GOMEZ12102020

La república y los hijos de papi
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Me pregunto sin respuesta: ¿habrá en la historia nacional un pasaje donde un presidente de la República en funciones salga a dar la cara por un hijo al que se le señala de un presunto tráfico de influencias y enriquecimiento inexplicable?; y en contrapartida: ¿habrá un padre del mensajero que señala el presunto delito?; y también:¿alguien que salga a las redes sociales molesto, amenazante, con tal de defender la integridad ética y moral de su vástago periodista?

El primer caso lo reviso y no encuentro más que unos retazos de malos comportamientos de hijos de expresidentes que rápidamente se extinguieron mediáticamente por ser casos de juniorismo, sin relevancia; y en el caso del padre furibundo, quizá, haya más de alguno, que se haya sentido agraviado cuando todo el poder del Estado se cierne contra alguien que comete el “delito” de informar y por ello, exhibido desde la más alta tribuna, como presuntamente corrupto; y para decirlo lapidariamente, en palabras del periodista Julio Hernández (Astillero), que practica impúdicamente un “periodismo de alquiler” por el que cobra muy bien.

Este pleito, profundamente emocional de padres, en una vecindad no pasaría de ser un buen agarre defendiendo cada uno a sus hijos. Pero no es así; en él está involucrado un presidente de la República que comete delitos previstos en la Constitución y en varias leyes reglamentarias, con tal de salvar el honor de su hijo, quien debiera defenderse sólo, para proteger no a su padre, sino a la figura presidencial, que debe estar a buen resguardo de estos asuntos, que en democracia deben dirimirse institucionalmente.

Pero no, el presidente y su muchacho razonan que si el conflicto estalló en los medios de comunicación, y escaló exponencialmente en las redes sociales, la respuesta debe ser en esos mismos medios y redes para ver de cual “cuero salen más correas”.

Es decir, ahora sí, en los hechos, al “diablo las instituciones” y dirimamos nuestras diferencias al tú por tú, cara a cara, de hombre a hombre, como diría airadamente el padre de Loret de Mola.

Qué triste espectáculo, mientras la audiencia sigue emocionada, como si fuera el enésimo capítulo de una serie de Netflix.
Y la pregunta es doble: ¿dónde queda la política?; y mejor: ¿dónde están las instituciones encargadas de investigar y castigar los potenciales delitos en favor de la sociedad mexicana?; ¿dónde están los funcionarios “autónomos” que deben estar siempre pendientes de los delitos que se hagan al amparo y al lado del poder público?

Porque sin duda, la exhibición y sospecha de las mansiones donde ha vivido la pareja López-Adams amerita una investigación a fondo, para saber de entrada si las coincidencias en tiempo de los contratos de Pemex y los del arrendamiento de la primera vivienda es simple y llana casualidad; o no; como también, si el ejecutivo propietario realmente no sabía a quién le rentaba su vivienda.

Sin embargo, nada de esto ha ocurrido; las autoridades responsables son parte de la audiencia de este espectáculo desagradable; y el presidente de nuestro país lo asume retóricamente, como parte del “debate democrático”. Habrá que recordarle que ese tipo de debate necesariamente es de ideas y no de distractores, calificativos, retórica.

El debate democrático, antes que emocional, es racional, sostenido con base, a las evidencias y regulado por las leyes e instituciones.
Pero no; a falta de evidencias vienen todo tipo de descalificaciones, porque se parte del supuesto de que logrando debilitar moralmente al contrario ya no importan las evidencias de contraste.

El problema es mayor, ya que estamos en un escenario polarizado, donde un sector de la sociedad apoya con mayores reservas a su presidente, y el otro a Loret de Mola; y luego está la audiencia observadora del espectáculo.

Entonces, la disputa emocional es por los restos mayores, con pérdidas tangibles para el presidente, como lo demuestran los resultados de la última encuesta de El Financiero; y, seguramente, lo constataremos en los siguientes días con los de otras casas demoscópicas.

El Financiero mostró que de un mes a otro, el presidente López Obrador cayó ocho puntos porcentuales; y eso significa que con respecto de los votos recibidos en 2018, un retiro de apoyo de alrededor de 2.5 millones ciudadanos.

Un mundo de votantes perdidos, al menos momentáneamente, por un escándalo presumiblemente de corrupción, que fue y es el eje de su narrativa política, que está seriamente lastimada por los efectos del bombazo mediático de las “mansiones de Houston” y, en especial, por la llamada “Casa Gris”.

Affaire que desde un primer momento debió canalizarse institucionalmente y dejar que ese engranaje hiciera su trabajo sea para esclarecer, o mejor para el presidente, ganar tiempo; y como en el caso de la Casa Blanca, no llegar a nada.

Pero el presidente prefirió el pleito de vecindad y eso paralizó las instituciones; todo el espacio y los recursos humanos y materiales de la Presidencia, incluso la salud del presidente López Obrador, a su servicio, para acabar con el mensaje y el mensajero. Mala idea.

Al escribir estas reflexiones, confirmó que a casi tres semanas de iniciado el litigio mediático, la pareja Obrador-Adams saca la cabeza para defenderse de las “falsedades”; y en su defensa no hay nada nuevo, que no sepamos quienes hemos seguido el culebrón mediático y que vemos interesados en activar resortes de la justicia norteamericana, para que sus instituciones hagan lo que no están haciendo nuestras instituciones de impartición de justicia, porque, repito, son parte de esa gran audiencia, en este “culebrón” sentimental.

Evitando así que las instituciones autónomas hagan su trabajo, o pidiéndoles, como es el caso del INAI, que actúen para “desmascarar al corrupto de Loret”.

Se dicen acusados de falsedades, pero no van, hasta ahora, a una instancia de justicia norteamericana; y tampoco a una nacional, para buscar justicia en este conflicto que, repito, lleva más de dos semanas; y luego de ver la última intervención del periodista Loret de Mola, amenaza con alargarse a través de “responder con documentos e imágenes”.

En tanto el escándalo escala, paradójicamente, los temas de fondo pasan a segundo o tercer nivel en importancia; es decir, consciente o inconscientemente, el efecto distractor cumple el cometido de tener a la audiencia pendiente de los que diga el presidente en la conferencia mañanera, o lo que digan Loret de Mola o el Brozo. O ahora, el padre de Loret.

Y ahí la llevamos, hasta que un día no dé más, o alguien se canse y dé por terminado el litigio mediático; pero mientras eso ocurre, el padre de Loret de Mola está enfurecido por el maltrato mediático a su hijo y va con todo, contra su ex amigo el presidente.

En definitiva, un gobernante que vive del conflicto cotidiano y la distracción permanente, no puede salir bien librado; y no porque sus adversarios vayan a ser los ganadores, sino porque no ayuda mucho a la construcción de una sociedad informada y capaz de sacudirse de estos escándalos, que hoy tienen, a dos padres, defendiendo con todo a sus queridos hijos, que son un alma de dios.

Como quiera que sea, qué jodidos estamos como país, cuando damos este tipo de espectáculo público y las autoridades son simples testigos mudos en un conflicto que nunca debió llegar al lugar donde está; mientras los hijos son incapaces de salir a decir, responsablemente: ¡No me ayudes, papá!
Al tiempo.