Ciudad de México.- Parece que Loret de Mola, de oficio reportero, ganó 35 millones de pesos en un solo año. No me imagino qué significa eso; ¿qué implica en términos de disponibilidad de recursos personales y para cuántas cosas puede alcanzar? Me imagino, por ejemplo, que con tales recursos se puede donar para causas nobles, sin buscar que se deduzca lo donado, solo por mencionar una opción en que se puede gastar sin mezquindades cuando se tiene tal nivel de ingresos. Ahora, no es por amarrar navajas, pero Angélica Rivera, de oficio actriz, de una sola sentada recibió más del doble de esa cantidad (80 millones de pesos), solo por participar en el montaje como esposa del ex presidente Peña Nieto. Por lo menos eso argumentaron en su momento desde la presidencia, como justificación de la liquidez que la señora Rivera tenía para comprar la Casa Blanca; aunque ahora se rumora que renta la vivienda donde vive en Los Ángeles, California. Por cierto, en ese momento quedó en el aire comprobar si la señora Rivera había pagado los impuestos que correspondían a ese ingreso, porque si no, sería hoy una prófuga de la justicia. O sea que, en la danza de los millones, también hay niveles.
Pero el problema no son ellos, los actores o actrices que dan cara a las telenovelas recicladas de hoy, porque en realidad ellos solo son la punta de la maquinaria con que se construyen narrativas públicas, con el único interés de proteger, preservar y multiplicar el poder de industrias trasnacionales tan poderosas que, dicho sea de paso, no tiene nacionalidad y se disputan el mercado a nivel mundial. Dichos capitales transnacionales buscan, en el mundo entero, apropiarse de todo tipo de bienes, como el agua, los bosques, las selvas, los terrenos de cultivo, las minas de todo tipo, la electricidad y hasta el aire. Sobre estos bienes está montada la riqueza de la humanidad y de ahí que los activistas que buscan protegerlos sean el perfil más violentado y asesinado en México, Honduras, Colombia o Brasil, por mencionar casos latinoamericanos; pero lo mismo pasa en Asia y África. El despojo para hacerse de esos bienes es también la causa principal detrás del desplazamiento forzado y el exilio a través, entre otras cosas, de la criminalidad auspiciada y autorizada. Si este solo dato no es la evidencia contundente de la lucha que se libra frente a nuestros propios ojos, parece que no entendemos nada. Estamos presenciando una pelea descomunal por la apropiación de esos bienes, a costa de lo que sea y de manera completamente ventajosa para los capitales y sus filiales. Pero no crean que los países desarrollados se libran de este abuso, ahí también hay una maquinaria de despojo de parte de grandes compañías trasnacionales. Lo que hace la diferencia, en todos los casos, es el grado de complicidad de las élites locales y los gobiernos nacionales en ceder, negociar y hasta asociarse con estos capitales sin ponerles límites y reglas claras de funcionamiento. La rectoría del estado no es un concepto teórico, es una toma de distancia frente a este modelo de extracción sin regulación.
Frente a este entramado los medios de comunicación se vuelven un arma política porque, desde tiempos inmemorables, la transmisión del mensaje público ha sido central para propiciar rebeliones, pero también para desvirtuarlas. Los juglares siempre cantaron al oído del rey. Actualmente los medios de comunicación corporativos en México (prensa, radio y tv), golpetean permanentemente al presidente no solo porque a sus voceros visibles les sea antipático o no compartan su estilo y personalidad; incluso, ni siquiera tiene que ver con que no coincidan en lo sustancial con su proyecto político que claramente detestan; tiene que ver con que esas voces, incluso sin darse cuenta, buscan proteger una sofisticada red de intereses, de relaciones de poder económico y político; pero incluso de orden cultural, que intenta por todos los medios mantener la relación de desigualdad de trato, basada en las estructuras que heredamos del modelo colonial, vigente en su esencia. Por eso, es curioso que muchos de los que hoy elaboran sesudos análisis en esos mismos medios, ya sea sobre los riesgos de la democracia o la tentación autoritaria, durante décadas hablaron de la capacidad de resistencia de la ciudadanía como un don cívico y no tenían duda, no la tuvieron, en que sin oponerse a la voz omnipresente de los medios de comunicación masiva de capital privado no se podía ganar, ni siquiera en elecciones locales lejanas al poder central, como ocurrió por ejemplo, para los desmemoriados de hoy, en Chihuahua en 1986, donde la ciudadanía enarboló dos consignas que dan sentido a esta lucha desigual con los medios: “Jacobo Zabludovsky miente” y “Apaga a Televisa”. Es obvio que ese México no existe más, cuando una voz en cadena nacional centralizaba el discurso a favor de la élite y sus intereses. Hoy eso es imposible y, sin embargo, ahora se hace lo mismo a través de distintas voces que hablan a coro y con megáfono. Cada comunicador, sobre todo las voces públicas más sofisticadas, que las hay, representan mucho más que su propia imagen y eso es lo que ponen al servicio de sus patrones, las empresas trasnacionales. Por eso no nos confundamos, no estamos ante una pelea por el rating y goles mediáticos al presidente, estamos, ni más ni menos, frente a la disputa por la nación en vivo y a todo color.
* Profesora/investigadora del Instituto Mora.