Mazatlán.- Esta semana volví a ver la película Katyn (2007), del desaparecido Andrzej Wajda, el extraordinario director de cine polaco, autor entre muchas otras obras cinematográficas políticas, como el Hombre de Mármol, Danton o La Tierra Prometida; y por el valor histórico de aquella cinta, le mereció estar nominada en 2007 para recibir el Oscar, por ser considerada la mejor película de habla no inglesa.
Antes de comentarla quiero decir que la primera vez que vi la película fue en Salamanca; era estreno y pulsé en la atmósfera una cierta tensión en la sala; y es que España, guardando las proporciones, vivió su propio Katyn en la Guerra Civil, como bien lo registra la recién desaparecida Almudena Grandes en su novelística La Guerra Interminable.
Esta película, basada en el libro post mortem: The Story of Katyn, del escritor Andrzej Mularczyk, narra uno de los mayores crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, y contra los ciudadanos de un país con el que no había una declaración de conflicto armado.
Se trata de un asesinato en masa, entre abril y mayo de 1940, por la policía secreta soviética, la temible NKVD, que ejecutó a más de 22 mil miembros del estamento militar, profesional e intelectual.
A todos ellos se les dio un tiro en la cabeza, con pistolas alemanas en el bosque de Katyn, ubicado a 400 kilómetros de Moscú; y ahí fueron cayendo uno a uno, en las fosas que habían sido excavadas ex profeso, para guardar en ellas uno de los peores secretos de la era estalinista.
Sin embargo, durante la época de la Guerra Fría, el mundo occidental no dejó de preguntarse por el destino de esos 22 mil polacos que fueron detenidos, principalmente en Varsovia y Cracovia; inclus, el presidente polaco Wladyslaw Sikorski, en 1943 se entrevistó con José Stalin, para saber del destino de sus compatriotas; y aquél, sobándose el bigote, le mintió, diciéndole que habían huido hacia Manchuria, una región que está a más de 6 mil kilómetros de la capital rusa.
Ese mismo año, Sikorski y su hija extrañamente murieron en Gibraltar, luego que el avión en el que viajaban se estrelló. La causa probable de esas muertes fue que el presidente Sikorski no se tragó la mentira de Stalin, y en el Kremlin temían que fuera puesta en entredicho la “verdad oficial”, puesta en circulación de que no había sido la NKVD la que había cometido la masacre, sino los nazis, quienes llegaron después de ellos a Polonia.
Wajda pone en el centro de la película a las mujeres polacas, que de la noche a la mañana se habían quedado sin padres, hijos, hermanos y amigos.
Es la historia de una espera sin retorno; y más cuando al final de la guerra, Polonia quedó bajo el control de los soviéticos, como uno de los satélites de Moscú en Europa del Este, hasta 1982, cuando estalla el movimiento sindical de Solidaridad, que con su líder Lech Walesa derribó el régimen comunista encabezado por el general Wojciech Jaruzelski.
En esa espera se entretejen historias de madres que lloran por sus hijos desaparecidos; esposas que siempre están alertas para recibir alguna noticia, por más cruenta que fuera, como siempre sucede con las familias que tienen un desaparecido –ayer y hoy–, por todo aquello que pudiera renovarle la esperanza; los hijos e hijas que acompañan a sus familias en ese duelo sin desenlace por décadas y donde ven estoicamente el tiempo que les hace perder la esperanza y la subsecuente fragmentación familiar, entre aquellos que buscan cerrar ese pasado ominoso y quienes, fieles a la verdad, van hasta el final en esa búsqueda.
En la película hay un pasaje donde una joven polaca es detenida por el “delito” de haber mandado hacer una lápida de su hermano (quien había sido asesinado en Katyn), con la osadía de grabar en ella la fecha de su muerte, cuando aquella correspondía a la estancia rusa en Polonia.
Los servicios de inteligencia del comunismo polaco detectaron esa minucia, y fueron al panteón a detener a la joven; y le pusieron sobre la mesa una carta, donde acusaba a los nazis de la muerte de su hermano; la respuesta de ella fue negativa; y en ese momento, donde se pone en juego la vida, le respondió al oficial: “Si los nazis no pudieron convencerme en 5 años, usted, oficial, ¿cree lograrlo en 5 minutos?”
Estos actos de dignidad humana, que siempre están detrás de las grandes tragedias humanas, son suficientes para seguir creyendo en la especie humana; y por eso –bien lo sabía Wadja–, había suficientes motivos para registrarlos en su película, en su obra, muy emparentada con la gran novela 1984 de George Orwell.
Cualquier semejanza de esta obra con nuestra realidad de fosas, será mera coincidencia en una equidistancia de la maldad humana.
Recomiendo ampliamente ver la obra de Wajda en Youtube, donde se encuentran la mayoría de sus películas.