Ciudad Juárez.- En 1929 José Vasconcelos fue candidato a la presidencia de la República y “perdió” las elecciones contra un aparato electoral del gobierno recién creado, el Partido Nacional Revolucionario. Convocó entonces a las armas contra el fraude y se marchó del país. Nadie hizo caso al patético llamamiento, por angas o por mangas y su autor se hundió en la amargura política, denostando las mayorías, considerando que el pueblo mexicano no lo merecía. Sus frustraciones pronto lo llevaron al fascismo.
Traigo a colación esta actitud, a raíz de que he leído varios artículos y escuchado distintas intervenciones de intelectuales tenidos por los más lúcidos críticos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y me da la impresión de que se les está agotando el arsenal de argumentos. Advierto un empobrecimiento del discurso y hasta un dejo de resignación a la derrota. Cada vez incurren más en lo que llamaría el “síndrome Vasconcelos”, consistente en culpar al pueblo de México por lo que estiman sus erradas y erráticas decisiones. Héctor Aguilar Camín, por ejemplo, dice que contra toda evidencia, el presidente siempre afirma “que tiene otros datos”, pero, ha llegado a la conclusión que no es propiamente él quien los tiene, sino la sociedad misma. Es decir, López Obrador no hace sino recoger “los otros datos” de las mayorías. Son éstas las culpables de negarse a ver la realidad. La credulidad de los mexicanos hacia los dichos del López Obrador, dice Castañeda, tiene en el fondo una explicación antropológica, una especie de distintivo connatural de los votantes. Agrega que contando apenas con 24 años de democracia representativa, a partir de 1997, no hemos aprendido a comportarnos como ciudadanos, no sabemos cómo ser críticos. Macario Schetino, quien es autor de furiosos e insolentes artículos contra López Obrador, dice que los mexicanos somos como las ranas que colocadas en agua tibia, van cociéndose gradualmente sin advertir el aumento de la temperatura.
He leído innumerables escritos, desde los que contienen simples infundios o injurias (tipo Fernández de Ceballos), hasta aquellos que integran observaciones o comentarios de mayor calado por sus preocupaciones y fundamentos, como los que aluden al creciente papel de las fuerzas armadas en la administración pública. No he encontrado miga nueva, sino repeticiones y desmesuras. Muchas veces, afirmaciones gratuitas y aflojeradas, como las del jurista Sergio García Ramírez.
Arrastrados por la inquina y el odio, estos intelectuales críticos han sido incapaces de leer y advertir las transformaciones que vive México. Algunos de ellos, los que no estaban comprometidos con los regímenes del pasado reciente, podrían haber jugado un papel destacado como impulsores de los cambios, pero prefirieron plantarse en una cómoda oficina para señalar y magnificar errores, denunciar imaginarios atentados contra las libertades (de expresión, de cátedra, etcétera), presagiar catástrofes, dictaduras y hacerse las víctimas de persecuciones inventadas.
Les ha pasado de noche que en el país han sucedido y están sucediendo cosas importantes para la mayoría del pueblo mexicano en ámbitos muy variados: la ejecución de magnas obras por vez primera en más de medio siglo, el inicio de una nueva etapa en las comunicaciones por ferrocarril, la elevación a rango constitucional de novedosos derechos sociales, el progreso en la aplicación de políticas públicas con perspectiva de género e inclusión, la elevación de salarios reales, la democratización de los sindicatos, la lucha contra la corrupción institucional, el respeto invariable a las libertades, el inicio de un sistema bancario orientado al servicio popular, para mencionar sólo algunas de ellas.
¿Que cada una de estas transformaciones y realizaciones enfrenta problemas y desafíos enormes? Sin duda, pero no suficientes para arredrar. ¿Que en la ejecución de cada iniciativa y proyecto se han cometido y se cometen errores? Es cierto con evidencia y no podría ser de otra manera. Pero estos críticos aludidos, utilizan las fallas para descalificar la obra en su conjunto y buscar su fracaso. Es ésta una razón por la cual encuentran cada vez mayor aislamiento político, a pesar de su aparición constante en los medios de comunicación.
Andrés Manuel López Obrador se ubica, según mi parecer, en el sitial de los estadistas, gobernantes con un proyecto de largo aliento y vocación transformadora, condición que desde Lázaro Cárdenas no alcanzaba ningún presidente mexicano. Ignoro cuál será el balance de su obra al término del mandato en 2024. Pero, de lo que sí estoy seguro es que los mexicanos vivimos tiempos de cambios positivos y de esperanzas, no de frustraciones y desánimos, como ocurría hasta hace menos de un lustro. Estos sentires, lo entiendo, no son compartidos por todos y menos aún por aquellos analistas o actores políticos que al final, no pueden deshacerse del síndrome de Vasconcelos: si el pueblo no los sigue es porque constituye un rebaño incapaz de comprender, porque “tiene otros datos”.