Monterrey.- – Por aquí se ve bien chingón, le gritó un muchacho a su amigo. Mientras, desde el extremo opuesto, yo intentaba –sin éxito– tomarme una selfie para que se viera al fondo el mural de la pared que quedó al descubierto al echar abajo “La Dulce Vida”, un table dance por la calle de Espinosa.
Seis cuadros enormes de mujeres desnudas, réplicas –presumo– de pinturas famosas. Yo sólo identifiqué una de Dalí, donde aparece Gala, su esposa y musa.
Los muchachos se asomaban por una manta agujerada, que colocaron justo a la orilla de la calle, al frente del mural con las chicas. Entonces pensé que sería bueno intentar una foto desde ahí.
Hasta hoy han sobrevivido las chicas de la calle de Espinosa. Los muchachos riéndose, siguieron su camino. Yo tomé la foto vouyerista y me regresé al otro lado de la banqueta para intentar la selfie. He de aclarar que nunca he logrado una medianamente decente.
Ahí estaba parada en una bardita cuando apareció él. Un hombre mayor que también se quedó un rato viendo a las damas desnudas y luego me gritó desde la banqueta:
– Están muy bonitas aquellas. Pa’ sacar cromos grandes. Pa’ vender. Se hace negocio güerita...
– ¿Sí, verdad?
Nos reímos juntos y le pregunté su nombre.
– Me llamo como Cristo, dijo sonriéndome.
El hombre cruzó la avenida Pino Suárez; justo a la mitad dio media vuelta y se puso a caminar por enmedio de la calle, en sentido contrario a la circulación. Levanté mi cámara para no perderlo y me di cuenta que el viejo iba jugando entre los pocos carros que avanzaban por la avenida de abundante flujo antes de la pandemia. Alguien le gritó desde un carro: “¡Pinche loco!” Él no lo escuchó. Yo sé que Jesús jugaba como un niño. Divertido. Agradecido. Vivo. Me alegré de habérmelo topado y de que alcanzara –sano y salvo– el otro extremo de la avenida.
Una vez más comprobé que enmedio de las peores tragedias, la felicidad encuentra ranuras para expresarse. Ventanas para atisbarla. ¿Qué vemos desde nuestras ventanas ahora que estamos recluíd@s? ¿Qué quisiéramos ver, qué realidad queremos construir?
Las ventanas indiscretas de lo social nos muestran un mundo de injusticias. Un mundo desigual. Un mundo de explotación femenina más allá de los muros. Y nos permiten imaginar la de historias que vivieron las chicas del table recién echado abajo. “Se hace negocio”. Se sigue haciendo negocio con los cuerpos femeninos. Y much@s se callan. Y much@s pagan por ello.
En ese espacio ampliarán un estacionamiento. ¿Dejarán el mural de los desnudos femeninos? ¿O las “buenas conciencias” que antes callaron decidirán fondearlo por inmoral?
Pago por ver...
* El título de esta crónica fue tomado prestado al maestro Alfred Hitchcock.