Monterrey.- Hablar de música colombiana en Monterrey es un tema que ha adquirido mucha relevancia luego de la proyección de la película: “Ya no Estoy Aquí”, no obstante tiempo atrás hay mucha historia. Época donde los aspectos de la cultura regio-colombiana llegó como algo novedoso y como tal, todo intento de abordaje significaba entrar en un terreno pantanoso.
Ya desde la década de los años ochenta había irrumpido Celso Piña a la escena musical regia, seguido de agrupaciones como Los Amaya, Octubre 82, Demanda Colombiana y otros más.
A esta lista se le unirían conjuntos como Misión Colombiana, Tropa Colombiana, Los Vallenatos y Escuadrón M 19.
Además, las agrupaciones de Colombia gravitaban en el universo especial de esta sub-cultura juvenil quienes comenzaban a conformar un modo de agregación que se diferenciaba de las otras grupalidades en Monterrey y su área Metropolitana.
En los barrios y colonias, la escasez que caracterizaba a las familias y el consumo de música colombiana emergen como dos factores que prenden entre la chaviza y que paulatinamente se ve traducido en una cultura juvenil incipiente que abarca formas de vestir (facha), formas de baile, peinados, lugares de convivencia y medios de circulación y reproducción de la música colombiana, todo ello teniendo como soporte identitario previo a los cholos de la frontera norte, como una forma de agregación.
Poco a poco, sucede un proceso de transculturación por parte de la cultura chola a la cual de una forma lenta se le fueron vinculando elementos que a la larga conformarían la identidad regio-colombiana,
Las estampas citadinas de los jóvenes portando sus grabadoras en los camiones urbanos fueron una de las imágenes muy comunes en ese Monterrey de los años ochenta. Estas postales de alguna manera las podríamos identificar como una música de clase. De hecho, ya en esta época a los grupos de jóvenes esquineros, que en algunos casos integraban pandillas se les comenzó a llamar “colombianos” por la música que escuchaban, un término a todas luces equivocado y que fue tomado por el imaginario colectivo para denominar a los muchachos que gustaban las cumbias y vallenatos.
El gusto por esta música era tal que literalmente la escuchaban todos los días. Ante la imposibilidad de acudir a los bailes y lugares donde se tocaba esta música, algunos grupos de chavos comenzaron a conformar sus propias agrupaciones musicales.
Eran autodidactas y dado que el acordeón fue un elemento fuerte, punto de unión entre las tradiciones musicales del noreste de México y el norte de Colombia, el proceso se dio de una manera rápida. Ante la carencia de una herencia cultural que vinculara totalmente a ambas tradiciones culturales, salvo el acordeón, los chavos fueron aprendiendo sobre la marcha, del mismo modo como lo hizo Celso Piña.
En este escenario, la banda comenzó a conformar sus propios grupos musicales y hasta se dieron a la tarea de elaborar sus instrumentos musicales. Las percusiones se hacían con latas de aluminio vacías. Algunas tumbas se elaboraron con recipientes de plástico de mayor tamaño. Las guacharacas eran elaboradas con tubos a los cuales se les hacían horadaciones. Ese era el conjunto típico de barrio el cual era integrado por cinco o seis integrantes.
No solo era el barrio su principal escenario, ya que en la música colombiana vieron una ventana de oportunidad para mostrarse y ganar dinero, por lo que bastantes grupos de chavos salían de sus barrios para interpretar sus canciones en el transporte urbano. Un medio que los dotaba de movilidad y reforzaba su identidad grupal. Esa imagen se convertiría en una de las estampas citadinas de Monterrey y su área metropolitana.
Ajenos a las instancias oficiales, estos grupos comenzaron a ser el sello distintivo de muchos sectores de la ciudad, principalmente aquellos conglomerados habitacionales densamente poblados o bien los cinturones de miseria.
Pasaron los años y los funcionarios de los municipios se percataron de esta peculiar forma de agregación juvenil y algunos se dieron a la tarea de idear una manera de acercar a estos grupos sin que se perdiera su identidad. Vale aclarar que desde esa época los jóvenes portadores de ese modo de adscripción se les estigmatizaba por el solo hecho de su gusto por la música colombiana, situación que persiste hoy en día.
Fue hasta principios de los años noventa cuando se lanzó la convocatoria para la realización de un concurso de música colombiana, como una forma de llegar a las masas juveniles.
Daniel Alcocer Cruz, fue sub director de juventud en la administración de Benjamín Clariond, quien narra toda la serie de acción que se llevaron a cabo con estos grupos musicales de barrio.
