GOMEZ12102020

Las garras del león, o la huella de un genio
José Ángel Pérez

Monterrey.- En 1696, Johann Bernoulli, uno de los patriarcas de la célebre y controvertida dinastía de físico-matemáticos de Basilea, Suiza, los Bernoulli, planteó ante los matemáticos de la Royal Society de Londres dos problemas matemáticos. Se trataba de una especie de concurso. Johann ofreció como premio, a quien fuese capaz de dar las soluciones de ambos problemas, un libro científico de su biblioteca personal. Estableció un plazo máximo de seis meses para presentar las soluciones y se puso a esperar. Entre los participantes se encontraban: Robert Hooke, matemático y curador de experimentos en la Royal Society de Londres, inventor del primer telescopio de refracción e impulsor del empleo del microscopio en la investigación (los estudiantes de secundaria lo recuerdan por la famosa Ley de Hooke, que determina los estiramientos de un resorte); Sir Edmond Halley, físico, matemático y astrónomo, investigador de la periodicidad de los cometas, descubridor del famoso cometa que nos visita aproximadamente cada 75 años y que lleva su nombre (la última visita del cometa Halley fue en 1986, y volverá en el 2062); Gottfried Leibniz, coinventor, junto con Newton, del cálculo infinitesimal (lo desarrollaron independientemente y sin colaborar entre sí; la diferencia estuvo en que Leibniz lo publicó de inmediato, y Newton no lo hizo hasta mucho después); Christiaan Huygens, quien ideó la Ley de la Gravitación Universal antes que Newton, pero que nunca se decidió a desarrollarla y mucho menos a publicarla (en ciencias, el mundo es de los aventados).

Se cuenta que, por alguna razón, Newton no estaba presente en el lanzamiento del desafío de Bernoulli, y no se enteró del concurso en ese momento.

Bernoulli esperó los seis meses, pero sólo Leibniz había encontrado la solución a uno de los dos problemas. Como las bases decían que el ganador debía resolver ambos, Bernoulli extendió el plazo por seis meses más, en la esperanza de que alguien consiguiera la solución al segundo problema. Transcurridos los siguientes seis meses, nadie pudo mejorar la solución de Leibniz al primer problema, y mucho menos resolver el segundo. Buscando una solución a los problemas, Johann comisionó entonces a Edmond Halley, quien era amigo de Newton, para que le entregara los dos problemas.

Cumpliendo con su encomienda, el 29 de enero de 1697, Halley visitó a Newton y le entregó la carta de Bernoulli, conteniendo los dos problemas y la petición de que los resolviera. Newton dejó la carta sobre un escritorio y despidió rápidamente a Halley, explicando que “luego echaría una ojeada a los problemas”.

Los dos problemas que habían tenido ocupados a todos los miembros de la Royal Society durante más de un año, en los cuales habían fracasado matemáticos más notables de la segunda mitad del siglo XVII, los dos problemas de los cuales Leibniz sólo había encontrado una tortuosa solución para uno de ellos, ¡fueron resueltos por Newton en diez horas!

A las cuatro de la mañana del día siguiente los tenía listos, y a las ocho envió sus soluciones en una carta sin firma al presidente de la Royal Society. Sus soluciones era perfectas y elegantes, pero fueron publicadas en forma anónima en el número de febrero de 1697 de Philosophical Transactions. Newton había resuelto en una noche dos problemas que a cualquier otro matemático le hubiesen llevado la vida entera.

Bernoulli, impresionado por la elegancia de las soluciones de Newton, no tuvo dificultad en identificar al autor: “Es Newton”, afirmó. “¿Cómo lo sabe?”, le preguntaron. “Porque reconozco las garras del león” (Ex ungue leonis).