Monterrey.- Muy pocos personajes como Luis Alférez se pueden jactar de tanto y ser personajes que brillan en ámbitos distintos. De hecho, cuando llegó a Monterrey, el maestro encontró un universo indómito, una ventana de oportunidad para mostrase. Alférez fue todo un performance viviente que invento su propio mundo, cuyo centro gravitatorio era el mismo.
Pintor, cocinero, promotor cultural, político, maestro, cronista y tantas cosas, Alférez hizo mucho a lo largo de su vida y sus obras quedan ahí, como una prueba de que su vida productiva.
Excelente conversador, tenía una memoria fotográfica y sus recuerdos fueron literalmente retratos hablados, donde pormenorizaba los hechos en los cuales formó parte. Alférez era integrante de un círculo de intelectuales defensores de la cultura norestense incluyente, emanada desde la lucha cotidiana, ajena a las clases altas.
Alférez se fue de este mundo y paso a la eternidad. Una enorme pérdida para quienes lo recordamos y cultivamos su amistad
Ya en la última etapa de su vida se le veía un poco decaído, afuera de la Hacienda de Icamole sentado en una silla, vigilante de los movimientos de las personas que por ahí pasaban.
Su mente era una estampa nítida que evocaba un pasado de tiempos mejores. Aunque en los últimos tres años a Alférez no le había ido nada bien. No obstante, nos quedamos con ese hombre que en su momento fue tachado de brujo, cuando montó un altar de muertos en ese Monterrey agringado de los años setenta.
“Me acusaron de brujo, hasta me querían echar agua bendita, la gente no sabía nada de altares de muerto y por eso ayudamos a montar uno y la reacción de la gente fue de sorpresa y miedo, hasta me tacharon de demonio”, diría Luis Alférez.
Aislado, Alférez, no solía usar las redes sociales, aunque muchos que los seguimos nos enterábamos de su vida por las publicaciones vía Facebook de los amigos que lo visitaban.
Para Aristeo Jiménez la partida del pintor fue una pérdida irreparable: “No hacia alarde de su sabiduría en la cocina norestense, no usaba las redes sociales para promocionarse, por eso era poco conocido por las nuevas generaciones. Tuve la fortuna de conocerlo en su taller de pintura y tienda de artículos de arte, por la calle Rayón.
“El joven Jiménez, me decía, nuestro gran fotógrafo regio. Yo lo seguí frecuentando en su restaurante Hacienda de Icamole, y en otro que tenía por la antigua vía del ferrocarril, en Villa de García. Sus últimos días los paso en su casa de Icamole, junto a Pinto, Negra y Chocolata, sus perros, mirando los pinos, viendo como el viento arrastraba las cachanillas por la plaza.”, dijo Aristeo en su red social.
Alférez fue seminarista, aunque no termino ese proceso. Gracias a lo anterior, Nuevo León encontró a un gran paisajista del desierto. Fue muy buen cocinero, conocedor de los platillos de nuestra entidad.
Alférez era muy buen restaurador, trabajaba muy bien la madera. Conocedor del arte sacro, investigador de la cultura norestense. Potosino de nacimiento, pero neolonés hasta los huesos.
“Antes de abdicar de su entrega a Dios, en vísperas de su consagración ante el mismo Papa, Luis era un tipo solitario, hasta que aprendió a abrir la boca y a soltar sus finas ironías. Un día amaneció en Monterrey con un itacate de arte sacro, pinturas al óleo y estofados que fue vendiendo en abonos a los ricos, cerca de La Purísima. Entonces conoció a muchos juniors que hoy son celebridades regias”, comentaría Eloy Garza González en su muro de Facebook.
Luis Alférez Patlán me comentó que la Hacienda de Icamole, es una construcción que data de 1811. La hacienda está ubicada a unos 20 kilómetros del centro de García. El artista advertía que la construcción tenía muchas leyendas y sucedían hechos paranormales.
“Muchas veces he visto luces en el cielo, luces de muchos colores, algunas han iluminado el cerro grande como si fuera de día”, me comentaba.
