Mazatlán.- No cabe duda de que somos un país al que fácilmente se le engancha mediáticamente con cualquier distractor, para no hablar de lo que realmente es lo de fondo. ¿Será que tenemos detrás la cultura sentimental que nos dejó la virgen de Guadalupe, o Pepe El Toro?
Ocurrió, la enésima vez, en la inauguración del nuevo aeropuerto Felipe Ángeles de la Ciudad de México, donde apareció una señora vendiendo sus tlayudas –aunque hay quienes dicen que son doradas de Toluca– y esto lo registró la prensa como una anécdota que rápidamente escaló y se volvió una suerte de trending topic; de manera que el aeropuerto, si bien no llegó a opacarse, sí compartió menciones en la TV, los platós, redes sociales.
El presidente y otros salieron en defensa de las tlayudas, que las llevaron a un estatus hasta ahora desconocida en la alta cocina mexicana; y otros simplemente la utilizaron para exhibir las prisas que llevaron a la inauguración fijada por el ejecutivo federal y mostraron la falta de establecimientos de alimentos, incluso de agua en los baños.
Hay quienes incluso utilizaron el tema para hacernos una verdadera disertación doctoral filosófica sobre tlayudas, racismo y blanquitud, como sucedió con el colega Fabrizio Mejía, en las páginas digitales de Sinembargo.mx y provocó sofoco en más de alguno.
Quizá como nunca, lo irrelevante cobra sentido político y se vuelve una arena más de las batallas que sostienen los obradoristas contra los no obradoristas, como si en cada una de ellas se jugara la defensa de la patria.
No vale aquello de que en política hay que escoger las batallas –aun las mediáticas– no batirse en duelo en infiernitos, porque cuando eso sucede, pregunto: ¿qué se deja para las buenas batallas, que sí obligan a poner todas las neuronas en el asador de los argumentos?
Que así suceda se explica en buena medida por el grado de crispación en el que nos encontramos, sea por el que se atiza desde el púlpito presidencial, desde los grandes medios de comunicación, o los opinadores que estamos en los medios electrónicos o en los escritos.
Y cuando se llega a ese nivel de discusión de lo público, estamos ciertos de que ganamos y perdemos batallas personales, pero es escasa la contribución que hacemos a la vida pública.
La tarea del presidente, como bien lo decía Alejandro Páez, en una de sus leídas columnas, no es si Carmen Aristegui o Loret de Mola son de derecha, si trabajan o no para quienes son dueños de las empresas en que se desempeñan como periodistas, sino es ver y actuar sobre la pobreza, el desempleo, la inseguridad; o sea, los grandes temas nacionales.
Pero hoy el foco no está ahí, está en la atmósfera de las rencillas reales o ficticias, en los humores del día o las noches de insomnio, que luego se reflejan en la jornada mañanera o en las declaraciones banqueteras, y de ahí el hilo de los medios de comunicación y los opinadores de uno y otro bando.
Por eso el tema de las tlayudas produce algunas sonrisas socarronas, burlescas, por el pobre nivel de debate público.
La manera en que nos acabamos en infiernitos pensando, algunos, que han descubierto el agua tibia de nuestras pulsaciones antropológicas, venales contra el otro y no se dan cuenta que es simple y llana gasolina –con lo cara que está– que se desperdicia echándola al fuego de lo público.
Y si hoy son las tlayudas oaxaqueñas, mañana podrían ser los tlacoyos tlaxcaltecas, las ricas tortas capitalinas, o los tacos de sesos o de ojo de Guadalajara, para reflexionarlos desde Platón hasta Aristóteles, o los nuevos filósofos franceses.
Habría que darle la vuelta a este desvarío intelectual y no querer encontrarle las chichis a las culebras; los temas de fondo son los que todos directa o indirectamente estamos sufriendo, porque la pobreza, si bien golpea severamente al segmento mayoritario de la población, nos alcanza al resto a través de múltiples formas; igual, la inseguridad no es de tal o cual sector social, es de todos los que vivimos en cualquier lugar del país; y así podríamos enumerar cada uno de los grandes problemas nacionales.
Entonces, quizá cambiando de chip y relato, salgamos de las coordenadas de los ricos bocadillos mexicanos, para enfocarnos en lo sustantivo, aunque se enoje Platón y se molesten los nuevos filósofos.
O mejor: los seguidores de la santa virgen de Guadalupe y el buenazo de Pepe El Toro.