Monterrey.- En el año 2013, el economista francés Thomas Piketty publicó el libro: El capital en el siglo XXI, que despertó interés a nivel internacional. Con evidencia estadística mostró la evolución de la desigualdad en distintas sociedades, en los últimos siglos. Señaló que el régimen fiscal y la cesión de las herencias explican, en gran medida, el proceso de acumulación de la riqueza a lo largo de generaciones.
El año pasado, Piketty publicó otro libro: Capital e ideología, en el que da continuidad a su análisis de la desigualdad con perspectiva histórica, estudiando las más diversas sociedades. Piketty centra su estudio en los esquemas ideológicos que se han construido para explicar y justificar la desigualdad. Una evaluación de las “ideologías desigualitarias”.
Si se compara la situación de la sociedad a principios del siglo XIX con la situación al inicio del siglo XXI se puede reconocer un progreso general en términos de sanidad, educación, poder adquisitivo. Sin embargo, subraya Piketty, el progreso no ha sido lineal y la imagen general esconde inmensas desigualdades.
La desigualdad no sólo se presenta en el acceso a la riqueza y su acumulación, sino que está presente en términos de género, de raza, de religión, de educación, salud, de estatus, creencias o actitudes políticas y electorales. Piketty se propuso estudiar los esquemas que se han utilizado para justificar la desigualdad: las ideologías desigualitarias.
Todas las sociedades en la historia tienen la necesidad de justificar sus desigualdades; sin una razón que justifique su estructura política y social en su totalidad, ésta amenazaría con derrumbarse.
En la sociedad contemporánea, la desigualdad se justifica con una construcción ideológica basada en el supuesto de que todos los seres humanos tenemos las mismas oportunidades y posibilidades de acceder al mercado y a la propiedad. Se nos dice que todos obtenemos un beneficio espontáneo de la acumulación de riqueza por parte de los más ricos, quienes son “los más emprendedores, los que más lo merecen y los más útiles”.
Para Piketty, la justificación ideológica de la desigualdad en la actualidad se antoja cada vez más frágil. La falta de consistencia de este “relato” es evidente, dice, tanto en Europa como en Estados Unidos, en la India como en Brasil, en China como en Sudáfrica, o en Venezuela y los países del Cercano Oriente. Cada caso, cada país, ha tenido una evolución histórica específica, pero parecen cada vez más ligadas entre sí. “Sólo desde una perspectiva transnacional es posible comprender las debilidades del relato dominante y plantear la construcción de un relato alternativo”.
“Existe un enorme abismo entre las proclamas meritocráticas oficiales y la realidad a la que se enfrentan las clases desfavorecidas, especialmente en lo que concierne al acceso a la educación y a la riqueza”. Se estigmatiza a los pobres por su “falta de méritos” de “talento” y de “diligencia”.
De acuerdo a la información estadística histórica, en todo el mundo se observa un aumento acelerado de las desigualdades socioeconómicas desde las décadas de 1980-1990.
En una rápida revisión del proceso de la desigualdad en los siglos XIX y XX, Piketty destaca como después de la Primera Guerra Mundial, con el surgimiento de los regímenes comunistas, pero sobre todo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, se impuso una agenda socialdemócrata en los Estados Unidos y en Europa, que condujo a una “economía del bienestar”. Esta época se significó por un reparto de la renta nacional con una mayor participación de las clases trabajadoras y una reducción de la porción de los grupos más ricos. Sin embargo, a partir de la caída de los regímenes comunistas, se empezó a imponer una ideología que ha revertido lo poco o mucho que se había reducido la desigualdad en las décadas anteriores.
Piketty señala que la desigualdad ha crecido de manera radical en las últimas tres décadas. Es notable la regresión en los Estados Unidos y en el Reino Unido. Pero también en Europa, en Brasil y la India. Por su parte, Rusia, China y Europa del Este, se han convertido en el siglo XXI en el mejor aliado del hipercapitalismo.
Piketty no utiliza el concepto de neoliberalismo para caracterizar el proceso de globalización y las políticas económicas, regímenes fiscales y privatización a ultranza, que se han impuesto en las últimas décadas. Pero la imposición de la ideología neoliberal, a partir de los años ochenta, coincide con sus evidencias de una reversión del proceso de reducción de la desigualdad que se experimentó entre 1940 y 1970.
Para Piketty, la explicación del proceso histórico se basa en una lucha de las ideas, más que en una lucha de clases.
“Muy a menudo -dice- la ideología de las sociedades evoluciona en función de su propia experiencia histórica… Los procesos de aprendizaje colectivo tienen su parte de racionalidad, pero también sus limitaciones. En concreto, tienden a tener poca memoria y, sobre todo, la mayoría de las veces son estrictamente nacionalistas…Sin embargo, en lo esencial, las distintas opiniones sobre el régimen político ideal, el régimen de propiedad que sería deseable o lo que cada sociedad entiende por un sistema legal, fiscal o educativo justo, se forjan a partir de la propia experiencia nacional e ignoran en gran medida las experiencias de otros países…”
El fracaso de la globalización neoliberal fue justamente que se sustentó en un proceso de hiper concentración de la riqueza. Así se conformó el famoso “Uno por ciento” de los más ricos, apropiándose de la parte de león del producto nacional, con una reducción severa de la clase media y una pauperización mayor de los ya ubicados en la pobreza. Esta desigualdad creciente tuvo su correlato en una baja tasa del crecimiento económico en la mayoría de los países; con excepción de China y algunos países asiáticos. La falta de competitividad de la economía estadounidense provocó la relocalización de su industria, el desempleo y bajos salarios. Este fue el escenario en el que surgió Trump, quien lo quiso resolver a través del pleito y la confrontación internacional. Similar proceso se siguió en Inglaterra, que optó por salir de la Comunidad Europea. Precisamente los dos países que fueron ejemplo del neoliberalismo a ultranza, impulsado en su momento por Reagan y Thatcher.
