Mazatlán.- Cada vez suele escucharse más que el presidente López Obrador niega con palabras, lo que pretende provocar en la realidad.
El martes pasado se reunió con los 11 miembros del Consejo General del INE y celebró que la “conversación” haya ocurrido para “trabajar en forma coordinada cada uno, en el ámbito de sus competencias, pero con el propósito de hacer valer la democracia en el país ...que no dependa ni del Gobierno, ni de grupos oligárquicos”
Sólo habría que aclararle al Presidente la falsedad de ese dilema, el INE se debe a la Constitución y a la ley electoral.
No obstante, me quedo con la expresión “hacer valer la democracia”. Y me asalta la pregunta: ¿qué entiende el Presidente por democracia? Ha dicho en forma binaria que debe haber más demos (pueblo) y menos kratos (gobierno).
Sin embargo, uno no es inteligible sin el otro, a lo que se puede aspirar es lograr un punto de equilibrio virtuoso como sucede con las democracias consolidadas. Pero ¿podemos decir que tenemos un Ejecutivo que cede poder al pueblo? ¿Que todos sus actos públicos son una pérdida paulatina del gobierno? o acaso, ¿no estamos viendo todo lo contrario?
El Presidente se mete en todo. Opina y actúa, en nombre del pueblo, contra la Corte, los tribunales, la Judicatura y los órganos autónomos. Opina y actúa en nombre del pueblo contra del sistema de partidos, los empresarios, los medios de comunicación, la sociedad civil. Vamos, opina y actúa en nombre del pueblo dentro de su partido.
Acabamos de verlo en el acto del Consejo Nacional de Morena donde se habló de ejemplo de democracia, cuando fue un acto protocolario, para legitimar un mecanismo de consulta destinado a que el subterfugio de elección del “Coordinador Nacional del Movimiento” salga conforme lo previsto.
Es decir, que su candidata salga airosa en una encuesta que deja más dudas que certezas y el resto de las “corcholatas” tengan que aceptar con una sonrisa de resignación. O mejor, con un premio de consolación, que está ofrecido para los miembros de esta simulación que queden en segundo y tercer lugar.
Ante este simulacro democrático tenemos las primeras reacciones por considerarlos actos anticipados de campaña y porque atentan contra el principio de equidad en la competencia.
El partido Movimiento Ciudadano ha levantado la voz y ha recurrido ante la Sala Superior del TEPJF este acto del Consejo Nacional de Morena y, seguramente, lo harán también los partidos de la alianza “Va por México” y, veremos, si los magistrados actúan en consecuencia de manera que se restablezca la legalidad y vayamos a elecciones democráticas.
Aunque no hay que pecar de ingenuos no se va a parar esto que empezó el domingo pasado o mejor mucho antes. Y es que el argumento, mejor el eufemismo, es que no se elige candidato o candidata sino “coordinador nacional del movimiento” está demostrado en los ejercicios estatales el “coordinador” siempre termina siendo el elegido y, ante ese manejo truculento, poco han podido hacer el INE, los institutos estatales y los tribunales.
Y aunque todo parece estar amarrado por el Presidente, en política democrática el todo siempre será “quizá”, quizá resulte el elegido por el “dedo” presidencial, quizá mantenga cohesionadas a las “corcholatas”, quizá gané la elección constitucional y quizá, asuma el cargo de presidente o presidenta.
La gran incógnita es el comportamiento electoral de la ciudadanía. Y aquí hay dos escenarios confirmados en elecciones previas. En las elecciones federales de 2018, con una gran expectación ciudadana, salió a votar el 63.42% de los casi 90 millones registrados en la lista nominal favoreciendo ampliamente al candidato de la coalición “Juntos haremos historia”; en cambio, en las elecciones intermedias de 2021, la participación fue de 52.6% de los casi 94 millones con credencial de elector y la nota relevante fue la pérdida de 8 millones de votos de la alianza “Juntos haremos historia”.
Entonces, de frente los comicios de 2024, cabría la pregunta ¿cuál de los dos escenarios será el que se impondrá: el de arrastre obradorista de 2018 o el del reflujo de 2021? Cada elección es distinta, no sé discute, tiene sus singularidades.
Sin embargo, los recientes comicios del Estado de México y Coahuila, más allá de quien ganó cada contienda, aporta un elemento preocupante: el abstencionismo, que fue de 51 y 44 por ciento, respectivamente, Y eso habla de desafección hacia el sistema de partidos. De cansancio democrático. De ineficacia del partido gobernante y de la oposición.
Claro, alguien tendrá que ganar en 2024, así sea con los mínimos de legitimidad racional (Weber, dixit). Y en ese escenario de debilidad democrática todo indica que favorece al partido gobernante gracias no al perfil de sus candidatos sino a la política clientelar de los programas sociales.
Eso también tendrá que ver con la calidad de la oposición, y en especial de su candidato o candidata, de lo que ofrezcan a los ciudadanos y los indecisos que están en el bloque de los abstencionistas o, mejor, más allá de la desafección si se activa el resorte de seguridad de que lo que está en juego no solo es la Presidencia de la República sino algo más sustantivo la sobrevivencia de la democracia o la acentuación del autoritarismo.
Estos dilemas ya han ocurrido. Y hoy flota en la atmosfera de los ciudadanos y, probablemente, está en las prisas de Palacio Nacional. En las ganas de construir un candidato o candidata exitosa. Que vuelva a movilizar a los de 2018.
Pero Ebrard y Sheinbaum no son, ni de cerca, aquel AMLO, ni tampoco la de hoy es la misma circunstancia. Por eso, AMLO, mete el pie, las manos, el cuerpo, en el proceso interno de Morena e intentara hacerlo en el proceso electoral y para ello busca tener bajo control al mal llamado “nuevo” INE, que repito se debe a la Constitución y a la ley.
En definitiva, la del presidente es una apuesta audaz porque el INE y el TEPJF podrían imponer sanciones; las “corcholatas” podrían rebelarse; los ciudadanos votar en contra y tomar consciencia del dilema en que se encuentra la República y si la gente sale a votar como lo hizo en 2018 y lo hizo en 2021, la elección de Presidente y del Congreso de la Unión, no lo dude, estará marcada por la incertidumbre. En ese momento, se podrán imponer los hechos a las palabras. Al tiempo.