GOMEZ12102020

Los años de plomo de Hugo Esteve Díaz: romper el silencio
María de Alva

Monterrey.- Los años de plomo de Hugo Esteve Díaz abre un doloroso capítulo de nuestra historia nacional, que además ha sido lugar de silencio, de secreto y tabú. La desaparición forzada de miembros de la guerrilla urbana por fuerzas policiacas y militares, así como el lastimoso secuestro o bien, asesinato de diversas personas por los grupos armados deja un vacío en los familiares que atestiguaron esa violencia. La falta de respuesta y de justicia en ambos lados de la moneda acabó por dejar abierta esa herida, en medio del disimulo colectivo, sin saber qué hacer. La represión terrible contra jóvenes en México durante el 68 y luego, el Halconazo en el 71, generó que diversos grupos estudiantiles se radicalizaran formando células guerrilleras en su mayoría urbanas, aunque también rurales, como fue el caso en Guerrero. La vida nacional fue trastocada en su lugar más íntimo. En un contexto más amplio, lo que sucedía en México también era reflejo de lo que fue la Guerra Fría en el mundo con sus dicotomías divididas entre capitalismo y comunismo, ambas convertidas en malas palabras para sus detractores.

Hugo Esteve Díaz, ya nos había dado antes su libro de investigación de 2013, Amargo lugar sin nombre. Crónica del movimiento armado socialista en México (1960-1990), que logra documentar, tras la apertura de archivos con la entrada de la democracia en México, este episodio histórico. Es en este contexto que saca a la luz ahora la novela, Los años de plomo es el resultado literario de toda esa historia silenciada que se dibuja en su primer libro y aquí cobra vida a través de los personajes.

Desde el inicio, el autor nos advierte que “Esta es una historia que no se narra tal y como fue, sino cómo pudo haber sido. No se trata de una novela histórica, ni mucho menos biográfica. Porque, a pesar de las coincidencias, ninguno de sus personajes es real. Se trata de una historia que pretende ser sólo lo que es: una novela de ficción”. Y, sin embargo, constantemente a lo largo de sus páginas adivinamos a los personajes históricos detrás de los ficticios. Manuel Nazario Herro, el terrible policía de la Dirección Nacional de Seguridad es némesis de Miguel Nazar Haro, de la Dirección Federal de Seguridad. Luciano es Lucio Cabañas en la vida real, Maya Valencia es usado en vez de Moya Palencia, quien fuera Secretario de Gobernación y el Presidente Raúl Echegaray Ávila es en realidad, Luis Echevarría Álvarez, por sólo nombrar algunas coincidencias. Incluso, los alias de los guerrilleros se parecen a la versión verídica, por ejemplo, el regiomontano Ignacio Olivares Torres cuyo apodo es Sebas se convierte en Sabas dentro de la novela. Y como en la vida real, está atado a un atentado en Guadalajara que cobró la vida del empresario Fernando Aranguren, aunque el destino final de Olivares Torres es mucho más cruel en el reino de este mundo, cuando su cuerpo muerto fue lanzado con señas de tortura en un descampado. Cuando los políticos hablan de la señora incómoda de Monterrey, se refieren a Doña Rosario Ibarra de Piedra, que nunca pudo recuperar a su hijo, Jesús Piedra. Así, realidad y ficción se conjuntan dentro del texto con un guiño al lector para decirle entre líneas, que lo que lee puede ser ficción, pero que se parece mucho a lo que fue la vida nacional de esos tiempos, los años de plomo de los que habla el autor.

La novela rasga el pacto de silencio que hubo entonces, de eso no se hablaba, en México no pasaba eso que ocurría en Chile o en Argentina. Aquí la paz revolucionaria impulsada por el partido institucional, justificaba todo. El silencio se impuso también en la prensa cuando salió Julio Scherer del Excélsior y se nombró a Regino Díaz Redondo como director editorial para controlar al periódico más importante de entonces. Otro tema más que queda tras bambalinas entre las conversaciones de las oficinas de gobierno en este texto.

Pero, ¿qué es esta novela que entre sus páginas igual se adivinan dibujos, que fichas policiacas, notas periodísticas, entre otros papeles? La realidad, aunque sea supuestamente falsa, debe ser documentada, dicha comprobación es piedra angular de todo aquello que no fue capaz de decirse. Honoré de Balzac decía que “la novela es la historia privada de las naciones; todo aquello que no ocurrió, pero sí sucedió,”. Y así es aquí, todo eso que está en el traspatio, en el cuarto de atrás, en una oficina de luz mortecina, en un centro clandestino de detención y tortura. Tal vez no podamos saberlo todo, pero quedan resquicios de esos tiempos, huellas que buscamos detrás de cada archivo, de cada nombre sepultado, de cada búsqueda, entre las víctimas tanto de los desaparecidos y torturados, como de las familias que quedaron desechas por un asesinato de un grupo guerrillero. Qué. Quién. Dónde.

“Hasta que vuelvas” es la canción de José José con la que abre la novela. Hasta que vuelvas. A ese que espero, a ese que me fue arrebatado. Si en la película “Roma” de Alfonso Cuarón, tenemos “La nave del olvido” que lo cubre todo con su manto gris de indiferencia, aquí la voz del Príncipe de la Canción exige la vuelta. Hay otras canciones, claro, “Revolution” de los Beatles o “We Shall Overcome” en la voz de Joan Baez, son las canciones de guerra, las canciones de lucha y de marcha.

Nos dice Hugo Esteve en este libro que Montesquieu consideraba que era “feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento”. Pero eso nunca ha sucedido en este país, porque México nunca ha tenido una historia fácil. También nuestros políticos tienen su Garganta Profunda y su Vietnam y su guerra civil continua, incluso hasta nuestros días, donde en los últimos años se ha enfrentado ideológicamente a nuestro pueblo. Y siguen habiendo desaparecidos, torturados, muertos.

En algún momento del texto un personaje se pregunta qué es mejor: si “tolerar la tortura y asegurar la racionalidad del Estado o evitarla y provocar que se vulnere la seguridad del Estado”. ¿Por qué es necesario tomar una de esas dos salidas? ¿por qué una y otra vez se le impondrá a México escoger entre ambas cosas? Los años de plomo desbarata las piezas de un engranaje perfecto y aceitado que se construyó hace muchos años. Al leerla, el lector es partícipe de la revelación de todo eso que fue escondido. Leerla es construir una ciudadanía más auténtica, abierta y plural, es dar cuenta de lo que no se dijo, para así dar voz a los que no la tuvieron.

Profesora de literatura en el Tec de Monterrey y escritora.
** Texto leído en la presentación en la Casa del Libro, 6 de diciembre de 2021.