Esta expresión proveniente de la meteorología, después ha sido adoptada por economistas, politólogos y periodistas para describir gráficamente aquellos fenómenos donde se combinan diversos factores que podrían desencadenar verdaderas crisis económicas y colapsos políticos.
Veamos con un ejemplo este proceso de construcción de una eventual tormenta perfecta en la política sinaloense.
Rubén Rocha Moya, el gobernador constitucional, alcanzó el triunfo con la mayor legitimidad democrática que haya tenido un candidato en las elecciones de la transición a la democracia.
Fueron 624 mil votos los que recibió y una diferencia de 2 a 1 con respecto a su inmediato competidor, el senador Mario Zamora, que hicieron un triunfo indiscutible; solo con un detalle no menor: los alcaldes de los municipios más poblados habían ganado ampliamente también las elecciones gracias a Morena y la alianza que sostuvieron con el Partido Sinaloense, más el apoyo del poder fáctico en el estado.
Esto significó y significa que sienten y actúan como si el triunfo no se lo deben al gobernador, sino al presidente López Obrador y a ellos mismos, por ser alcaldes reelectos en Culiacán y Mazatlán.
Entonces actuaron en consecuencia, haciendo un gobierno con una escasa coordinación con el estatal, provocando en los primeros meses no pocos roces que salieron a la luz pública y que, para muchos, significaba localmente una balcanización del poder morenista.
Y eso resultaba inaceptable para cualquier gobernador que busca tener el control político; y empezó una cruzada para enmendar la plana dentro del morenismo y los aliados electorales que estaban en la estructura de gobierno, buscando evitar que entre ellos se formaran otro tipo de alianzas que terminaran perjudicando al gobernador y la gobernabilidad del estado.
Primero fue tratar de disciplinar al enfant terrible del morenismo, Jesús Estrada Ferreiro, alcalde de la capital del estado, que estaba gobernando en un escándalo permanente por sus continuos dislates, puntadas, ilegalidades y su afán desmesurado, y hasta grosero, de tomar distancia del gobernador Rocha Moya, que tenía que lidiar con problemas irresueltos –como es el caso de las viudas de los policías muertos en activo, o las tarifas del predial– lo que terminó llevando el caso al Congreso del Estado para resolver un pedido de juicio político que está en trámite y habrá de resolverse en los próximos días o semanas.
El segundo ha sido con el líder del Partido Sinaloense, Héctor Melesio Cuén Ojeda, quien hasta esta semana se desempeñó como secretario de Salud, quien fue desplazado del cargo por “tener dos demandas contra periodistas”.
El gobernador acusó, además, de combinar las funciones de secretario con las de dirigente político, a lo que este responde que no ha desatendido sus funciones de secretario.
Lo cierto es que desde el tercer piso se ha operado con el fin de disminuir su fuerza política en el gobierno y la representación del PAS en el Congreso del Estado y en las alcaldías, donde están miembros de su corriente política, mediante un proceso de atracción a las filas de Morena, o mejor, del rochismo morenismo, lo que ello signifique.
Así van tres alcaldes que se han cambiado a Morena, tres diputados que se han convertido al rochismo morenismo legislativo y eso ha mermado esta representación política; sin embargo, el desafío más importante en esta tarea de zapa es la UAS, con la “deuda que tiene con el SAT por más de mil quinientos millones de pesos”.
Para nadie es desconocido que la UAS es la principal fortaleza del grupo político del secretario de Salud, por lo que ahí suceda, podría terminar beneficiando o afectando esta estructura de poder. La respuesta hasta ahora ha sido institucional de las autoridades de la UAS.
Sin embargo, empieza a exhibirse un distanciamiento con el gobernador por la alianza abierta, que el hoy exsecretario sostiene con el alcalde Estrada Ferreiro, al que defiende en el proceso de juicio político “por no haber suficientes elementos que lo justifiquen”; y eso resulta insoportable al primer círculo de gobierno, que no acepta el argumento de los dirigentes del PAS de que una cosa es la responsabilidad institucional de su líder, y otra cosa muy distinta, la del partido.
“Yo no negocio con mis subalternos”, dijo el gobernador hace unas semanas, como una forma de ajustar a su secretario de salud y su partido; pero aquel no acusó recibo, siguió en lo suyo, visitando hospitales y administrando las vacunas.
Pero en este contexto de tensión política, un ingrediente violento aparece en las semanas Santa y de Pascua, con algunos levantamientos de jóvenes regiomontanos y muertes que ocurrieron en Mazatlán; además de la detención de un capo muy importante en la estructura operativa del CJNG y, días después, el asalto y desarme de miembros de la Guardia Nacional en el libramiento carretero de la sindicatura de Villa Unión.
Complica más la situación del gobernador el asesinato del reconocido periodista Luis Enrique Ramírez, que inmediatamente puso a Sinaloa en el foco de atención y esa imagen terrible ha dado vuelta al mundo y está siendo visible dónde está y dónde no está la atención política del gobierno morenista sinaloense.
Y en estas circunstancias adversas para el gobierno de Rubén Rocha la experiencia recomendaría estar enfocado en los problemas de seguridad y percepción de la marca Sinaloa.
Sin embargo, el gobernador vuelve sobre los temas locales buscando quizá un efecto distractor para consumo de los coterráneos, pero que poco o nada dice a los de fuera del estado que sigue recordando el cadáver de Luis Enrique.
Evidentemente la línea del gobernador es mantenerse en la discusión pública de lo local y eso tiene lógica en su proyecto de lograr el control del estado, que está visto no lo tiene, quizá en la idea de que teniéndolo puede controlar el resto.
Sospecho que fue la lógica de muchos gobernantes en entidades federativas que hoy son un verdadero infierno para sus habitantes, incluso, algunos de ellos, con causas penales en México y los Estados Unidos.
La tormenta perfecta está configurada si se quiere episódicamente y reclamará mucho oficio político del equipo del gobernador, para armar una estrategia integral y no perder el tiempo de gobierno en infiernitos que, a la larga, podrían terminar siendo anécdotas amargas ante la dimensión de una devastación multifactorial como la reportada por Sebastián Jünger.
Al tiempo.