“Ya instalado en el puesto y con una línea de acción muy definida la cual se basaba en la participación de los jóvenes en la ejecución de las políticas juveniles fue que empezamos a planear algunas actividades. Teníamos muy buena relación con la Dirección de Juventud de la CONADE (Comisión Nacional del Deporte) y desde allá nos pidieron que los apoyemos para organizar clubes juveniles en las colonias más populares”.
Para Alcocer la labor no era fácil ya que significaba entrar a lugares donde muy poca gente había entrado y solamente lo hacían para atender algunos problemas de la población. En este caso era ir con los muchachos de esos sectores, donde proliferaban las pandillas, grupos que literalmente mantenían en estado de sitio a estas comunidades.
Alcocer detalló: “Nosotros contábamos con muy poco personal y presupuesto para trabajar intensamente en las colonias, nuestro alcance era limitado por lo que fruto de la observación nos dimos cuenta que muchos jóvenes estaban organizados por medio de la música”.
El ex funcionario sostiene que en ese tiempo eran dos las principales formas de organización informal de los jóvenes: el deporte y la música.
“El deporte la verdad no nos correspondía por lo que decidimos aprovechar la organización juvenil por medio de la música. Así surge la idea de convocar a los jóvenes para un concurso de música colombiana”.
Comentó que: “Me tocó acompañar a un grupo de jóvenes que cantaban en los camiones hasta su territorio en la Colonia Felipe Carrillo de Escobedo y me mostraron la libreta en la que apuntaban lo que a diario ganaban y como se lo repartían. La verdad pensé que, si eso no era organización juvenil, ¿entonces que era? y fue así que surge esta idea”.
La agrupación que conoció Daniel Alcocer eran nada más y nada menos que Los Lobos de este sector, en su momento fueron una de las pandillas más temidas del rumbo que comprendía las colonias Celestino Gasca, Felipe Carrillo y Fomerrey 9.
En entrevista reciente, algunos integrantes de esa agrupación recuerdan.
“Tocábamos en los camiones y lo que juntábamos era para nosotros y para comprar instrumentos. A los vecinos no les gustaba el ruido y nos corrían de las banquetas y por eso ensayábamos en las vías del tren.
“Ya al paso del tiempo muchos se fueron casando, otros se pusieron a trabajar, para 1994 el grupo se desintegró, pero eso si tocamos en fiestas y bodas, fuimos a varios concursos y nunca nos tocó ganar, pero ahí andábamos, al pie del cañón”, relató uno de aquellos integrantes de Los Lobos de la Cumbia.
Alcocer Cruz recuerda que fueron tres las metas de los concursos de música colombiana:
1.-Identificar grupos juveniles organizados por medio de la música en colonias populares.
2.-Establecer un canal de comunicación con estos grupos a fin de darles a conocer los programas que el gobierno municipal y las ONG les podían proporcionar.
3.- Empoderar a estos grupos como protagonistas, ellos no iban a acudir pasivamente a escuchar su música, ellos serían las estrellas.
El concurso en si fue un éxito total al grado que superó las expectativas pues el número de grupos inscritos eran muchos, máxime si contamos con el apoyo del periódico El Sol que lanzó la convocatoria y tuvimos una muy buena respuesta. “Roldán Trujillo en ese tiempo apoyó con todo y nos vimos en la necesidad de llevar a cabo el concurso en varias etapas. La sede fue en la Alameda que lució un lleno total en las cuatro fases del certamen. La final se trasmitió en vivo por el Canal 28, algo inédito en ese tiempo ya que estos espacios estaban un poco alejados de este tipo de identidad juvenil”, recuerda Daniel Alcocer.
El grupo ganador fue un grupo de Sierra Ventana quienes fueron apadrinados por el mismo Celso Piña en ese lejano 1992.
Al alcalde le interesó mucho la estrategia y nos apoyó con todo lo que se necesitó, durante la administración municipal y logramos hacer dos concursos en la Alameda Mariano Escobedo, que era lugar neutral y durante el desarrollo del certamen les llevamos los módulos de información que a los chavos les podía interesar como becas, bolsa de trabajo, prevención de adicciones, etc.
“Fue mucho el interés de Benjamín Clariond por el programa con este tipo de jóvenes que nos invitó a encabezar la Dirección de Juventud en el estado cuando fue nombrado Gobernador sustituto de Sócrates Rizzo”, comentó Alcocer.
Durante ese lapso se llevaron a cabo entre 1996 y 1997 dos concursos más en las instalaciones del Gimnasio Nuevo León, que lució completamente lleno.
En uno de esos concursos resultó ganador el grupo Brisa Colombiana de Santa Catarina.
Lorenzo Encinas