GOMEZ12102020

La soledad
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Se siente feo que un amigo entrañable y reconocido socialmente llegue a la ciudad de tu residencia y no te avise para concertar una cita, un encuentro para refrendar la amistad.

Y peor que te enteres por la prensa que estará en tu ciudad y pasan los días y horas sin la llamada esperada, menos la visita espontánea.

Entonces, en un acto entre molesto y recordatorio de aquella amistad, te acercas adonde la prensa ha dicho que se hospedará; y a la primera hora de la mañana, el desdeñado se sitúa en la recepción del hotel para aparecerse cuando pase por ahí y decirle: “mira, si no me llamaste, fiel a aquella amistad, estoy aquí para saludarte”.

El visitante, desconcertado por el abordaje, saluda con la rapidez y la frialdad de una cerveza bávara; y se excusa diciéndole: “tengo prisa, luego te llamó”, para encaminarse hacia la salida, donde otras personas lo estaban esperando.

El otro se queda de una pieza y mira estoico, cómo el amigo se va perdiendo entre el gentío, literalmente, entre la prisa y el olvido.

Entonces, un cúmulo de interrogantes vienen a su mente, sin obtener una respuesta con la misma rapidez y decide irse con ellas, para esperar la llamada prometida y las respuestas de viva voz.

Pasan las horas y no llega el timbrazo del celular y luego te enteras de que el amigo ha partido, para de nuevo plantearte las preguntas concebidas: ¿Qué pasó? ¿Por qué esa frialdad? ¿Esa mentira del luego te llamó?; ¿dónde se perdió aquella amistad?... Para pasar de las interrogantes que le duelen, a una mentada de madre.

Ahora imagine estas escenas en un político de los que “picó piedra”, que le metió dinero cuando el partido no tenía ni en qué caerse muerto y había que apoquinar para los insumos de las campañas electorales testimoniales.

Que esa voluntad de sacrificio era compensada con la salutación y el reconocimiento del líder, que reconocía a quienes habían picado piedra junto con él, que nunca lo habían dejado solo y habían provocado que el partido fuera lo que hoy es y el líder ha alcanzado la presidencia de la República; se ha transformado de un paria político, en el hombre más poderoso del país; y teóricamente con él, sus viejos amigos, los pica piedras.

Y aquel los recuerda con agradecimiento y desde la posición de líder moral del partido y Palacio Nacional, los anima a seguir en la política y asumir cargos de representación, hacer carrera y escalar a la par en los cargos públicos desde la alcaldía al gobierno del estado, del gobierno del estado al poder legislativo; y de ahí a los altos cargos de la administración pública federal (soñar no empobrece); sin embargo, aquel afecto se empieza a desvanecer, sea por las ocupaciones del presidente, las intrigas de los entretelones del poder, o los errores y corruptelas propia,s que llegaron a los oídos del ocupante principal de Palacio Nacional, o la oreja del poder, el Palacio de Covián en la calle Bucareli de la Ciudad de México.

El presidente visita frecuentemente donde gobierna el pica piedra, el amigo, el leal; pero manifiesta un cambio; y de las llamadas, los abrazos, las cuitas, los raites y los recuerdos, empieza la difuminación tan frecuente en la política, por aquello de que se le ve como algo que estorba o lastima el proyecto político.

Entonces, del abrazo estruendoso, pasa al saludo gélido, rápido, fugaz, como el que se da a cualquier otro ciudadano. Peor, el presidente va a actos oficiales en la ciudad, y no le brinda la cortesía institucional de estar presente.

Y ahí está también el político local con las preguntas que se hacía aquel amigo, por el amigo que ahora ya no le brinda la llamada esperada; y la cortesía se ha vuelto fugaz, protocolaria, forzada y en alguna forma infame.

Eso en un político es la muerte, es caer en un precipicio sin paracaídas, ni asideros, donde los que pudieran ayudar dan un paso atrás con una sonrisa socarrona; y sus agraviados están de plácemes, sonríen, ayudan para que no vuelva a resurgir, intentan revivir políticamente y disfrutan ver su caída libre hasta ese fondo oscuro de la desconsideración y abandono.

Entonces, a ese político le invade el temor, siente en sus entrañas el dolor de la incertidumbre, la fragilidad de ese cuerpo otrora fuerte, de esa mirada que mandaba, la voz que era temida; y aparece el miedo y con él la sonrisa burlesca de esa pléyade de lambiscones que lo acompañaban a todos lados y estaban a la orden para cumplirle cualquier capricho.

Le gana la desesperación cuando llega a su ciudad el embajador de Estados Unidos y va de largo sin brindarle una cortesía; se reúne en su ciudad con el gobernador, con un senador y otros personajes de la vida pública, mientras él masculla ira, odio, contra los que, para él, lo han puesto en esa tesitura.

Se repliega en Palacio de gobierno con su primer círculo y analiza desesperado la situación, buscando respuestas; y perfilan estrategias ante varios escenarios adversos, todos ellos catastróficos, por la pérdida del apoyo de su líder, que lo hace una pieza apetitosa en la jauría política.

Aparecen las filtraciones en prensa de los adelantos de los quebrantos de una Auditoría Superior del Estado y las revelaciones de la Superior de la Federación, todas ellas adversas; y solo logra responder guturalmente que se le están violando sus derechos, el debido proceso; y la prensa, que ha sido vilipendiada desde el púlpito de la alcaldía, se la cobra dedicando grandes espacios a los “errores” cometidos; y aquello se vuelve un escándalo, en el sentido de lo definido por el politólogo norteamericano John B. Thompson, con el subsecuente debilitamiento de la imagen que busca endulzar mediante reconocimientos ad hoc como uno de los mejores alcaldes del país.

Pero la mecánica sigue su curso: no hay día que no salga algo nuevo; y se empieza hablar en los medios de que en cualquier momento puede renunciar al cargo: “no pasa de esta semana” dice uno de ellos; está “frito”, agrega otro; está buscando una salida negociada, para que no lo vayan a entambar, dice un analista de café; y el líder del Congreso, que unas semanas antes decía que este poder no actuaba de oficio y reclamaba las denuncias correspondientes, hoy dice alineado: “Los diputados de Morena no somos tapadera de nadie…”

En definitiva, no hay nada que duela más en política que la pérdida de un amigo, un apoyo, el desdén y el desprecio y la soledad de Palacio.

Al tiempo.