Coro2310

Los invisibles de la pandemia
Ernesto Hernández Norzagaray 

Mazatlán.- Vivo en la falda del Cerro de La Nevería del Centro Histórico de Mazatlán donde cotidianamente coexistimos una comunidad de clase media, decenas de pensionados canadienses y estadounidenses y prestadores de servicios personales.

     Los primeros vivimos especialmente en la parte baja del cerro y el resto en las laderas. A estos los veo bajar del cerro todas las mañanas con sus arreos de trabajo. Son los “lava carros” con su cubeta y franela en busca de autos sucio en las calles aledañas de la Plazuela de los Leones donde compiten con otros del oficio.

     La mayoría de ellos son hombres entrados ya en edad que pergeñan unos cuantos pesos para sacar los gastos del día. Sólo que en estos se han caído por la baja de afluencia de vehículos y ellos rondan apesadumbrados por la plazuela con sus leones gigantes.

     Conversan entre ellos sobre lo malo de la situación y así pasan las horas esperando a los clientes que llegan a cuentagotas o simplemente nunca aparecen. Son los más pobres y frágiles del barrio con el agravante de que son personas de edad avanzada y algunos tienen adicciones.

     Hay otros que los veo bajar con material de renta en playa y que se pierden por las calles. Pero, igual, hoy padecen la falta de clientes y se les nota en el rostro cuándo por la tarde regresan agotados no se si por la asoleada o por tener un día perdido más y, sospecho, no saber que decir cuando lleguen a casa sin los mínimos dinero para las compras básicas. El horizonte pinta mal y al día siguiente de nuevo van a las playas vacías.

     Hay otro grupo que son técnicos (plomeros, electricistas, carpinteros, tapiceros, etc.) que lo tienen, creo, más resuelto porque los percances domésticos están al día con una fuga de agua, gas, corto eléctrico.

     Y, olvidaba, por esas calles y callejuelas rondan decenas de jóvenes desempleados que pasan el día sentados en las banquetas de la calle Campana, son los hijos o nietos de los pobres del barrio. Muchachos y muchachas que se les va el día viendo pasar las horas. Son el relevo generacional de otra columna de pobres. De personas que están desprotegidas laboral y sanitariamente. Son unos cuantos de los millones de mexicanos que no tienen acceso a la salud pública.

     Que en estos días de incertidumbre tienen que salir a buscar el sustento del día. A los que seguramente el tema de la pandemia no les quita el sueño como si la ausencia de algo de comer en sus mesas. De no poder pagar los recibos de fin de mes. Lo básico. Es una historia que se multiplica y extiende por todo Mazatlán, los parias que brotan cada mañana a pie o en bicicleta a trabajar en las zonas residenciales, los mercados o los hoteles.

     Que ahora bajan las cortinas para evitar los contagios de corona virus 19, sin considerar que con esa medida de contención quedan miles de familias desamparadas. Porque viven al día. A expensas de poder vender su fuerza de trabajo o alguna mercancía. Para los que no hay ningún auxilio de gobierno y por lo tanto no hay manera de que haga efecto la campaña de contención “quédate en casa” y es qué en México, a diferencia de otros países, NO HAY UNA POLÍTICA INTEGRAL para tiempos de emergencia, simplemente porque es inconmensurable y por ello se llama a ser consciente de la propagación del virus.

     Que habrá de llevarse indistintamente a ricos y pobres. Aunque por esa selección clasista de algunos medios de comunicación, solo se destacan los contagiados y decesos de figuras públicas. En eso son inmoralmente selectivos. Y es que de por sí, hay inconsciencia sobre la magnitud de la amenaza que hoy recorre el mundo con hambre siempre será mayor. Es una mezcla explosiva. De la que deberíamos estar conscientes como gobierno y como sociedad. Debo decir que me dio pena ver esta semana al alcalde y un séquito de funcionarios que en lugar de ver esta parte de la contingencia estaban “supervisando” los avances de las obras en la avenida Rafael Buelna. Cómo si eso fuera lo más importante, cómo una forma de sentirse útiles.

     En definitiva, hoy las avenidas de Times Square de Nueva York, la Gran Vía de Madrid, Vía Veneto de Roma o las Ramblas catalanas están vacías. Hay quienes dicen que después de que pase el vendaval del virus tendremos un mundo diferente al que vivimos hasta principios de año. Con un 20 o más por ciento de pobres en el mundo. Que a un sector de la clase media le caerá el mundo encima por el desempleo y las deudas. Porque las oportunidades de empleo y los ahorros se reducirán dramáticamente. Y los gobiernos tendrán menos dinero para gasto social y servicios públicos.

     Y México no será la excepción. Tenemos un gran déficit en materia de desigualdad social. Millones de personas viven en situación de calle y hacinamiento en viviendas frecuentemente insalubres. El acceso de la salud pública es limitado por la gran cantidad de personas que están en la informalidad laboral y la precariedad.

     Los niveles de educación en franjas de la población son impermeables para cualquier campaña de concientización sobre el coronavirus o cualquier otro tema de salud pública. Basta salir a las calles y darse cuenta en el problema en que estamos metidos. La gran cantidad de personas que sale diariamente a “buscar la chuleta” sin que les parezca importar mucho la amenaza.

     “La panza es primero”, tituló Rius una de sus obras pedagógicas, en otro sentido, pero perfecto el título para hoy y mientras haya pobres. Las medidas de contención son más eficaces especialmente en sociedades y franjas de clase media. Entre quienes tienen resuelto el día a día. El resto sale a la calle. Y son la amenaza para todos. Y no se sabe si consciente o inconscientemente es lo que explica la actitud de López Obrador que en un acto suicida sigue haciendo giras y convocando a las masas en las plazas públicas.

     Este domingo está anunciado que vendrá a Sinaloa, a la zona de los altos. Viene a supervisar los avances de obras de infraestructura pública y eso seguramente significará que la gente se acerque para llevar sus reclamos. Y esperemos que no, el coronavirus, que ya está entre los sinaloenses.

     En fin, vuelvo con los pobres de mi barrio porteño, la gente de trabajo, que cómo todos los días, los vuelvo ver pasar con sus arreos y sus buenos propósitos del día en una ciudad desolada, que pide a gritos le echen una mano.

     Al tiempo