“La hacienda tiene más de 200 años. Ahora yo la estoy cuidando, nadie se hace responsable de ella”, comentaría mientras sus perros se encontraban recostados juntó a él.
Recordó que la Hacienda de Icamole fue un centro comercial durante la mitad del siglo XIX y fue fundada por el General Jerónimo Treviño.
“Al estallar la Guerra de Tuxtepec, un ejército comandado por Porfirio Díaz combatió contra las fuerzas de Julián Quiroga. Díaz se retiró derrotado de la contienda y por ello se le vio llorando de coraje recostado sobre un árbol, que todavía se conserva en la plaza principal. A raíz de este hecho a Díaz se le conoció como “El Llorón de Icamole”.
“Claro la leyenda se sigue contando. Cuando remodelaron la plaza no quise que tumbaran el árbol pues ahí lloró el ex presidente mexicano”.
Afirmó que la hacienda vivió una época de bonanza cuando se convirtió en una de las principales proveedoras de cebada para la Cervecería, a comienzos del 1900.
“Para mí ha sido una responsabilidad histórica cuidar de esta hacienda, en parte porque es mía. Pero esto va estar hasta que yo siga aquí”, recordó.
Los dominios de Luis Alférez.
Actualmente Icamole sigue siendo un lugar mágico, aún a pesar del paso del tiempo y del cambio climático que literalmente ha condenado a sus habitantes a vivir de la nada.
A pesar de lo adverso Icamole y la zona circundante sigue siendo un punto de atracción para los visitantes.
Semana a semana las familias acuden a los dominios de Luis Alférez, punto ubicado al poniente de Monterrey. Lugar donde sus casas de adobe guardan el encanto de la arquitectura norestense; viviendas frescas en verano, cuando la temperatura supera los cuarenta grados y en invierno guardan el calor, a pesar que el termómetro suele descender a menos de 4 grados bajo cero.
“Luego del embate del huracán Alex, a mediados del año 2010, la geografía del lugar cambió. La presa qué servía como abastecimiento de agua al Ejido de Icamole fue arrasada por la corriente. No obstante, y pese a los mil 200 milímetros de agua acumulada en la zona tras el paso del huracán resultó sin daño alguno. El peor daño son los vándalos que acostumbran llegar a los espacios históricos y suelen dejar su huella depredadora”.
Icamole es una localidad que evoca nostalgia de tiempos mejores, rememora épocas donde la bonanza agrícola la convirtió en uno de los lugares donde se producía la mayor parte de la cebada de la Cervecería Cuauhtémoc de Monterrey.
De acuerdo a Alférez Platán, la Hacienda de Icamole fue un importante centro económico que surtía a las industrias de Monterrey de infinidad de productos. "En Icamole se sembraba de todo, en los primeros años de la Cervecería en Monterrey, en la Hacienda se surtía casi la mayoría de la cebada para la cerveza".
Pese a que es un poblado que ha sido olvidado durante muchos años, el legado histórico de esta población es muy importante a nivel nacional. Una historia que mi amigo Luis Alférez sabía muy bien y como un excelente conversador la platicaba de forma amena con esa ironía que le caracterizaba.
“En la historia, Icamole ha sido muy importante a nivel nacional, En 1876 en plena Revolución de Tuxtepec, tuvo lugar una de las batallas decisivas, donde participaron las fuerzas de Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz.
La batalla se libró el 20 de mayo de 1876. La ofensiva fue comandada por las fuerzas lerdistas de Mariano Escobedo y Carlos Fuero, así como por las tropas de Porfirio Díaz. Tras dos horas de batalla, Díaz ordenó la retirada de sus fuerzas ante el inminente triunfo de los lerdistas federales. En esta sonada reyerta, las fuerzas del General Díaz fueron derrotadas y ante la impotencia del hecho, Díaz lloró de coraje por haber perdido la batalla, tras la derrota a Porfirio Díaz se le conoció como “El Llorón de Icamole".
