GOMEZ12102020

Los primeros 100 años en la relación Juárez-El Paso
(Tercera de cuatro partes)

Víctor Orozco

Ciudad Juárez.- La agonía del porfirismo y la revolución. En octubre de 1909 ambas ciudades hospedaron a los presidentes Taft y Díaz, quienes protagonizaron el primer encuentro entre un gobernante mexicano y un norteamericano. El edificio público principal de Ciudad Juárez era, como puede suponerse, el que ocupaba la aduana federal y allí se realizó en el lado mexicano la junta presidencial. En El Paso, la reunión tuvo lugar, como podía esperarse, en la cámara de comercio local. Nunca se supo a ciencia cierta de qué hablaron Díaz y Taft, pues ni ellos ni Enrique Creel, por entonces ministro de relaciones exteriores (hay que aclarar que mexicano), quien les sirvió de intérprete, lo informaron.

El régimen porfirista estaba ya en su agonía, aunque las apariencias no lo denotaran, pues en 1910 se celebró con bombo y platillo el centenario de la independencia. En Juárez se inauguró precisamente el 16 de septiembre el monumento al Benemérito de las Américas, que por sus dimensiones y belleza escultórica, se convirtió en el principal símbolo arquitectónico de la ciudad hasta nuestros días. Los hermanos Alva filmaron ceremonias, lugares, decoraciones, gentes, en ambos lados de la frontera para un gran documental que fue uno de los primeros difundidas en México: La entrevista Díaz-Taft, para deleite del mismo dictador, quien tuvo oportunidad de disfrutar la apoteosis de su estancia en la frontera, instalado confortablemente en su residencia de Chapultepec.

El 20 de noviembre de 1910 se inició la revolución mexicana. Las tropas de rancheros organizadas en los distritos del Noroeste de Chihuahua, después de sufrir derrotas y alcanzar algunas victorias en su región, se propusieron tomar Ciudad Juárez, conscientes de la importancia política y logística que el triunfo significaría, llegando hasta Estación Bauche, a unos 30 kilómetros, en los inicios de 1911. Hubieron de retirarse, pero regresaron en huestes más numerosas y acompañadas por el Presidente legítimo, como habían nombrado a Francisco I Madero. Instalaron su campamento en un terreno contiguo al punto que divide los estados de Texas, Nuevo México y Chihuahua, frente a la American Smelting Company, cuyas altas chimeneas eran ya el estandarte económico de El Paso. Allí se estuvieron los campesinos insurrectos varias semanas, ahogándose por el calor del desierto, al que la mayoría no estaba acostumbrada y comiendo hasta víboras, si nos atenemos a los colgajos de serpientes que muestran las fotografías. En tanto los comisionados de paz del gobierno federal y los de Madero duraban y duraban en las pláticas para concertar una salida pacífica al conflicto. Este período permitió que decenas de periodistas y fotógrafos de los principales periódicos y revistas norteamericanas acudieran a registrar el inusitado acontecimiento, de suerte tal que ahora contamos con valiosas imágenes de los revolucionarios principalmente, pero también de arriesgados paseños y paseñas que cruzaban el puente para retratarse al lado de los rebeldes. Por fin, cansados de la espera y temerosos de que comenzara la deserción, los jefes revolucionarios decidieron comenzar la batalla y Pascual Orozco, quien había recibido el grado de general poco antes de una ceremonia conmemorativa de la batalla del cinco de mayo, ordenó el ataque el día 9, colocando a sus tropas de espaldas a la frontera, de suerte tal que fueran balas del ejército las que mataran eventualmente a algún despistado o mirón residente de El Paso, como en efecto sucedió con algunos.

Lejos de rendirse, los federales se atrincheraron en los edificios principales de la ciudad, que fueron incendiados y destruidos, entre ellos el de correos y el de la biblioteca apenas inaugurada y bautizada con el nombre del General Prim, ambos quizá los más notables y bellos de la población. Juárez era la primera ciudad mexicana que pagaba así, con muerte y destrucción de lo mejor de su patrimonio, el doloroso tributo al ciclo de guerras civiles que apenas se iniciaba. La Batalla de Ciudad Juárez selló la caída de la dictadura y quedó como uno de los más señalados símbolos de la posrevolución. Incluso así se le llamó a un ambicioso programa económico de los empresarios y del gobierno en los años cincuenta, que buscaba sustituir las mercancías americanas por las mexicanas.

