El traumatólogo llegó tarde y según mis cálculos la viejecita iba a estar aplastada y adolorida por lo menos tres horas . Hice el intento para que la atendieran primero, pero fue inútil, estaba como aturdida moviéndose en la silla de un lado para otro; y de repente se puso a llorar por causa del dolor, ante la desesperación de su hija. Se tensó muchísimo el ambiente, pero igual nadie hizo nada por remediar la situación. La moraleja de esta historia es señalar la jodencia de las leyes para resguardar y proteger los derechos humanos del adulto mayor. Me ha tocado ver, en otros países, cómo los ancianitos, sobre todo si van en silla de ruedas o con muletas, son solemnemente atendidos con un protocolo bien establecido y con mucha dignidad. En México (y en el pomposo Nuevo León) eso no pasa (y quizá nunca pasará).
Ojalá que la remendada y mal llamada “nueva constitución” del estado incluya esos derechos de los adultos mayores como algo vital; si no, seré el primero en reprocharlo y reprobarlo.