Así mismo durante la Revolución en 1915, la Hacienda fue testigo de otra batalla donde las tropas de Pancho Villa, se enfrentaron a las de Carranza y fue una lucha bastante fuerte, en las inmediaciones del poblado se pueden encontrar los casquillos de las balas y los mayores contaban historias de lo terrible que fue el encuentro bélico.
Fueron muchos años de abandono y hasta hace unos años la Hacienda de Icamole funcionó como un Hostal.
En este rincón de García, existe un peculiar culto a uno de los soldados del general Francisco Villa. A unos dos kilómetros de Icamole, existe la capilla del Ánima de la Anacahuita, Roberto Cisneros, quien fue un soldado militante de La División del Norte.
“A este lugar acuden creyentes cada 20 de noviembre. Según se explica, las ánimas de revolucionarios entran en los cuerpos de “cajitas” o “materias” para “esperar las órdenes de mi general Villa, puesto que la Revolución para ellos no ha terminado. De acuerdo a la tradición los espíritus revolucionarios se reúnen en la pequeña capilla. La leyenda dice que en esta región hay un gran escondite con oro y joyas que el ejército de Pancho Villa ahí dejó olvidado, jurando regresar algún día”, mencionó Alférez.
Cada 20 de noviembre, diversos grupos religiosos se congregan en la anacahuita, en donde danzan, rezan, llevan comida y bebida a las almas de los difuntos.
“Dentro de la capilla hay una pintura del General Francisco Villa, mientras la tumba de Roberto Cisneros descansa entre papeles de colores, comida, cervezas, tequila y frutas.
“Además de eso, están las famosas “cajitas del Niño Fidencio”. Generalmente son jóvenes a quien el espíritu del Niño Fidencio escoge para seguir con sus ritos y procedimientos de sanación, además de curar causas perdidas”, sostuvo el pintor.
Comentó que todo parece un montaje teatral armado con los mejores argumentos posibles. Un grupo de jóvenes a los que "los espíritus revolucionarios llaman para ser sus puentes terrestres", toda una parafernalia de idiosincrasias reales marcadas con la patente del misticismo de la cultura mexicana.
Este lugar se ha convertido en un punto obligado para algunos fidencistas y forma parte de una serie de pequeños santuarios esparcidos en los municipios de García y Mina en Nuevo León y Ramos Arizpe en Coahuila.
En medio de la nada, en la inmensidad del desierto, se encuentra la Hacienda del Muerto, un lugar que reta al tiempo y los elementos que no perdonan.
El sitio en ruinas es una remembranza de tiempos mejores, cuando era el centro neurálgico del corredor Mina-García. La antigua construcción es uno de esos lugares que esconden la magia y el encanto, donde el visitante puede dar vuelo a su imaginación.
Mencionada por muchos, conocida por pocos, este edificio se ha convertido en el centro de un universo multifuncional al cual acuden turistas, creyentes y personas que buscan ser sanadas de algún mal ya que se cree que ahí habitan espíritus que alejan las malas vibras. No faltan los cazadores de fantasmas que llegan para tener una experiencia paranormal.
“La Hacienda del Muerto formó parte de las tierras que le fueron entregadas a Bernabé de las Casas hacía 1604, este personaje fue muy importante en la época de la colonia y su figura fue clave en el poblamiento de lugares como Mina, El Carmen, Abasolo e Hidalgo.
En el tiempo de mayor bonanza en la hacienda se producía caña de azúcar, frijol, calabaza, maíz e infinidad de árboles frutales.
La riqueza del lugar, llego a ser tal, que las tribus de indios que habitaban la zona realizaban incursiones periódicas para robar provisiones y luego esconderse en el desierto”, dijo Alférez.
Con la partida de Luis Alférez termina su historia y comienza la leyenda. Ahora con todo el derecho se ganará el mote del Ánima de Icamole.
Descanse en Paz el amigo Alférez. Un gran pintor, todo un guerrillero cultural que enfrentó el sistema imperante. Se fue el maestro y nos quedamos con su legado.
Dicen que en Icamole ya se aparece la figura de Alférez sentado en la entrada del portón de la Hacienda.
Lorenzo Encinas