¿Por qué no estudiar la demanda de mano de obra
y abrir ordenadamente el flujo migratorio?
Andrés Manuel López Obrador
Monterrey.- “Es el año del 48 / Cuando empiezan a dar pasaporte / Nadie quiere ir a vivir a Texas / Todos le van tirando p´al norte.” Con estos versos daba inicio un corrido compuesto por Ausencio Salinas, el célebre tío Prieto, un trovador humorista natural, que fue típico en el pueblo, a lo largo del segundo tercio del siglo pasado. Fue a través de esta modesta manifestación cultural ocurrida en una pequeña comunidad, destacada por su alegre ambiente del noreste de Nuevo León, como después de casi un siglo (1847) de acercamiento de la frontera, cuando México perdió más de la mitad de su territorio, se marcaba el inicio de un cambio sustancial en la relación económica y social entre nuestro país y Estados Unidos.
Desde que la frontera con el vecino país del norte dejó de estar a 300 kilómetros (río Las Nueces) para quedar tan cerca como a 50 (río Bravo), los habitantes de El Puntiagudo –el lugar que, 20 años después, se declaró Villa de General Treviño, Nuevo León– se comunicaban primordialmente con el vecino país a través de Roma, Texas, un pueblo ubicado al noreste –fundado hacía 80 años– teniendo como frontera, en la ribera sur, a San Pedro de Roma (hoy Ciudad Miguel Alemán).
Durante la Reforma y el porfiriato, la migración debió ser reducida debido al nivel de desarrollo de aquel entonces: poca población y un incipiente sistema de comunicación con caminos primitivos y vehículos de transporte rudimentarios. Cabe entender que, a raíz del desarrollo agrícola al sur de Texas y el estancamiento del medio rural mexicano, algunos habitantes de General Treviño debieron verse atraídos por el valle del río Bravo, por ser una zona relativamente más próspera. Progresivamente, a lo largo de un siglo los adultos treviñenses, al igual que otras personas activas originarias de distintos poblados de la región fronteriza, migraban temporalmente para trabajar en los campos agrícolas del sureste estadounidense, o bien, de manera eventual, para proveerse de víveres y ropa.
Con la Revolución de 1910, algunas familias optaron por emigrar para refugiarse provisionalmente en algunas poblaciones ubicadas “al otro lado” y cercanas a la frontera; muy pocas regresaron al pueblo una vez terminado el conflicto, pero hubo otras que llegaron desde el sur del país, en la década de mayor turbulencia, que luego seguirían el mismo rumbo, situación que aún prevalece pero ahora por motivos económicos.
Pese a los efectos adversos que hubieron de darse en el pueblo, debido a la gran depresión en EEUU en la década de los años 30, fueron contrarrestados por los inicios de lo que sería un prolongado período de estabilidad política en nuestro país. Pese a que la reforma agraria cardenista, al parecer no fue favorable para pueblos como Treviño; por fortuna se dio una época prolongada de abundancia en los campos de la región y, a mediados de la década, la economía norteamericana entró en una fase de recuperación, gracias a una política expansiva puesta en marcha por Franklin D. Roosevelt. El flujo migratorio desde el pueblo hacia aquel país aumentó a partir del 1936, teniendo al sur de Texas como destino más frecuente, debido a que la calidad de mano de obra, en general, resultó compatible con los requerimientos de una fuente laboral primordialmente agrícola, accesible por su cercanía y funcional según sus rasgos culturales.
La formalización migratoria que, en el caso mexicano, se dio en 1948, vino a ser un evento contenido en un ambiente de prosperidad que duraría un cuarto de siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Los trámites migratorios hasta entonces carecían de rigor, con lo que se propiciaba la migración ilegal y las relaciones de trabajo informal. Con las nuevas disposiciones ya fue posible tener derecho tanto a la residencia como a la entrada y salida con fines turísticos.
Después de 1950, la necesidad de emigrar a EEUU aumentó en los habitantes de General Treviño, debido a las severas condiciones climáticas que se dieron aquel año. Por lo general se tenía que, el costo y los requisitos para “sacar el pasaporte” de residencia –y con ello poder trabajar con todos los derechos o “beneficios”– no era nada fácil. Por eso fue necesario –ante el cuello de botella que se daba en el mercado de trabajo– disimular la entrada de trabajadores agrícolas mediante “enganches” o “contratos” temporales. Bajo tales circunstancias, los migrantes mexicanos optaron por entrar a ese país en calidad de “espaldas mojadas” –a los que con el mismo tono despectivo les decían “mojados” simplemente– la eufemística ahora los llama “indocumentados”.
Desde que se instauró el pasaporte residencial, hace más de siete décadas, han sido varias las enmiendas migratorias realizadas unilateralmente por gobiernos de Norteamérica. Al igual que aquellas, el plan regulatorio sobre este tema propuesto por Joe Biden, para el cual México no se opone, aunque según López Obrador constituye una solución parcial a un problema que exige medidas de alcance integral, que se vaya a las causas no los síntomas.
En la cooperación para integrar naciones progresistas está la solución al problema de la migración, donde ésta deba ser parte, no el todo, del bienestar para toda sociedad; es decir, donde tenga cabida, como regla, lo que expresa la sabiduría popular: habrá quienes se inclinen por el dicho, “en la tierra que te vio nacer, es preciso florecer”; o bien, por los que piensan que “la tierra a la que pertenecemos es aquella donde mejor te tratan”.