Monterrey.- Tuve oportunidad de asistir a un foro virtual en el que se analizó la probable realidad que enfrentará América Latina a corto plazo en el contexto internacional.
Allí se planteó que el modelo de globalización que se impulsó desde los años noventa ya no va más. De la estrategia de industrialización orientada a la exportación, con el desarrollo de cadenas de valor internacionales, se pasará en el futuro próximo a estrategias más enfocadas al crecimiento basado en lo nacional.
Se abandona la idea del modelo neoliberal de un Estado limitado a funciones de regulación del fenómeno económico, y se propone un modelo de economía mixta con un Estado responsable y democrático, preocupado por el desarrollo y el bienestar. Se dice no a las tecnologías ahorradoras de mano de obra, lo que supone una visión alternativa de desarrollo científico y tecnológico.
Las peculiaridades que se reconocen de los países latinoamericanos no son para nada generadoras de optimismo: un clima social en el que están presentes la criminalidad y la ilegalidad; con mercados ilegales y violencia “intraestatal”. Se destaca la extrema desigualdad social, la insatisfacción colectiva que produce el desempleo y un ambiente de intranquilidad que genera la pandemia. Todo lo anterior se resume en desintegración social.
La agenda política para América Latina debiera centrarse en el fortalecimiento de las instituciones y prácticas democráticas, la erradicación de la violencia como rasgo social y la redistribución económica para reducir la desigualdad.
El estado de derecho en los países del área no es de vigencia plena, no es parejo. Hay países con zonas grises en las que no se pagan impuestos. Un alto nivel de desagregación social producto de que los ricos no visualizan las reales condiciones de la pobreza. En algunos países la clase media ha abandonado los servicios de educación pública por servicios privados, lo que contribuye a mayor segregación.
Se plantea como urgente una mejora en la calidad de los servicios educativos, que asegure el dominio de los saberes y habilidades básicas, desde la escuela primaria (las carencias en el dominio de las matemáticas son notables). La brecha digital entre América Latina y el mundo desarrollado es cada vez más amplia; la pandemia mostró la falta de conectividad en general y la no disponibilidad de equipos de cómputo en las familias. La desvinculación de los servicios educativos respecto del sector productivo se refleja en una débil formación técnica y en escasas oportunidades de empleo en el sector formal. Empleo, productividad, competitividad, son temas alejados del sistema educativo.
La dependencia de América Latina en materia científica y tecnológica, es resultado de los escasos recursos que se destinan a la investigación y el desarrollo en la materia. No se ha ponderado, como debiera, el imperativo de desarrollar un estilo de desarrollo tecnológico a partir de las necesidades y recursos específicos de la realidad latinoamericana.
El fenómeno tecnológico que se destaca es el de la robotización de los procesos manufactureros, con un liderazgo en los países asiáticos, con China a la cabeza. América Latina está fuera de ese esquema y tal vez sea lo correcto; lo que se necesita en la región es la creación de empleo y no la eliminación de puestos de trabajo. Las necesidades de empleo se señalan en el “rango medio” con “habilidades intermedias”.
En los países desarrollados se prevé una nueva regionalización en la que prevalecen tres polos: China, Alemania y los Estados Unidos, como principales países exportadores. Sin embargo, el desarrollo de la “economía digital” (5G) tenderá a concentrarse en China y los Estados Unidos, dejando atrás al resto del Mundo. Llama la atención que en estos escenarios no se incluye a Rusia.
En la relación entre Estados Unidos y América Latina, al integrarse México en la región del Tratado Comercial, se plantea una menor dependencia de los norteamericanos respecto del resto de América Latina. Hasta en el comercio de las drogas.