GOMEZ12102020

LAS CRÓNICAS DEL DIABLO
Agosto 2019 - En el cruce de Juárez y 15 de Mayo
Aureo Salas

Monterrey.- Todavía no lo entiendo muy bien, pero hay mucho placer al ir pateando un bote por el asfalto. Algunos te miran extrañados, y pienso que es por la cara de bobo que traigo desde calles arriba. Tal vez por eso la gente deja tanta basura en el piso, puede ser catalizador de problemas para algunas otras personas. Hay mucho ruido, mucha gente, para algunos puedo ser un loquito en traje pateando un bote como si fuera un niño. Para otros, alguien con mucho dinero distrayéndose de manera estúpida. Esto es tan divertido como envenenar la comida en la fiestecita de Donatien Alphonse, no encuentro mejor comparación.

     Soy el Diablo y me gusta pasear por esta ciudad. Estas son mis crónicas.

     Pasaba por la iglesia del Roble, monumento exagerado para mi gusto minimalista. El bote de soda se fue debajo de una valla naranja. Estaban arreglando la calle (no sé si achicar una avenida tan concurrida cuente como una mejora) y no supe su fui yo o alguien allá arriba que se divertía conmigo, pero el bote lo daba por pedido ¿Quién mejor que yo para contribuir con la basura de la ciudad, aunque no fuese mi culpa? Ya la gente dirá luego que fue el gobierno si esto contribuye a una inundación y los de Agua y Drenaje dirán que es el pueblo cochino. Menuda pelea sin sentido, lo digo por lo obvio del ganador. Aunque eso de la política no me importa, ni siquiera es invento mío, así que me tiene sin cuidado.

     ―Usted que tiene mucho, déjele algo al pobre ―me dijo una mujer andrajosa.

     Creo que mi ropa atrae a cierto tipo de gente. Saco mi libreta, porque no sé de qué vienen las personas, no crean que uno lo sabe todo. Así que, si quiero saber algo de alguien, tengo ahí todo lo que necesito. En la libreta viene un nombre: Julia González. Se salió de la escuela, se casó muy joven con un tipo que apenas conocía, la golpeaba, la dejó en la calle, su familia ya no quiso saber nada… bla-bla-bla. La clásica víctima de la vida y de la eternidad, va directo al infierno por cuestiones que solo entiende el negociante y el comprador. Siempre he pensado que la miseria me persigue y esta mujer de aspecto pálido y percudido me lo confirma por millonésima vez.

     ―Te podría dar lo que quieras, ¿pero que me das tú a mí? ―le dije con un poco de soberbia―. Ya casi te vas para la casa… Una más, una menos, ¡qué más da!

     ―Te puedo hacer reír…

     ―El simple hecho que lo digas ya me parece gracioso ¡Las cosquillas son del Diablo!

     ―¿Sabías que aborté? ¿Qué luego dije que mi viejo me había golpeado y que me hizo perder el bebé para que lo metieran a la cárcel? Después me metí con otro hombre y me salió igual de ojete. No soy buena para nada… pero sé que te puedo hacer reír. La miseria siempre ha estado tras de mi…

     ―Siempre tienen elección… Sí lo sabes, ¿verdad? ¡O lo supiste! Eso nos pasa por… ¿Cómo dicen ustedes? ¡Atrabancados!

     ―A mi segundo viejo lo acuchillé dormido… Era un asco. Y me fui a vivir a la calle para que no me atraparan. Las viejas chismosas de la cuadra supieron que fui yo, quesque por mis gritos, ¡Bah!… ¡Yo elegí ensartarle el cuchillo!

     ―Qué mala eres… ¡Qué miedo! ―le dije sonriendo.

     ―No soy buena para nada…

     ―¿Pero qué tal para ensartarle un cuchillo a un pobre borracho dormido? Te voy a tomar la palabra… ¡si me estás haciendo reír! Ustedes son como las hormigas, en colonia son muy capaces, de forma individual, son algo sin sentido ¡Eso es muy gracioso!
La mujer extendió la mano. El instinto de supervivencia siempre es el mismo, solo cambian las maneras. Así que saqué un billete de quinientos pesos y se lo di. El dinero tampoco es invento mío, así que tengo que conseguirlo porque no falta que pueda necesitar de alguien.

     La mujer miró el billete con una emoción desbordada y de entre una bolsa cochambrosa sacó una lata de soda. La cual me tendió con delicadeza.

―Ahora me toca hacerte reír ―dijo poniendo la lata en mi mano y, sin decir nada más, se marchó silbando.
Miré con sorna a la iglesia del Roble, estuve a punto de sacarle la lengua, muy ad hoc a la situación, pero era demasiado tonto. Así que aventé el bote al suelo.

     Comencé a patearlo silbando la misma tonada que la pordiosera. Vaya que si me estaba haciendo reír.