Ciudad Juárez.- ANTROS Y PROHIBICIONES. Al término de la primera guerra mundial, se extendió por Europa y Estados Unidos la idea de que una buena parte de las causas del conflicto que mató a casi nueve millones de soldados y a otros tantos civiles, se debía a los vicios en que la humanidad había caído. La principal responsabilidad se le atribuyó al alcohol, que en Estados Unidos se consumía en abundancia, no obstante que era una sociedad paradójicamente mojigata. Así que en contra de esta bebida se enderezaron los esfuerzos de innumerables grupos religiosos, que alcanzaron uno de sus primeros triunfos en 1918, cuando en Texas se puso en vigor la ley que prohibía la fabricación, el comercio y el consumo de bebidas alcohólicas. Dos años después la medida se extendió a todo el territorio norteamericano.
Para las poblaciones fronterizas mexicanas ello representó un auge económico inesperado, porque se convirtieron en fabricantes y proveedores de bebidas embriagantes, que contrabandistas especializados trasladaban al otro lado de la frontera. También recibieron a multitudes de comensales o bebedores usuales y a quienes bastaba cruzar los puentes para gozar el placer del vino, siendo la oleada de tales dimensiones que antes de la prohibición, cruzaban la frontera menos de 15 mil turistas por año, que se dispararon a más de 400 mil cuando entró en vigor la 18ª enmienda a la Constitución norteamericana. Para los más apurados, o que no querían cruzar la línea, había varias casuchas proveedoras que en la isla de Córdova daban hacia el lado norteamericano, bastando que sus dueños abrieran una primitiva ventana para despachar por allí a los consumidores, quienes muy pronto hicieron famoso al hole in the wall. Hasta 1933, cuando concluyó la época de la prohibición en Estados Unidos, la economía de Ciudad Juárez obtuvo una poderosa inyección de recursos por estos conceptos. Restaurantes, cantinas y salones de baile crecieron rápidamente; e incluso se instalaron fábricas de whisky y de otros licores. Por entonces se decía que la Avenida Juárez era la calle que en todo el orbe tenía el mayor número de estos negocios, entre ellos The Black Cat, el cual según Jack London, quien lo había conocido lustros antes, era “el más degradado antro en el mundo”. No opinarían así muchos de sus clientes, a juzgar por los rostros complacidos que muestran decenas de ellos en una fotografía tomada a las puertas del cabaret, open all night, según se anunciaba en su entrada.
Todo esto contribuyó también a acrecentar la fama que Juárez tuvo como capital del vicio, a grado tal que todavía en los años cincuenta, Fernando Jordán la comparaba con las bíblicas Sodoma y Gomorra, sinónimos de la depravación de las costumbres. De esta manera, El Paso podía mantener incólume su virtud de ciudad abstemia, mientras que Juárez cargaba, sin mucha pena, con la culpa de embriagar y complacer a los ciudadanos de ambas y de mucho más allá. Hay quien dice que a Renato Leduc le inspiró aquel famoso verso, que hoy pudiera parecer antifeminista:
“Que tus vírgenes se conserven,
tus horizontales se vuelvan santas,
¡ y que yo no lo vea ciudad mía!”
Debe decirse, por otra parte, que si bien en El Paso no podían establecerse los cabarets y cantinas que proliferaron en Juárez, sí aprovechó muy bien su vecindad con ésta, pues en ella prosperaron restaurantes, hoteles y otros prestadores de servicios que atendían al mar de bebedores que se precipitó hacia la frontera, atraídos por una muy bien elaborada publicidad. Un prestigiado historiador paseño, afirma que también creció la prostitución, manejada por gángsters coludidos con las autoridades.
Con seguridad estos factores influyeron para que la población de la ciudad mexicana alcanzara 39,669 habitantes en 1930. La paseña, por su parte, transitó hasta comprender 102 mil 421 en el mismo año. Las tendencias históricas de acuerdo con las cuales El Paso había crecido siempre mucho más rápido que Juárez, a partir de este período se revertirían, bastando un poco más de tres décadas para que desapareciera la enorme distancia demográfica entre ambas.
Estas circunstancias paliaron para Ciudad Juárez la crisis económica que afectó a todo el mundo por entonces, y no sólo eso, sino que generaron fortunas familiares que se prolongaron hasta la siguiente centuria. Cayeron los precios del algodón y numerosos trabajadores agrícolas se quedaron sin trabajo, pero muchos lo encontraron de nuevo en los negocios que satisfacían la demanda de los sedientos norteamericanos.