Muchos vecinos de El Paso simpatizaron con los revolucionarios y su ciudad se convirtió en un atractivo lugar para contemplar en vivo una guerra. Allí también se publicaron las primeras versiones sobre la revolución contenidas en libros, periódicos, colecciones fotográficas y películas. La guerra de México, como se empezó a conocer por la opinión pública norteamericana a la revolución, fue el tema de cientos de miles de tarjetas postales, que sirvieron lo mismo para dar a conocer a sus caudillos protagonistas, como a las soldaderas y diversos tipos sociales mexicanos. También para mostrar en su reverso las opiniones en general peyorativas y racistas que escribían sobre todo los soldados del ejército norteamericano acantonados en Fort Bliss, que en número de 40 mil representaban la mitad de las tropas movilizadas por Washington hacia la frontera mexicana.

La paz imposible
A partir de 1910, los juarenses no gozarían de tranquilidad sino en muy cortos periodos. Vino enseguida la rebelión colorada, de los orozquistas y magonistas, que tuvo en la ciudad fronteriza a uno de sus principales escenarios. De hecho, fue la última en caer en manos del ejército federal comandado por Victoriano Huerta. Se sucedieron el golpe de estado que este general protagonizó, la revolución constitucionalista, la formación de la División del Norte, la lucha entre las facciones revolucionarias, la expedición punitiva del ejército norteamericano para capturar a Francisco Villa; y todavía en 1919 éste la tomó con sus fuerzas guerrilleras, que solo pudieron ser rechazadas con la intervención de los soldados norteamericanos de Fort Bliss. La última confrontación militar en la ciudad tuvo lugar en 1929, cuando las tropas escobaristas en retirada saquearon bancos y comercios.

La revolución dio lugar a traslados de la gente como nunca se había visto hasta entonces. En 1912 El Paso recibió a más de 2 mil personas, quienes formaban parte del éxodo de las familias mormonas que huían de la región de Casas Grandes, de claro dominio de los “colorados”. En 1917, casi 11 mil soldados comandados por Pershing, y que abandonaban México después de su fracasado intento de capturar a Francisco Villa, llegaron a El Paso. Junto con ellos venían cerca de 3 mil refugiados, de los cuales más de 2 mil eran mexicanos, 197 mormones y 533 chinos. Por otra parte, en Juárez se quedaban muchos soldados provenientes del resto del estado y de otros lugares del país. El Paso acrecentó su población de exiliados políticos, pues cada oleada de triunfos y derrotas arrojaba a los vencidos al otro lado del río. Allí residieron Victoriano Huerta y Pascual Orozco, el magnate Luis Terrazas, que fue vecino de generales villistas; luego siguieron los carrancistas, delahuertistas, escobaristas y vasconcelistas.

Juárez consolidó entonces su nombradía como ciudad del vicio y el placer, con una población compuesta por hombres que iban de paso, en guerra o abandonados allí por sus regimientos. Antiquísimas diversiones provenientes de la península ibérica, como las peleas de gallos y las corridas de toros, cobraron auge. Para 1920, Juárez contaba ya con un respetable coso taurino, que sustituía a las más improvisadas plazas construidas en el siglo anterior. Las fotografías nos muestran a un público heterogéneo, compuesto por catrines, sombrerudos campesinos mexicanos, rancheros empistolados y tocados con los sombreros de fieltro de cuatro pedradas puestos de moda durante la revolución, o rumbosas damas paseñas que gustaban de la fiesta brava prohibida en su país.

Este ambiente atrajo también a las mujeres que practicaban el comercio sexual. En 1914, ocupada la ciudad por las tropas villistas florecieron salones de baile y a ellos acudieron prostitutas norteamericanas y mexicanas. Un grupo de estas últimas, quizá fueron pioneras en las luchas a favor de que se reconociesen sus derechos, pues a pesar de la carga de infamia que les imponía la sociedad, elevaron una queja a las autoridades por la discriminación de que eran objeto a favor de las extranjeras. “Ponemos en conocimiento de usted que no es justo que las extranjeras gocen en nuestra patria de privilegios y prerrogativas hasta vergonzosas para nosotras mismas, pues entendemos que los salones de baile públicos son para que concurran a él las mujeres públicas sin distinción de nacionalidad y sus administradores están sujetos a admitir a unas y a otras con sujeción a las disposiciones y reglamentos respectivos.”

Un año antes, las autoridades de El Paso habían encarcelado a otro grupo de meretrices por el “delito” de haber ido a nadar en la flamante alberca de la ciudad, única pública que entonces existía. El atrevimiento era imposible de soportar para la moral casi cuáquera que se extendía por todo Estados Unidos. Si alguien se imaginaba a estas mujeres andrajosas y de mala facha, se sorprenderá con las fotografías de las que estaban registradas en la dirección de policía de Juárez, de ambas nacionalidades, que nos muestran a mozas bellas y bien plantadas.

