Monterrey.- Recuerdo aquella mañana con la memoria del cuerpo. Aún es difícil expresar con palabras que son piedras ante el río de las emociones. Pero sabernos aquí es un canal de contención para sentir en colectivo, y me anima a describir lo vivido el 9 de marzo de 2012 a las 7 de la mañana, hora a la que empezaba mi jornada docente.
Al llegar, percibí a la Facultad de Filosofía y Letras como entre neblina, pesados vapores que humedecían la piel. Los amaneceres llegaban más tarde, casi a las 7:30, así que la oscuridad era parte del escenario que sólo hacía más difícil reponernos de la trágica noticia: habían baleado a un estudiante de Sociología; Suri, le decían.
Creí que no encontraría a nadie en el salón, tenía la esperanza de que así fuera. No fue de ese modo; como siempre, el salón estaba lleno. Es común ver grupos de la carrera de Educación de más de 30 estudiantes. Francamente, no sabía qué hacer. Aunque me daban ganas de decir, en términos de instrucción, que fueran a donde se estaban convocando quienes conocían a Suri, para vivir el duelo de una “baja” más de la guerra que había iniciado unos años antes en nuestro país, no podía hacerlo; ¿cómo sabría yo cómo vive el dolor cada pesona? Apenas pude decir que, si alguien deseaba salir del salón para asistir al lugar del encuentro, así lo hiciera. Sólo Alejandra se levantó; en llanto, cruzó la puerta. Me agradeció diciendo que Suri era su amigo. Llevaba flores en sus manos.
Quienes nos quedamos en el aula estuvimos en silencio por un rato. Fue quizás la ansiedad la que me llevó a romperlo; y pregunté: ¿cómo se sienten? ¿Qué sienten ante esto?
Era imposible iniciar clase en esas condiciones, sólo un robot podría haber empezado a trabajar otros contenidos, los superficiales y banales contenidos de un programa académico, frente a lo que realmente importaba. La respuesta sólo hizo más profundo el vacío que impedía la respiración en el lúgubre lugar en que se había convertido la Facultad. Lo que varias personas contestaron fue un grito ahogado: impotencia.
Jóvenes que en promedio tenían 21 años (era el décimo semestre de la licenciatura), se sentían sin poder. Comprendí. Yo me sentía igual y, al mismo tiempo, sabía que era urgente hacer algo ahí, en ese momento. Conversar era algo.
En diálogo con el grupo, fui capaz de expresar que hay cosas que sí podemos hacer, y una de ellas es decir, decirnos… cómo nos sentimos, por ejemplo. Otra es escuchar cómo se sienten los demás.
Y ahora lo confirmo: decirnos y escucharnos son dos puertas que nos abren un sinfín de posibilidades. La impotencia, cuando compartimos sentirnos así, se desvanece al realizar actos como éste: convocarnos, reunirnos y hablar. No dejar pasar.
Por Suri. Por la memoria.
* Texto leído por la autora, en el Homenaje por los 10 años de la muerte de José Fidencio (Suri) García Neri (Plaza de los Poetas, Facultad de Filosofía y Letras, Ciudad Universitaria, 9 de marzo de 2022).