Crisis económica
La crisis iniciada con la quiebra de Wall Street en 1929, golpeó como nunca se había visto a todo el suroeste norteamericano; y por El Paso cruzaban miles de familias que huían de las tolvaneras en Oklahoma y el Este de Texas, rumbo al Dorado californiano. Por lo pronto, se quedaban atrás las ambiciones de convertir la aislada ciudad fronteriza al estilo de las urbes de la costa atlántica, ilustradas por vía de ejemplo, en la construcción del suntuoso Teatro Plaza en 1930, al filo de la crisis y que alardeaba de ser el primero que en Estados Unidos gozaba de aire acondicionado.
También emigraron de El Paso muchos de sus pobladores, de suerte tal que la población ya no aumentó, sino que experimentó un descenso, pasando a 96 mil 810 habitantes en 1940. La de Juárez en cambio se incrementó en casi diez mil personas, llegando en este año a 48 mil 881. A pesar de la condición básicamente rural de México, por esos años desarrollaba un creciente proceso de urbanización. Desde entonces, Juárez era un punto de atracción para los campesinos que emigraban a las ciudades y que allí se ocupaban en oficios mitad urbanos y mitad rurales.
En Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt puso en marcha el New Deal, con sus cuantiosas inversiones públicas, sus ensayos económicos que se repetían una y otra vez a pesar de los fracasos, según la receta presidencial, después tan celebrada. Los apologistas del segundo Roosevelt dicen que gracias a esta política económica los norteamericanos pudieron superar la crisis. Sus críticos afirman que no se salió de ella sino hasta que estalló la guerra, misma que reactivó a la industria norteamericana beneficiada por los gigantescos pedidos que hacían los Aliados. El gobierno mexicano, por su parte, emprendió también grandes reformas en los diversos ámbitos de la vida colectiva. Igual, los detractores de Lázaro Cárdenas insistían en que los repartos de tierras, el estímulo a las huelgas y a la organización de los trabajadores, la educación socialista, la expropiación del petróleo, traerían consigo la ruina del país. No sucedió así y en cambio, por primera vez desde 1910, México gozó de estabilidad política y de paz social.
En la frontera estos hechos se notaron no solo en el incremento de su población, sino de sus actividades económicas que empezaron a diversificarse. La segunda mitad de los años treinta trajo consigo la expansión de Alemania, Italia y Japón, así como la guerra civil española. Todos estos acontecimientos fueron los anticipos de la segunda guerra mundial. Cuando esta se inició en septiembre de 1939, también comenzó el rearme norteamericano, lento en sus comienzos, pero que rápidamente cobró celeridad. Muy pronto, miles de industrias civiles estaban produciendo armas de todo tipo para los arsenales ingleses y franceses. Luego, también se surtiría de camiones pesados y toda clase de vehículos a los satanizados comunistas, que para mediados de 1941 ya se encontraban enzarzados con los nazis en la confrontación militar de mayor envergadura conocida hasta nuestros días. Ello reclamaba más y más brazos mexicanos, ya para suplir a los farmers norteamericanos que se trasladaban en masa a las fábricas, ya para la industria de los alimentos, las empacadoras de carnes, las ensambladoras. De todas partes concurrieron a Juárez trabajadores que buscaban los altos salarios en el otro lado de la frontera. Los agricultores, industriales y el gobierno norteamericano los recibían con las puertas abiertas, pues en ellos descansaría buena parte del esfuerzo bélico. También se multiplicó la guarnición de Fort Bliss, que se convirtió además en un importante centro aéreo militar.
Guerra, braceros y pachucos
En 1942, unos meses después de que Estados Unidos se incorporó a la guerra contra las potencias del Eje, signó con México un acuerdo para contratar braceros y trasladarlos hasta la frontera. Varios millones cruzaron entonces legalmente para trabajar en el vecino país. Cada día, descendían los esperanzados campesinos mexicanos de los vagones de ferrocarril para tomar de inmediato su lugar en las interminables filas en los centros de contratación. De ello quedaron imágenes y testimonios por todas partes. Una de aquellas, fue el precioso cuadro del pintor chihuahuense Alberto Carlos, que reunió en una obra la espalda de los que se iban, con la cara decepcionada del que había sido rechazado. El gobierno mexicano se reservó una cuota de sus salarios, que tarde, mal y nunca fueron reintegrados a sus dueños, ya envejecidos. Concluida la guerra con Alemania y Japón, y aun cuando fueron licenciados millones de soldados, la necesidad de brazos que tenía la agricultura norteamericana subsistió y se incrementó con el inicio de la guerra de Corea. Las autoridades mexicanas exigieron que se respetaran ciertos derechos laborales para los trabajadores que cruzaban la frontera. Entretanto se llevaban a cabo las negociaciones entre los gobiernos, crecía en Juárez el número de los que deseaban ir “al otro lado”, mientras que allá los esperaban ansiosos los empresarios agrícolas y granjeros que temían la pérdida de las cosechas. Pudo contemplarse entonces un espectáculo insólito si lo viéramos con los ojos actuales: las patrullas de la policía norteamericana y sus oficiales de migración incitando a los mexicanos para que pasaran la línea, tras la cual los “mojados” eran técnicamente aprehendidos e inmediatamente puestos en una especie de “libertad condicional” bajo la responsabilidad de algún granjero o patrón.
