Son senadores de bajo perfil, de los que hacen de la comodidad de su curul un refugio para sus limitaciones políticas.
O acaso en el debate reciente sobre el 5° transitorio constitucional, ¿vimos a alguno de ellos subir a tribuna para defender con talento la postura irracional de la militarización o la extensión de su presencia en las calles? No.
Allá en las alturas veían cómo su líder Ricardo Monreal hacia malabarismos argumentativos que ni a él convencía y sus compañeros de bancada subían a desgañitarse defendiendo lo indefendible, sin convencer a los senadores de la oposición.
Y terminaron viendo cómo se retiró la propuesta para buscar llegar a un punto de acuerdo con la oposición. O mejor, con los que estuvieron dispuestos a vender su voto a cambio de una mejora del transitorio que solo aceptan los ingenuos y quienes estaban dispuestos a traicionar su palabra.
Pero, bueno, a estos legisladores, al menos se les puede reconocer que actuaron atendiendo a su ingenuidad, si fuera el caso, o a su interés personal. A la ambición de permanecer en la política a costa de la rechifla pública.
Entonces, nos preguntamos sobre Imelda y Raúl, ¿cuál fue su margen de maniobra para obtener visibilidad y no perder identidad? Cero. Son legisladores de la mayoría silenciosa. O mejor, del SÍ oficialista. Aun cuando esa actitud pasiva los desnude como legisladores. Que sudan humores ajenos y ejercen el voto que decidieron otros, sus jefes políticos, no el que beneficie a los sinaloenses. La verdad, es triste su papel.
No me imagino cómo está su ánimo cuando regresan a la soledad de su habitación con su yo cargado de sensaciones, emociones e imágenes. Cuando su mirada escudriña en las sombras de la obscuridad. Vamos, cuando uno de sus hijos le preguntan sobre su papel, su silencio, su voto en línea, su dignidad. Y esbozan una titubeante explicación. Que es la postura del presidente, la disciplina partidaria, una obligación de la bancada y un bla, bla, bla, que no termina por convencer a su joven interlocutor que esboza la frase:
- ¡No entendí!
- ¿Cómo que no entendiste? -pregunta el legislador padre o madre con enfado.
- Sí, no entendí, tú deplorabas antes la militarización, los uniformes verdes y te reías del traje holgado y la gorra guanga de Felipe Calderón, que inmortalizaron caricaturas y memes.
- ¿Cuándo cambiaste? o México, ¿ya cambió? –pregunta el hijo con agudeza.
Se hace el silencio…
- ¿Ya está la cena? -responde buscando evadir las preguntas cada vez más desestabilizadoras y cierra con la siguiente pregunta:
- ¿Cómo te fue hoy en la escuela? -buscando distraer al hijo.
¡Muchacho cabrón, salió bravo!, dirás en tu foro interno, mientras ves una foto donde estás con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo en las jornadas del 88. O más al fondo, más desteñida, todavía joven, teniendo en la mano izquierda una banderola con la hoz y el martillo.
El ¿cuándo cambiaste? retumba en sus oídos y conciencia. Y mejor: ¿cuándo cambiaste la bandera de la democracia por la de la autocracia populista?
Bueno, dirás a tu alter ego, eso es pasado, incluso la votación sobre el control militar de la guardia nacional y habrá que dar vuelta a la hoja.
Pero, aparece el guacamayaleaks con el alud de documentos militares que habían estado bajo reserva y exhiben momentos y evidencias poniendo en entredicho al mismo ejército y la honorabilidad del presidente López Obrador.
Y se vuelven a quedar en la misma postura, como simples espectadores. Mudos en sus mullidas curules. No me toca, dirá en su silencio. Es cosa de otros niveles de gobierno. O responderán con tono de espantapájaros: cuando llegue el tema al Senado, ¡ya hablaremos!, a sabiendas que, si sucede, nunca lo harán con voz propia, sino con la consigna que marcan los pocos al montón del concierto del que forman parte.
Y no para ahí, los tiempos son convulsos, nerviosos, viene la siguiente bomba, el libro “El Rey del Cash” de la periodista Elena Chávez y ex pareja de César Yáñez, el secretario particular de López Obrador en su época opositora y hoy flamante subsecretario de Gobernación.
Y ella da cuenta, sea por despecho o verdadero amor por la patria, de las rutinas del entorno de Andrés Manuel y las decisiones que se tomaron en distintos momentos en su búsqueda del poder que hoy detentan. Algunas de ellas abiertamente corruptas y contrarias, contrariadísima, al relato ético, edificante, del “no mentir, no robar, no traicionar” que, en este momento, debe estar provocando un problema de conciencia en muchos obradoristas que siguen creyendo en esa triada ética.
Sobre todo, aquellos que compraron sin más el relato justiciero y anti prianista. Y no solo, lo compraron, sino lo difundieron capturando a otros igualmente incautos.
Pero, legisladores como Imelda y Raúl exigen como resorte: ¡pruebas, pruebas!, a sabiendas que es un testimonio, aunque en una democracia, que se precie de serlo, debería la autoridad judicial hacer la investigación para deslindar responsabilidades, porque se habla de dinero público que fluyó ilegalmente a la política y obtuvo triunfos ilegítimos; incluso, por algo más importante, involucra al presidente de la República.
Pero eso nunca habrá de suceder en este gobierno, sobre todo cuando ha sido incapaz de alcanzar al hermano de López Obrador quien, recordemos, fue sorprendido recibiendo dinero en sobres amarillos para el “movimiento”.
¿Y qué dirán Imelda y Raúl? Claro, dirán queremos pruebas, porque se trata de proteger no de sumarse a la “derecha conservadora”, el retintín en las conferencias mañaneras.
Y es que su perfil no da para más. Y menos, cuando en su corazoncito incuba el deseo de reelegirse, estar otro sexenio y seguir recibiendo los beneficios del poder.
Entonces, vale la pena el silencio como escudo, cuando genera ganancias y la irrelevancia lleve irremediablemente a la rendición sumisa.
Y lo triste de todo esto, es que la irrelevancia hace escuela hasta en la oposición.