Al parecer, a mediados del 2022, la decisión que se ha tomado en el Mundo es la de seguir igual que antes. ¿Será por costumbre, por comodidad o porque siguen prevaleciendo las formas de pensar del siglo XX y que seguimos acarreando en pleno siglo XXI?
El combate a la pandemia del COVID 19 se realizó como cualquier otra operación de mercado. Los gobiernos más poderosos económicamente financiaron la investigación y diseño de las vacunas, con empresas farmacéuticas de sus países, sin que hubiera ninguna consideración para las urgencias que se presentaban en los países pobres. Las farmacéuticas, con el apoyo de fondos públicos, lograron diseñar sus vacunas y procedieron a venderlas como cualquier otro artículo comercial. Quien pudo pagar las vacunas tuvo acceso a ellas; el que no, pues no.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) no logró que la Organización Mundial de la Salud promoviera la solidaridad global, como es su compromiso con la comunidad internacional. El control de la información sobre las características de la pandemia, de la validez de las vacunas y de la población a vacunar, lo mantuvieron organizaciones privadas estadounidenses. La OMS fracasó como instancia para impulsar acuerdos y apoyar a los más débiles. A la fecha, nadie sabe a ciencia cierta en qué situación nos encontramos. En China siguen con restricciones de movilidad en grandes ciudades; en Corea del Norte, acaban de registrar su primer brote de contagios masivos.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia se inició cuando la pandemia aún era una amenaza. De nuevo, la ONU fue incapaz de atenuar o reducir los factores de tensión entre ambos países. Tampoco ha planteado un esquema efectivo de negociación de un alto al fuego. Los combates siguen y otros países europeos están recorriendo el camino de Ucrania de buscar su incorporación al pacto militar europeo-norteamericano de la OTAN. Ucrania y su ejército reciben apoyo de los países productores de armas, en lugar de buscar una salida a la guerra. De repente mencionan el peligro de las armas nucleares rusas, pero otros países europeos también las tienen.
Con la pandemia se desarticularon los sistemas productivos y las cadenas de comercialización. La escasez de chips y otros dispositivos electrónicos han sido un freno a la recuperación de la producción de ciertos bienes industriales. Las sanciones que occidente (Estados Unidos sobre todo) ha impuesto a Rusia y la destrucción de Ucrania, están afectando los mercados de alimentos no sólo en Europa. La globalización financiera del esquema neoliberal se desarticuló, el comercio internacional está fracturado y no hay una instancia multilateral que intervenga para encontrar una salida a la crisis. La inflación está golpeando a todos los países.
Con la pandemia se cerraron las escuelas en todo el Mundo. En encierro en los domicilios familiares provocó mayores tensiones de las que ya se sabía que existían. Con la vuelta a clases presenciales se ha observado que los niños y jóvenes aún no recuperan el buen ánimo y la alegría de la convivencia. Hay quejas de que se perdió tiempo escolar, que se ha afectado a varias generaciones y que será tiempo vital irrecuperable, pero nadie hace nada para revitalizar y dar un mejor rumbo al sistema educativo. Seguimos como estábamos.
Los sistema de salud, que estaban diseñados con un enfoque curativo más que preventivo, aguantaron la tolvanera de la pandemia, pero no se aprecia ninguna reconsideración de los “modelos de salud”, ni estrategias interinstitucionales para enfrentar los riesgos de nuevas amenazas provocadas por la relación de los seres humanos y el medio ambiente.
¿Y el cambio climático? Seguimos en la rayita de la catástrofe. Con la guerra en Ucrania las grandes economías ya no piensan en dejar de usar los hidrocarburos, ni se están tomando otro tipo de previsiones para cuidar los bosques y las zonas que pueden ayudar a mejorar el medio ambiente.
Como que no hay otra que empezar a cambiar desde la casa, en la escuela, en nuestra colonia, en el municipio.
Empezar por rechazar toda forma de violencia; respeto y responsabilidad en la convivencia familiar.
En la escuela desarrollar una cultura de respeto hacia la persona, en la que no importen credo, raza o sexo.
Diseñar nuevas formas de diversión, con una sana cultura de la recreación. Deporte y cultura para niños, niñas, adolescentes y jóvenes, como actividad regular en las escuelas y en los parques.
Construir un consenso social en pro de la prevención y la reducción de riesgos para toda la comunidad.
El tejido social se ha roto. Todas las iglesias debieran coincidir en impulsar prácticas ciertas y claras de respeto al otro. También pueden impulsar el respeto absoluto a la vida humana y acabar con la violencia de género.
Como que hay que empezar ya a desarrollar una nueva forma de convivencia.