Mientras que en Juárez la confrontación armada no dejaba espacio para que la gente se ocupara de otra cosa, en El Paso se emprendían trascendentales medidas educativas, como el establecimiento en 1914 del State School of Mines and Metallurgy, el primer antecedente de la University of Texas at El Paso. Muchos ingenieros mineros norteamericanos y mexicanos recibieron su formación en estas instituciones.

Intercambios culturales y xenofobias
Una de las esferas donde se expresan con mayor claridad las relaciones entre sociedades distintas es la del lenguaje. En el caso de la frontera méxico-norteamericana, los préstamos e intercambios lingüísticos venían desde luego de mucho antes, al menos desde la segunda década del siglo XIX, cuando se incrementaron los viajes de los comerciantes norteamericanos al territorio de la flamante república mexicana. Su idioma adoptó un gran número de palabras relacionadas con los oficios de la arriería, la cría de ganado y la doma de caballos, como aparejo, corral, rodeo, entre muchas otras. Sin embargo, fueron los intensos y gigantescos movimientos demográficos que propició la revolución los que trajeron consigo un mayor trueque de palabras. En Juárez se recibieron las primeros camiones militares, junto con sus correspondientes choferes que se integrarían a las tropas de la División del Norte, cuyos soldados muy pronto les llamaron las trokas, vocablo que llegó para quedarse en el Norte, como muchos otros derivados de la industria automotriz: fender, cloch, rin, etcétera.

La revolución agudizó también conflictos raciales o de otro tipo que permanecían latentes. En todo el Norte de México, y en particular en el estado de Chihuahua, creció un fuerte sentimiento antinorteamericano, que fortaleció la base social del villismo perseguido por las tropas de Pershing. En la frontera, las autoridades estadounidenses ejecutaban una política de vejación y agresiones físicas contra los mexicanos que cruzaban, quienes eran desnudados y obligados a tomar un baño y supuestamente desinfectados, utilizando peligrosos ácidos o gasolina. En 1917 ello provocó el llamado motín de las amazonas, cuando una multitud de mujeres trabajadoras se rebeló contra estas peligrosas humillaciones a iniciativa de Carmelita Torres, una joven de 17 años, a quien el historiador David Dorado llama la “Rosa Parker” mexicana.

En este ambiente varios norteamericanos se vieron obligados a salir del estado para refugiarse en El Paso, ante la hostilidad de la población. En 1917, una partida de soldados villistas, comandada por Pablo López, fusilaron a diez y siete ingenieros y técnicos mineros norteamericanos en Santa Isabel. Cuando los cadáveres llegaron a El Paso fueron recibidos por una multitud que caminó amenazante hacia los barrios ya conocidos como Chihuahuita y Segundo Barrio. A punto de llegar fue contenida por tropas federales, que evitaron se cometiera una matanza de mexicanos. En los meses siguientes fueron agredidos numerosos de ellos, en un ambiente nacional extremadamente propicio, provocado por la histeria contra los comunistas y extranjeros sospechosos de anarquismo, y de todo lo que pudiera ocurrírseles a las autoridades policíacas, que desataron una persecución implacable.

Dentro de este contexto, apareció en El Paso poco después una sección del Ku Klux Klan, que en la primera mitad de los veintes cobró una enorme influencia, regodeándose con hacer arder cruces en la montaña Franklin y fomentando la xenofobia, a grados exacerbados. Uno de sus empeños fue poner a calles y escuelas el nombre de personajes asociados a la independencia de Texas, como Travis, Houston, Austin, lo que naturalmente provocaba la irritación de los mexicanos. La secta acabó por perder el control en el ayuntamiento y los distritos escolares ,porque al final, el supremacismo blanco que la inspiraba tuvo que ceder ante la conveniencia de sostener los negocios y las relaciones con el creciente número de mexicanos.

No obstante que en su conjunto la población de la república mexicana decreció entre 1910 y 1920, por causa de las muertes producidas en los enfrentamientos armados, las epidemias y la emigración, la de ciudad Juárez pasó de 10 mil 621 en 1910, a 19 mil 457 en 1920. El Paso incrementó sus habitantes de 39 mil 279, a 77 mil 560. En ambos casos, el aumento debe acreditarse a los movimientos migratorios que llevaban la gente del centro mexicano hacia la frontera.

[Continuará…]