Monterrey.- Un colega periodista me dice que nuestros principales rivales de audiencia son los influencers. Está equivocado. Se trata de oficios distintos. O corrijo: el periodismo es una profesión y lo que hacen los influencers es un oficio. Por supuesto, es un oficio muy lucrativo, con sus propios códigos y sus límites específicos.
Se tiende a menospreciar al influencer. Gran error. Yo los respeto como respeto cualquier oficio que yo no podría hacer bien. Hay que tener vocación para grabar día y noche Tik Tok o para estar metido en Instagram casi las 24 horas. Si no es una ciencia, sí es una técnica. Y una vocación a la que muchos chavitos se consagran.
Sin afán de burla, hice de mi mascota (un xoloitzcuintle llamado Mito), un influencer. Sus primeros post en Facebook se volvieron virales: tres de ellos alcanzaron el millón de likes, sin pagar un peso. Ni Erika Buenfil bailando quebraditas ha logrado esa proeza, por decir un caso de monetización millonaria. El famoso trío de millennials Tristes Tigres grabó con Mito una canción que también se hizo viral, y el reguetonero Bad Bunny lo metió en uno de sus video-clips. Nada mal para un perro que a duras penas ladra.
¿Por qué no le seguí con la promoción de Mito? Porque soy muy flojo para las redes sociales y me aburro la eternidad en Instagram. Y porque no me interesa gravitar mi vida en torno a una vacilada (yo nunca me valdría de Tik Tok como mi primordial medio de vida). Lo siento, prefiero dedicar mi tiempo a ver clásicos del cine donde pueda admirar a mi actriz-fetiche: Katy Jurado.
Sin embargo, los influencers se han convertido de un tiempo a esta parte en actores influyentes en las campañas políticas (al menos en las de Nuevo León) y eso ya le da a este fenómeno viral una connotación digna de analizarse. Y no me refiero solamente a la influencer Mariana Rodríguez, quien ha hecho de su cuenta en Instagram (1.5 millones) desde hace varios años, una fuente de ingresos muy meritoria. Su empresa es modelo de negocio.
Me refiero más bien a influencers que ya entraron al mundo político, cobrando bajo tabuladores nada despreciables. Hablo por ejemplo de la joven sampetrina Andy Benavides (la competidora virtual de Mariana con 1 millón de seguidores en Instagram), o de la agencia fichada por Adrián de la Garza llamada “The Innfluencers”, con Mía Salinas (7.5 millones en Tik Tok). O del grupo musical Los Claxons, y en especial Nachito Llantada, con mucha presencia en Instagram.
Otros candidatos como Fernando Larrazabal contratan influencers independientes. La presencia de Larrazabal en Tik Tok (el único que quiso usar esa red) fue tan accidentada que le salió el tiro por la culata y fue objeto de burlas durante varios días. Así que mejor contrató a influencers como Irving Tomato (544,000 en Instagram) o Gaby Ramírez para que fingieran encuentros casuales con él en un estacionamiento.
Ojalá entienda Larrazábal que por más que les paguen a influencers, si la audiencia de estos millennials no está interesada en política, será dinero tirado. La audiencia de Tomato, por ejemplo, es gente que busca salones de fiestas infantiles. Hasta ahí.
O voy a un nicho más especializado: Ericka Carmona, con su cuenta de textiles mexicanos es una influencer que no acepta promoción de ningún político, porque a su audiencia (diseminada en toda la República), la política le viene valiendo un vil sorbete.