Monterrey.- Jamás había probado un cigarro mentolado. Me gustaba el tabaco en las pipas, hasta me llegaba a tragar las brasas, pero no es algo a lo que esté apegado. Me fumaba mis porros con los mayas, no tan seguido, cada cien o doscientos años. Yo le enseñé a fumar a Rodrigo, pobre tipo, la justicia divina se lo envarilló por satánico. Pero esto de los mentolados, es otro nivel, el humo duele por toda la garganta y la sensación helada me hace pensar en cosas que no debo. Los que dicen que esto no es para hombres están muy equivocados.
Así que sin ningún reparo tiro el cigarro a medio quemar en la orilla de la banqueta. Un poco de basura aquí y allá no cambia el aspecto general de todo esto.
Soy el Diablo y me gusta pasear por la ciudad, estas son mis crónicas.
Esta es la tercera o cuarta vez que paso por aquí. Me gusta el olor de los tacos, creo que así olería la gente si no llegara al infierno en pura alma. Un poco de olor a carne quemada le daría una sazón especial al aire rancio de la casa. Ahí está el Hospital de Zona, que a ojo de buen cubata se ve peligroso, un poco menos sucio que el crucero, pero peligroso. Hay mucho dolor ahí dentro, siempre que paso me da curiosidad entrar y ver quién se atreve a jugar conmigo. No soy muy dado a comprar suvenires, pero un día de estos entro y les expongo mi plan.
Del otro lado está el Obelisco, de ahí brotaba agua. Y que los humanos no tienen para donde hacerse, son de los que tumban un árbol, para luego colocar algo que les procure una sombra. Digo, no me quejo, por algo está tan lleno el averno. Si contáramos el número de almas que hay en la casa y otras tantas que hay allá arriba, yo ganaba. Si por números fuera, yo sería el influencer… Aunque mis seguidores llegan solitos, yo no tengo que decir bobadas o hacer ridiculeces para que caigan.
―¿Me da una moneda? ―me dice un sujeto andrajoso con una mirada suspicaz.
Le aguanto la mirada por un segundo.
―Yo sé quién eres ―me dijo el vagabundo ahora sonriente. Estaba a punto de sacar la libreta, es algo que utilizo seguido porque no sé de qué vienen las personas la mayoría de las veces. En la libreta traigo a todo el mundo. Pero antes de decir algo, el limosnero me volvió a decir―: ¡Eres un político!
―Es por las fachas de seguro ―le dije jalando la solapa de mi traje. El indigente asintió complacido―. Se supone que con esto paso desapercibido…
―Es que tienes el olor de las ratas ―me dijo el sujeto andrajoso tocándose la nariz.
―¿Qué te parece si te invito unos tacos? ―le digo al vagabundo, cuyo semblante brilló de un segundo a otro. Le guiño un ojo―. Para regresarte el piropo… Digo, ni modo que te devuelva algo de lo que me robo, tú ni impuestos pagas…
―¡Unos de barbacoa! ―exclamó el pordiosero como si fuera un niño.
―¿A poco hay de otros?
El indigente saca de entre sus harapos unos cigarros Marble todos apachurrados y percudidos. Me ofrece uno y sin vacilar se lo acepto. Lo enciendo, mientras vamos al puesto de tacos, y me sabe a zacate seco, pero era mucho mejor que el menthol de los otros. El sujeto se sienta y pide su orden sobándose las manos.
―Es un honor poder comer con usted ―me dijo luego de que le trajeron su orden.
―Lo sé ―le respondo sorbiendo el cigarro.