Estas expresiones inevitablemente remiten al Poder, es decir, aquellos poderosos que tienen en sus manos la capacidad de presión, intimidación y chantaje.
Y la actividad profesional de Uresti no ha estado exenta de presiones y amenazas, sino ha sido parte de su batalla desde la amenaza de muerte que recibió el 19 de agosto de 2021, presuntamente por el líder del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y la crítica cargada de misoginia del presidente López Obrador el pasado 8 de enero.
En esta última fecha, la gota que rebosó el vaso fue la cobertura informativa sobre los ataques con drones artillados de la Familia Michoacana contra los habitantes de la comunidad de Buenavista de los Hurtado en el municipio Heliodoro Castillo, del estado de Guerrero, que habría dejado 30 personas muertas, según lo documentó el Centro de Derechos de las Víctimas de Violencia Minerva Bello.
La amenaza del Cártel tapatío no fue más allá gracias, seguramente, porque Azucena Uresti tomó cautela informativa y personal o, porque los miembros de la organización criminal quizá consideraron que un ataque a una figura tan relevante del periodismo nacional tendría un costo elevado y después de dos años y medio dejaron pasar la “afrenta”.
Entonces, las alternativas se reducen al presidente López Obrador, quien insistentemente afirma que es respetuoso de la “libertad de expresión” y, podríamos estar de acuerdo porque en general la amplia mayoría de los que estamos en medios realizamos nuestro trabajo sin cortapisas, pero no sucede lo mismo con un segmento mediático al que considera parte de “la mafia del poder” y, que constantemente, fustiga en sus conferencias mañaneras.
Y vaya que si ese periodismo altamente mediático lo tiene muy molesto por la información que manejan, el tono de la trasmisión y el alcance que tienen en la formación de la opinión pública, como sucede en estos días, con las revelaciones polémicas que ha hecho Carlos Loret de Mola de los hijos mayores del presidente López Obrador.
Quienes, presuntamente, estarían participando en negocios vinculados a la venta de medicinas del sistema de salud de Chiapas y balastro para el tendido de vías férreas del Tren Maya, lo que podría explicar las reacciones del presidente en materia de iniciativas legislativas, como las presiones a los directivos de estos medios de comunicación.
La cuestión es que Azucena Uresti, como ella ha dicho, decidió cerrar un ciclo de 20 años en Milenio Noticias para continuar fortaleciendo su trabajo de cinco años en Radio Fórmula, lo que considera que no era incompatible, como no lo fue en todo este tiempo de compatibilizar ambas colaboraciones.
Pierde, sin duda, el Grupo Milenio, pues su imagen queda maltrecha, porque existe la percepción de que sus directivos se rindieron ante el presidente López Obrador, como antes sucedió antes con Televisa que para congraciarse decidió desprenderse de algunos de sus periodistas “estrellas”, que ahora están en otros medios haciendo el periodismo que saben hacer frente al poder político.
Y perdemos todos, porque el periodismo crítico es otra institución, poco mencionada, de las más decisivas en el proceso de cambio democrático, y es que sin un periodismo fuerte e independiente no es posible hablar de democracia en ningún país.
O acaso, ¿alguien podría regatear la contribución que hicieron y hacen en la diversidad a nuestra democracia las revistas Proceso, Etcétera, Nexos, Letras Libres o los diarios La Jornada, Excelsior, Reforma o Milenio, sin dejar de recordar periódicos que picaron piedra en medio de dificultades en los estados y municipios?
Igual, cómo olvidar el papel en esta tarea de construcción de libertades de Julio Scherer, Francisco Vega, José Pagés, Manuel Buendía, Vicente Leñero, Jesús Blancornelas, Manuel Becerra Acosta, Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Granados Chapa y un largo etcétera, que son una fuente de inspiración para la generación o las generaciones que hacen el periodismo que exige una sociedad tan diversa como la nuestra.
Justo ese es el problema en el que está metido el presidente López Obrador, cuando fustiga a quienes no comparten su visión de México, y menos cuando se trata de las presuntas corruptelas en que pueden estar comprometidos sus hijos o destacados miembros de su gabinete o su partido, porque la confrontación no sólo es contra tal o cual periodista, sino contra lo mejor de la historia del periodismo que se hecho en este país desde el siglo XIX.
Y es que a periodistas como Azucena Uresti, ni siquiera la acusa como Loret o a López Dóriga de ser parte de la “mafia del poder”, sino por producir ella y su equipo coberturas de temas que muestran el fracaso de este gobierno en materia de seguridad pública.
Entonces, representa una derrota moral de un presidente que sigue diciendo que “respeta la libertad de expresión”, mientras una mano invisible hace sentir su peso en los despachos de los directivos de los medios de cobertura nacional.
Afortunadamente el presidente ya no tiene tiempo para lograr lo del PRI intolerante –y aun este toleró resquicios por donde se filtraban voces críticas– y cerrará su sexenio diciendo una cosa en la tribuna pública y haciendo otra en contra de periodistas.
Sería lamentable que si Claudia Sheinbaum llega a ganar la presidencia de la República siga con está mala relación con este periodismo vital, y privilegie su relación con un periodismo que no le interesa el fortalecimiento de la opinión pública, sino congraciarse con el poder presidencial a cambio de contratos, prebendas y canonjías.
En definitiva, el periodismo al que ataca el presidente, cuando se vaya seguirá ahí haciendo su trabajo, y eso nos permite cerrar este texto parafraseando a Joseph Fouché, cuando este personaje de la revolución francesa se refirió a las policías: “los gobiernos pasan y las policías quedan”; y esto traducido al periodismo crítico podríamos concluir sin temor al equivoco que “los gobiernos pasan, los periodistas quedan”.
Al tiempo.