Monterrey.- La acción de gobierno es un hecho cotidiano. A los diferentes niveles: municipal, estatal y nacional, todos los días implican tomar decisiones: la sociedad está en actividad constante, en razón de la cotidianeidad, de eventos extraordinarios o ante las propias iniciativas gubernamentales.
Los medios de comunicación dan cuenta de los hechos públicos, sean de la sociedad, del gobierno o de los actores políticos y grupos de interés.
Entre los distintos tipos de acciones que realizan los diversos actores sociales y la información que se genera a partir de ellos se va conformando una opinión pública.
La opinión pública que se conforma alrededor de la actuación del gobierno puede ser de consenso, a favor o en contra. O bien que una parte de la sociedad se manifieste en favor y otra parte en contra.
Los partidos políticos que no están en el gobierno, por lo general, tratan de ejercer el papel de oposición. Al ejercer la crítica opositora buscan señalar las fallas o equívocos de quienes toman las decisiones. De allí surge el debate político, que luego trasciende a la sociedad y del cual los medios de comunicación no sólo informan, sino que también toman posición.
En la arena del debate político no hay reglas escritas. Cada parte que interviene aporta la información y los argumentos que favorecen su posición. Quien logra mayor difusión de sus argumentos tomará ventaja sobre los demás. La capacidad de interlocución y la habilidad para el debate inclinarán la balanza de la opinión pública en favor de quien las ejerza.
En los años recientes, se ha presentado con frecuencia, que los medios de comunicación y sobre todo los medios contemporáneos de comunicación llamadas “redes sociales”, diseminan información mentirosa o tendenciosa, a la que se le califica como “fake news”. Puesto que las redes sociales, como la Internet, tienen alcance internacional, no hay límites territoriales para la difusión de sus contenidos.
Las modernas tecnologías de la información y las comunicaciones se están utilizando para influir en la opinión de las personas y para promover movimientos políticos, candidaturas a puestos de elección o intervenir en los procesos electorales.
Los medios de comunicación tradicionales, como los impresos y la televisión, tienen un ritmo de aparición predeterminado, a diario, por semana o mensual. La información llega a las audiencias con esas pausas. Hoy en día, lo que denominan generación de contenidos y su divulgación en las redes sociales se hace a cualquier hora, con convocatorias de celular a celular.
Los medios de comunicación “institucionales” están sujetos a ciertas normas de comportamiento público. El medio que puede citar mejores y creíbles fuentes es el que gozará de mayor credibilidad y prestigio. Por su parte, las redes sociales no tienen esas restricciones. Claro que la “libertad de opinión” ampara las expresiones que emita cualquier ciudadano.
El lenguaje de la comunicación en el debate público también ha ido perdiendo formalidad. A falta de argumentos o capacidad lingüística para provocar indignación o rechazo, se utilizan con frecuencia palabras altisonantes, denostaciones, diatribas, epítetos, y lo que se ofrezca.
Dada la intensidad de la información y el nivel de las controversias, resulta complejo para la comunidad formarse un criterio cierto sobre los hechos y los dichos.
En México, en la actualidad, el debate público plantea que hay dos bandos: el que encabeza AMLO, por un lado y sus “adversarios” por el otro. O bien, el Presidente AMLO y sus políticas, apoyadas por Morena, por un lado y empresarios, organizaciones civiles y ciertos medios de comunicación, por el otro.
En este debate público, la participación de los partidos políticos, no sólo de los partidos opositores a AMLO, sino también del propio partido Morena, es escasa y de poca y relevancia. Como que los partidos políticos limitan su actuación a gestionar los procesos electorales. Por su parte, los gobernadores surgidos de partidos distintos al del Presidente, han reducido su nivel de confrontación con AMLO, después de algunos encontronazos.
Entre el espacio de comunicación de AMLO, la “Mañanera”, los medios de comunicación y el activismo en las redes sociales, la intensidad de los mensajes se extiende las 24 horas. Como si no hubiera otros temas relevantes para la sociedad y el país, que los que pone el Presidente en la mesa y las revelaciones de sus adversarios para demostrar la falsedad de las posturas y las fallas de AMLO.
De repente se acude al expediente de que medios de comunicación extranjeros contribuyan con información y mensajes para incidir en la “política mexicana”. Algunos de estos medios han visto cuestionada su integridad como comunicadores en los temas que abordan en sus países de origen.
Ciertas interpretaciones del proceso político, que se ventila en los medios, consideran que hay una polarización, entre dos bandos. Esta interpretación la fomenta AMLO al señalar a los “conservadores” por un lado y el “pueblo” a quien él representa, por el otro. Pero también los opositores a AMLO se ubican en una posición de “nada de lo que AMLO dice o hace está bien” y nosotros somos los que ponemos al descubierto sus mentiras.
En los ejercicios de toma de decisiones, la forma más simple de analizar un problema es la de establecer sólo dos opciones. La buena y la mala. El partido A y el Partido B. El candidato de la alianza A, contra el candidato de la alianza B. Eso es, sin embargo, una burda simplificación; la sociedad y los procesos son sociales son más complejos.
Es conveniente distinguir entre la pasión política, el debate de ideas y los conflictos entre los grupos sociales. Una sociedad democrática debe desarrollar el diálogo civilizado y encontrar soluciones para una sana convivencia, con calidad de vida para todos.
La democracia no se agota en las elecciones partidistas, o el juego de partidos, supone también la atención de las necesidades de la sociedad. Democracia participativa para resolver la vida en convivencia.
En su libro ¿Qué es la democracia?, Giovanni Sartori, analizó la evolución de la política y hacia fines del siglo pasado se planteaba la pregunta: “¿somos en verdad libres de pensar libremente? La respuesta es: no, todavía no. La verdad de la derecha y la verdad de la izquierda están todavía con nosotros.”