Monterrey.- La felicidad es parte de la vida. Si estás aquí haciendo lo que no te hace feliz, pierde todo sentido. Es por eso que está abarrotada esta calle, tan solo un cubrebocas y ya estás blindado de cualquier enfermedad mortal. La rueda seguirá girando al final y parece que algunos prefieren arriesgar su lugar por un momento de distracción ¿A qué viene uno a la calle Morelos? Algunos negocios están cerrados, sus dueños no quisieron gastar más dinero, otros siguen como si nada. Una niña me ve con ojos picaros e imagino una sonrisa debajo de su cubrebocas. Hago a un lado mi mascarilla y le sonrío de igual manera, pero ella hace un aspaviento de no entenderlo y se baja la mascarilla, no sonreía, me sacaba la lengua.
Soy el Diablo y me gusta pasear por la ciudad, éstas son mis crónicas.
Entre zapaterías, tiendas de moda y un starbucks perdido por ahí, nos encontramos con personas ingenuas que aún tienen esperanzas. La mayoría tiene miedo, eso es innegable, pero una fuerza todavía más superior los impulsa a salir para vagar. Casi todos vienen de paseo, menos de la mitad se detiene a comprar algo. Es como si echaran de menos el tumulto, la vorágine de la muchedumbre. Se culparán unos a otros al final, cuando vuelvan a quedar encerrados, eso ni siquiera lo tengo que adivinar.
El que vende hotdogs intenta animarme para probar uno de sus manjares, pero se detiene. Tal vez me vio muy repuesto y sin hambre, aquí la ropa no tiene nada que ver. Hay un señor que vende máscaras de luchadores, tiene aspecto triste, tal vez de verdad él no quiere estar aquí. Los policías nada más se pasean… He andado algunas veces por aquí y parece que algo le falta. Como si el cuadro estuviera incompleto.
La gente se amontona más casi llegando a la calle Zaragoza, no tanto como cuando llegas a la avenida Juárez, y doy la vuelta. La Macroplaza ya me la sé, además, hoy no quiero masaje. Me vuelvo a topar con la niña que me sacó la lengua. Viene con una señora que no le presta la suficiente atención. Me saco la masacrilla y le muestro mi lengua viperina, una bromilla infernal que han usado hartas veces en películas y televisión. La verdad no soy así, pero se me antojó hacerlo.
La niña se baja el cubrebocas y me sonríe levantando un pulgar. Vaya que con el paso del tiempo las personas se toman menos en serio las cosas.