Se cuenta que, por alguna razón, Newton no estaba presente en el lanzamiento del desafío de Bernoulli, y no se enteró del concurso en ese momento.
Bernoulli esperó los seis meses, pero sólo Leibniz había encontrado la solución a uno de los dos problemas. Como las bases decían que el ganador debía resolver ambos, Bernoulli extendió el plazo por seis meses más, en la esperanza de que alguien consiguiera la solución al segundo problema. Transcurridos los siguientes seis meses, nadie pudo mejorar la solución de Leibniz al primer problema, y mucho menos resolver el segundo. Buscando una solución a los problemas, Johann comisionó entonces a Edmond Halley, quien era amigo de Newton, para que le entregara los dos problemas.
Cumpliendo con su encomienda, el 29 de enero de 1697, Halley visitó a Newton y le entregó la carta de Bernoulli, conteniendo los dos problemas y la petición de que los resolviera. Newton dejó la carta sobre un escritorio y despidió rápidamente a Halley, explicando que “luego echaría una ojeada a los problemas”.
Los dos problemas que habían tenido ocupados a todos los miembros de la Royal Society durante más de un año, en los cuales habían fracasado matemáticos más notables de la segunda mitad del siglo XVII, los dos problemas de los cuales Leibniz sólo había encontrado una tortuosa solución para uno de ellos, ¡fueron resueltos por Newton en diez horas!
A las cuatro de la mañana del día siguiente los tenía listos, y a las ocho envió sus soluciones en una carta sin firma al presidente de la Royal Society. Sus soluciones era perfectas y elegantes, pero fueron publicadas en forma anónima en el número de febrero de 1697 de Philosophical Transactions. Newton había resuelto en una noche dos problemas que a cualquier otro matemático le hubiesen llevado la vida entera.
Bernoulli, impresionado por la elegancia de las soluciones de Newton, no tuvo dificultad en identificar al autor: “Es Newton”, afirmó. “¿Cómo lo sabe?”, le preguntaron. “Porque reconozco las garras del león” (Ex ungue leonis).