Monterrey.- Hace ya varios días terminé de leer el compendio de Literaturbia norteña II, una capirotada de estilos que describe en grandes rasgos a varios artistas dentro de la burbuja regiomontana. Estoy presente en ella.
De estas redacciones, sobresalen dos trabajos bajo el seudónimo de Ele Gautier. ¿Por qué, mi persona como intérprete de la literatura, veo cierta disparidad entre esta autora y los otros (no necesariamente de Literaturbia sino de cualquier gremio regiomontano)? Observo, desde mis ojos de lector cansado y desde mi fresco oficio de minero en letras, que ha existido una entidad narrativa repetitiva durante varios años sobre el mismo tenor, como el siguiente:
“…el líquido de la caguama que derramo en tu vientre de puta en medio de la calzada mientras me fumo la colilla de mi último cigarrillo barato porque de esta manera me declaro popular y post-urbano…”
Ese olor a recalentado de creatividad pasiva, que ha dejado de entregar más, que alimenta el espejismo de rancho literario porque sólo nos leemos dentro de nuestro circuito, cuando nos olvidamos que el objetivo primordial es que seduzcamos con nuestros versos y prosas a los lectores casuales (aquellos lectores perdidos en el tráfico y los noticieros locales) para salir de una vez por todas de nuestra caparazón ilusoria.
No es tan fácil, lo reconozco. Se requiere de valentía.
Desde los tiempos del siglo de oro, se han alzado plumas como la de Rojas, la de Cervantes y la más valiente de todas, la de Quevedo, que enaltecen la literatura bajo la denuncia social para que en verdad le llegue al pueblo La Verdad, a veces escondida, otras veces escrita de frente, entendiendo de antemano el peligro que provoca tales palabras.
El seudónimo al que cito propone, en primeros peldaños, una denuncia social la cual se extraña en muchos creativos de la localidad que se despreocupan en cuanto a la misión primordial de la literatura: el manifestar algo que realmente trascienda, el mencionar algo que se conserve en los colectivos minúsculos y masivos.
Por último, aplaudo el espacio que se le otorgó a este y a otros nombres nuevos con el motivo de intentar romper los esquemas veinteañeros.
En fin, esta es mi apreciación: la literatura vive del intérprete.