Se trata de un acto sin masas, sin gorras, ni matracas, sin grandes blasones, ni personajes mediáticos, menos, de grandes discursos esperanzadores. Vamos, ni siquiera tuvo prensa, sino un acto solitario, casi ermitaño de la política, bastó una simple grabación de smartphone en un ejercicio extraño que, a primera vista, no es sino una manifestación íntima, una confesión, por una deuda moral con el ideario político de un padre sacrificado cuando buscaba la presidencia de la República.
Ocurría, además, en un lugar de culto político de las llamadas “viudas de Colosio” que de acuerdo con las tradiciones de nuestra historia resultaba inevitable una estatua heroica del personaje mirando al horizonte como una promesa por cumplir y reclamando un cambio de estafeta generacional.
Y quien mejor, que el hijo de ese personaje icónico, esa idea totémica, multiplicada a lo largo y lo ancho del país en innumerables escuelas, colonias y avenidas, como un recordatorio ritual de una desgracia política y un ideario que sigue vigente y quizá más ahora, que busca reivindicarse bajo imagen, nombre y mito con aquella chamara azul oscuro que Luis Donaldo Colosio se hizo presente y entró confiado a la trampa que le habían tendido criminales hasta hoy desconocidos.
Hoy, pese a que han transcurrido ya 28 años de aquella tarde trágica, sigue grabada en el imaginario colectivo como una desgracia que, guardando las proporciones, se repite por decenas de veces a través de candidaturas frustradas en cada proceso electoral.
Luis Donaldo Colosio, hijo, ya no es aquel niño de ocho años al que dejaron sin padre y más tarde, sin madre, producto de una enfermedad terminal. Hoy, es un hombre de 36 años, que ha decidido ingresar a la política activa a través del partido Movimiento Ciudadano y se desempeña luego de una gran votación como alcalde de la estratégica ciudad de Monterrey.
Sabe, perfectamente, lo que representa el apellido Colosio en la historia de este país que en política sigue siendo sentimental proclive a estar de lado de las víctimas porque todos y cada uno de los mexicanos lo hemos sido alguna vez.
Él es una víctima del sistema político, como lo fue Clouthier y AMLO en su carrera de opositor, y como tal, recoge el ideario de su padre como una fuente de inspiración en su quehacer como político.
Y sobre todo por aquel mensaje cuando clamó en la explanada del Monumento a la Revolución: "Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales"
Por supuesto, no sólo es el mito, sino también una idea y una mecánica mercadológica que ha sido puesta en marcha cuidadosamente y aspira a lo que aspiró su padre y por eso, este inició de campaña silencioso, lo lleva al encuentro con sus emociones, la del sacrificio de su padre en ese lugar que, afirma, no había pisado y puso los pies en esa colonia popular fronteriza que sigue igual, habitada por gente pobre, y probablemente ni siquiera ellos se dieron cuenta de esa presencia ante el monumento de su padre.
Las palabras de este hijo no son solo un ejercicio de expiación de fantasmas o el palpitar de un karma en esas calles polvorientas, no es el sentido de la política, es, sin duda, otra forma de hacer política, aprovechando el mito representado, para escalar desde el recuerdo emotivo a la esperanza que mueve a la gente y que hoy, está en el desconcierto, al ver como el país pasa por una ola de violencia ante la insensatez de la autoridad y la parálisis del sistema de seguridad pública.
Ya las encuestas de percepción ubican al joven Colosio en los primeros lugares de intención de voto por debajo ligeramente de Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard y su visibilidad aumenta, ante la sombra que trasmite AMLO, sobre las llamadas “corcholatas” que atropelladamente no atinan a estar en el ánimo que está más allá de los fieles de la plaza pública.
Esa, que en las pasadas elecciones locales, decidió, mayoritariamente, en Oaxaca, Quintana Roo, Aguascalientes e Hidalgo quedarse en casa como un acto voluntario, quizá rebelde, que oscila entre la desafección electoral y la protesta silenciosa, la que ve los toros desde la barrera y se manifiesta especialmente en las elecciones presidenciales.
Si Colosio llega a ser candidato sólo con MC, o acompañado de la coalición “Va por México”, habrá de ser un candidato atractivo para un amplio sector de la población que no está en los circuitos clientelares obradoristas y eso, hará interesante la competencia por los votos, sobre todo, en un país donde el comportamiento electoral apuesta frecuente y silenciosamente al cruce de los votos para tener como resultado un equilibrio virtuoso del poder.
Hay elementos para el contraste, estaría el mito colosista contra el mito obradorista trasferido, la víctima contra la oposición hecha gobierno, la promesa contra la esperanza con escasos resultados en materia de políticas públicas, el temple sereno contra la rijosidad, el llamado a la unidad contra la polarización, la juventud contra un perfil de edad mayor.
Claro, ya sabemos, que cada seis años, renovamos el mito que estimula nuestras emociones políticas, en 2000 fue la esperanza de un cambio que nunca llegó porque Fox prefirió la complicidad que caminar en la dirección democrática; en 2012 fue el mito televisivo de la pareja presidencial que se cuenta solo en clave de frivolidad; en 2018 el mito de la intransigencia democrática que, paradójicamente, camina en dirección de socavar a las instituciones de nuestra democracia y, ahora, podría ser el mito, de la víctima por ese padre sacrificado y, que hoy convoca a los mexicanxs, a través de su hijo y el abanico de símbolos que arroja una modesta smartphone.
En fin, ahí están, dos modelos de actos anticipados de campaña para visibilizar aspirantes presidenciales y que el INE debe analizar y resolver si es que hay quejas de otros actores.