Los efectos de la crisis del modelo neoliberal se han desdibujado debido a la pandemia global del Covid 19. No obstante, el reconocimiento de que la desigualdad social es extrema y que eso inhibe las posibilidades de desarrollo está presente en las políticas de López Obrador en México y también en las medidas que se justifican en razón de la crisis asociada a la pandemia y que se están implementando en Estados Unidos y Europa, como programas de reactivación de la economía. En medio de la tragedia, son notables las hiper ganancias de las empresas digitales, de las farmacéuticas, del comercio de entrega directa al consumidor, como una expresión de una pretendida globalización exitosa. A las economías nacionales, en medio del naufragio, no les queda otra que tratar de mantener su capacidad de consumo interno, en favor de la población en general, porque el mercado internacional está desarticulado.
Los programas de apoyo directo a las poblaciones en mayor riesgo implementadas por López Obrador son similares a las que se están diseñando en Estados Unidos. El presidente Biden diseñó un plan de estímulo, con gasto público, de 1.9 billones de dólares. La propuesta incluye la distribución de cheques de mil 400 dólares a los contribuyentes, una prestación semanal por desempleo de 400 dólares y 350 mil millones de dólares para ayudar a los gobiernos estatales y municipales a afrontar los efectos de la pandemia. Además, incluye un aumento al salario mínimo a 15 dólares la hora a nivel nacional, más fondos para el cuidado infantil, la financiación de las escuelas y la distribución de las vacunas. Los senadores y representantes republicanos se opusieron al programa de Biden; pero se impuso la mayoría demócrata.
En el Reino Unido de la Gran Bretaña, un informe del Instituto de Estudios Fiscales señala: “Hay un gran sesgo, injustificado y problemático, contra el empleo y los ingresos laborales a favor de la propiedad empresarial y los ingresos de capital. El tratamiento fiscal a los rendimientos de las inversiones es un desastre, los incentivos dependen del tipo de activo, la fuente de financiamiento y la estructura jurídica y abarcan desde grandes subsidios hasta grandes sanciones. También hay un fuerte incentivo para convertir a los empleados en autoempleados y ampliar la “economía de chambas”. Se analiza la posibilidad de gravar el flujo de efectivo de las corporaciones.
En Inglaterra se desarrolla también un debate sobre los impuestos al patrimonio. En cuanto al impuesto a las herencias se le califica como una “lotería injusta” que pesa sobre los herederos de las personas de clase media y media alta, pero no sobre los ricos. A nivel municipal, el impuesto a la transmisión de la propiedad se plantea que debe incorporarse a un sistema menos injusto y que estimule un uso más eficiente de las tierras urbanas. En general, concluye el estudio, el reino Unido debe reconsiderar sus prioridades fiscales y su sistema de impuestos.
En México el debate sobre el régimen fiscal es prácticamente inexistente. Hace unos días, en una entrevista, le preguntaron a la Directora General del SAT si visualizaba alguna alza a los impuestos o una reforma fiscal, su respuesta la dio desde la perspectiva de la recaudación; señaló que en el momento actual lo más relevante es lograr que los que tienen que pagar impuestos lo hagan, sobre todo los grandes contribuyentes. El nivel de recaudación de impuestos es muy bajo en México, por lo que no resulta extraño que sea el país de la OCDE con el menor gasto social de todos los países afiliados a esa organización. En Francia, el gasto social como porcentaje del PIB es del 31.2 por ciento, en México es de 7.5 por ciento.
En México, como herencia neoliberal, se cuestiona hasta la función social del Estado. No obstante, para algunos, el Estado debiera asegurar el aprovisionamiento básico, desde un mínimo que atienda las necesidades esenciales, las enfermedades, la ignorancia, la miseria, hasta los bienes que aseguren la sobrevivencia, así como la procuración de cultura, deporte, transporte, medio ambiente, comunicación, información, servicios financieros y estabilidad de precios. Y, por otro lado, que el mercado se encargue de la producción eficiente de bienes y servicios.
En sus conclusiones Piketty se plantea ¿Qué formas podría adoptar una propiedad justa? Señala dos pilares fundamentales: a) un reparto real del poder y de los derechos de voto en las empresas, capaz de institucionalizar la propiedad social y de ir más allá de la cogestión y de la autogestión, y b) un impuesto fuertemente progresivo sobre la propiedad que permita financiar una dotación de capital a cada joven adulto, así como instaurar una forma de propiedad temporal y de circulación permanente del patrimonio. También plantea la necesidad de garantizar la justicia educativa y la justicia fiscal.
“La clave -dice Piketty- es una organización alternativa de la economía mundial que permita desarrollar nuevas formas de solidaridad fiscal, social, y medioambiental, que reemplace a los tratados de libre circulación de bienes y de capitales que actualmente hacen las veces de gobernanza mundial”.
Como señala Piketty la desigualdad es un asunto de la mayor importancia social. ¿Se propiciará el debate de las ideas?