Monterrey.- Estoy en la avenida Colón donde se cruza con Juárez. Casi es medio día y me detengo a ver el panorama. Hoy decidí ser un vagabundo intentando pasar desapercibido y creo que no lo conseguí. Se aproxima un revés histórico antinatural y a la vez muy normal. La naturaleza humana es algo muy fácil de entender, pero la misma gente lo complica justificando después sus acciones y surgen las disyuntivas. Le ocurrió a Jedidías, no es mi único referente, pero siempre me ha parecido cómica su historia verdadera. Usó crueles métodos para llegar al poder y pidió luego un corazón que le hiciera distinguir la maldad de la bondad. Luego la descarada corrupción y su posterior arrepentimiento. Y, después de casi tres mil años, las personas siguen cayendo en el mismo juego con quienes los gobiernan. Tampoco es difícil saber porque, todos prefieren milagros en vez de trabajo.
Soy el Diablo y me gusta pasear por la ciudad. Éstas son mis crónicas.
―¡Cómprese un taco! ―me dice un sujeto dejando un billete de veinte pesos en mi mano. El sujeto cruza la calle y por poco lo aplasta un camión que no respetó el semáforo.
Tengo curiosidad por sacar mi libreta y ver si el tipo es un buen samaritano o no. Pero las tres últimas veces resultaron un fiasco, este ha de ser igual. Hace rato una señora me regaló una botella de agua, la ladina hasta me echó la bendición, así como dicen por aquí. Y resultó ser toda una ficha, ni un millón de botellas pagarían una salvación. Pero ella confía en su sonrisa, en su condición, y sabe que la gente se deja llevar por apariencias. Y no me sorprende que suceda, lo he visto millares de veces, lo que me turba un poco es que no cambie, que el pensamiento pase de generación en generación y no se transforme.
―¡Le faltan veinte pesos! ―le decía una mujer a un sujeto que compraba un cargador de celular en uno de los puestos de la avenida Colón.
―¡Déjamelo en cien! ―imploraba el fulano―. El dinero lo dejé en el carro y si voy ya no me regreso.
―No me sale ―dijo la mujer en su pose de vendedora.
Me acerco y dejo los veinte pesos en la mano del fulano. El sujeto me ve con una extrañeza sobreactuada, le da los veinte a la mujer y ella se queda contenta.
―¡Ahorita vamos al carro y se los doy! ―me dijo el tipo con el cargador en la mano.
Yo le guiñé un ojo y le dije que ya luego, que tenía otras cosas más importantes que hacer, como regresar por la avenida Juárez para seguir tomado el sol. El sujeto luego habló de mensajes divinos, de ayudar al semejante y no sé qué tantas cosas. Yo saqué mi libreta y leí: Gonzalo Alexander Guerrero, licenciado, bisexual, drogadicto, negociador fraudulento… bla-bla-bla. Sabía lo que diría mi libreta, igual va para la casa.
―A veces la vida es injusta, pero te recompensará al final ―me dijo por último el sujeto. Un poco apabullado de que un pordiosero le salvara de andar buscando otro cargador, pero a la vez con unas enormes ganas de no seguir estando ahí― ¡Esto se regresa! ¡Hasta luego!
―Claro que me lo regresará ―le dije guardando mi libreta y dando la vuelta― ¡Nos vemos pronto!