PEREZ17102022

La Santita
Raúl Silva

Monterrey.- La vecina de enfrente me da miedo. No es por sus costumbres extrañas de subirse al techo por las noches y extender los brazos a la luna, ni porque todos en la cuadra la llaman Cuca la loca. Más bien es porque según el chisme de doña Oti, se le ha metido en la cabeza la idea de poner en la casa de al lado, abandonada como muchas de la colonia, un altar a Jenny Rivera, a quien le llama “La Santita”.

Siempre he desconfiado de los que adoran con gran fervor. Hay algo que no me cuadra en ese tipo de personalidades extremistas. Cuca parece no ser la excepción. Por eso paré las antenas cuando la escuché en la fila de las tortillas hablarle a más de 3 sobre aquella idea. El entusiasmo de su voz parecía querer llegar hasta el fondo del pasillo. Con una soltura pocas veces vista, les contó sobre la intención de hacer de la casa un recinto para que las vecinas de otras calles acudieran a orar y a hacer reverencia a quien, según sus palabras, sufrió y murió por culpa de los hombres.

Al principio creí que era puro jarabe de pico, pero de un tiempo al día de hoy la he visto levantada desde muy temprano poniéndole manos a la obra: saca las llantas viejas del patio, espanta a los gatos vagabundos, va y viene con escoba y trapeador en mano. A ratos desyerba y quita la basura.

El otro día acarreó tinas de agua y cuando me asomé por la ventana la vi empinada, haciendo un cuenco en sus manos para luego salpicar las paredes.

-¡Hubiera visto las arañotas que encontró en el terreno! -chismeaba doña Oti en la fila del mercado.

El fin de semana sacó unas cobijas viejas que estaban en el cuarto de fondo y las dejó en la banqueta. Fue asombroso ver la nube de bichos pequeños que abandonaban el harapo y se esparcían hacia la jardinera, perdiéndose en la tierra. Fue el día en que mandó traer el carretón de la basura.

-Esto va en seño -dije preocupado.

Una mañana la vi pintar de blanco las paredes de la cochera y por la noche, cuando estaba a punto de dormir, me interrumpió un ruido metálico que se arrastraba contra el suelo. Salí a ver de qué se trataba y quise volverme loco: un grupo de 20 jóvenes vestidos de matachines caminaban en circulo enfrente de mi casa.

-¡Esto es el colmo!

Sabía que en cualquier momento tendría frente a mi ventana las voces de las vecinas, el estallido de cohetes, el redoble de tambores y alabanzas que no pararían en toda la noche. Tenía que hacer algo para detener aquello. Quise llamar a la policía, pero antes de hacerlo escuché un bramido de Cuca que me dejó petrificado. Fue un lamento gutural, largo y doloroso, acompañado de gritos intermitentes.

-¡A la chingada todos! ¡Y ustedes también! ¡Váyanse a la verga! ¡Ya no quiero!

El sonido metálico de las chanclas se alejó a toda prisa hasta abandonar la calle.

Aunque me comían las ansias de saber qué pasó ahí dentro, tuve calma. No tardaría mucho en enterarme.

Por la mañana, en la fila de la bodeguita, Doña Oti me contó que una de las matachines le mostró a Cuca un vídeo donde la llamada mariposa de barrioreaparecía dando clases de cocina.

-¡Es que no está muerta! ¿No la mira? No se le ve la cara pero es su voz, son sus uñas. Mire las maripositas que usaba.

Mi vecina ha abandonado la idea del santuario. Retomó sus actividades normales de barrer la banqueta, echar agua a las matas y sentarse a la mecedora a ver videos. Ya no la veo por las noches en su techo, tomando baños de luna. Doña Oti me contó que Cuca sigue enojada y que juró no volver a poner su bocina con música de la Jenny.

-Ahora creo que me va a caer mejor -le dije a doña Oti.