Entre las estampas que quedaron de Juárez por esos años, es inolvidable la construida por los braceros, quienes a su vez regresaban a sus lares de origen conservando en la memoria la ciudad mexicana, con sus talleres mecánicos, sus campos de algodón, sus burdeles y cantinas, en los que día y noche se emborrachaban los soldados norteamericanos antes de partir a los frentes europeos o del Pacífico. Después de ser licenciados, algunos de estos militares volvían para darle gracias al milagroso San Lorenzo, que desde la rebelión de los indios pueblo en 1680, cuando llegó a Paso del Norte, no cesaba de hacer favores. También quedaron para la memoria las fotografías de actores y actrices famosos quienes acudían a Juárez a tramitar su divorcio, el cual se concluía en unas cuantas horas. El ingreso que tuvieron entre otros negocios, despachos de abogados norteamericanos y mexicanos, hoteleros, restauranteros en ambas ciudades y el gobierno del Estado de Chihuahua, que cobraba por publicar un extracto de la fulgurante sentencia en el periódico oficial, se mantuvo hasta 1971, cuando el gobierno mexicano cedió a las presiones de su homólogo del Norte y prohibió estos divorcios. Acabó este año lo que en Estados Unidos le llamaban festivamente “Freedom Rider’s Special”, no sin que antes alrededor de 250 mil lo hubieran aprovechado.
Se conocieron entonces por primera vez a los “pachucos” importados desde Los Angeles, cuyo estereotipo inmortalizaría luego Tin Tan, quien hizo sus primeras armas como actor en Juárez. En aquella ciudad y en San Diego estos jóvenes mexicano-americanos sufrieron violentas agresiones a manos de marines y soldados, por motivos de discriminación y odio raciales. Mal agradecida, “la nación de naciones” como le llamó Walt Whitman, pagaba a los morenos con golpes y exclusiones su esfuerzo para mantenerla en pie y ganar la guerra. En El Paso no dejaron de producirse actos de esta naturaleza, sin que alcanzaran el encono y la magnitud que tuvieron en California.
Entre 1940 y 1950, la población de ambas ciudades creció, aunque de forma dispareja. El Paso la aumentó hasta 130 mil 485, es decir, un modesto incremento cercano a las 35 mil habitantes; no obstante que también experimentó el baby boom que siguió a la terminación de la guerra, con los militares que regresaban anhelantes a su casa, donde las mujeres también ansiosas los esperaban. En cambio, Juárez pasó a albergar a 122 mil 566, esto es, a casi 75 mil nuevos residentes. Muchos de ellos, de seguro que iban y venían, sin instalarse ni aclimatarse de manera definitiva, pero allí seguían de cualquier forma. La antigua y pequeña villa del siglo XIX se había convertido en una pujante población que alcanzaba en número de individuos a los que tenía la capital del estado. Todavía dependía principalmente de la producción agrícola, sobre todo del algodón, cuyos ciclos marcaban la vida económica de la ciudad, pero crecían aun cuando lo hicieran con lentitud el comercio y los servicios.
En 1948 su economía sufrió un duro golpe, pues el dólar brincó su precio de 4.76 a 8.65 pesos. En otras circunstancias, si la ciudad hubiera vendido muchas mercancías a los norteamericanos, podría haberse beneficiado, pero la relación más bien era la inversa, ya que los juarenses compraban en El Paso casi todo: ropa, comestibles, refacciones, implementos agrícolas, entre los satisfactores más solicitados.
Para entender el presente…
Un siglo después de que se había definido la frontera entre México y Estados Unidos en el antiguo pueblo de Paso del Norte, la pródiga tierra del Río Bravo o Grande albergaba a dos ciudades con destinos separados y al mismo tiempo entrelazados. Las relaciones entrambas se harían cada vez más complejas, convirtiéndose en una conurbación internacional ubicada en el centro del enorme espacio fronterizo, cuya actividad es una de las más intensas del mundo y de importancia vital para los dos países limítrofes. Imposible comprender su problemática actual, sin atender a los hitos históricos de los que aquí he pasado lista.
NOTA: Eliminé de esta serie las citas de pie de página y las fuentes consultadas.