarse.
Pero lo que destaca es la insistencia de la lucha por las siglas, aunque sean un cascarón, acompañado de la ausencia de un llamado al debate de lo que debe ser el partido y el país.
Muchos priistas reclaman correctamente que se les reconozcan grandes méritos logrados: educación, salud, creación institucional (IMSS, Banco de México, PEMEX, CFE, etcétera), pero carecen de una visión de futuro.
El PRI dio cabida a una ultra derecha diazordacista, que masacró a la sociedad impunemente en su sed anti comunista, pero también cobijó la protección de los izquierdistas perseguidos en varios países. Convivieron los que promovían el bienestar social con aquellos que trataron de desmantelar ese mismo sistema para lograr ganancias individuales, lo de los neoliberales fue en buena medida un esfuerzo de ambición personal.
El PRI está en la lona, sus líderes históricos son incapaces de llamar a la cordura a un liderazgo perdedor, pero también son incapaces de movilizar a las bases, las que muchas, dicho sea de paso, ya no votan ni por los colores de la bandera ni por la retórica de la unidad de la gran familia revolucionaria, tal vez porque esta familia se volvió kleptócrata.
Ni el PRI ni ningún otro partido debe morir como consigna, aunque sus errores los pueden llevar a la desaparición, como ha sucedido con otros partidos (PARM, PPS, PCM, PES, etcétera), pero la sociedad debe aprovechar la coyuntura para renovar y darle frescura al sistema político-partidista, que está agotado y carece de credibilidad.
Es hora de poner a la política al servicio de la sociedad y arrebatársela a los políticos que tan mal uso han hecho de ella.