PEREZ17102022

Mary Shelley, la madre de la ciencia ficción
David Ricardo

Y musa inspiradora de Roy Batty

Monterrey.- Frankenstein o el moderno Prometeo (de 1818) de Mary Shelley (1797-1851), se considera la primera novela moderna de ciencia ficción; su estilo noir es propio del carácter gótico de las obras literarias de la época, representado en este caso por la angustia existencial, la identidad personal amenazada, la persecución y el aislamiento social por ser diferente, los experimentos alquimistas que transgreden los preceptos religiosos y lo que el hombre puede conocer o atisbar, la invocación del mal y los intentos por imitar el poder divino. Shelley es por derecho propio la primera exploradora literaria moderna de los efectos de las nuevas ciencias y las innovaciones tecnológicas, fruto de los avances filosóficos emanados del movimiento de Ilustración, en este caso las investigaciones de Luigi Galvani sobre el vínculo entre la electricidad y los seres vivos.

A pesar de su nombre, la ciencia ficción desde este momento puede ser vaga y pseudocientífica, porque su motivación principal no consiste en demostrar hechos científicos comprobables, ni el posible desarrollo de aplicaciones tecnológicas, sino sus relaciones y efectos en la sociedad, licencia que permite que los hechos narrativos maravillosos y fantásticos que podrían o no ocurrir sean realizables por estos nuevos adelantos.

En la mitología griega, el titán Prometeo moldeó a los hombres a semejanza de los dioses con arcilla y agua, mientras que Atenea, la diosa de la sabiduría, les insufló la vida. En obras como Frankenstein… (como todo buen relato especulativo de ciencia ficción), escrita al inicio de la revolución industrial, los nuevos descubrimientos científicos y los adelantos tecnológicos desplazaron a los hechos mágicos y sobrenaturales de la literatura fantástica del momento, como una reacción a las obras soporíferas de la época; el doctor Victor Frankenstein es una especie de moderno Prometeo, a la vez que un ex alquimista y estudiante megalómano de “artes impías”, que al violar “con dedos profanadores los tremendos secretos del cuerpo humano”, creó un nuevo ser conformado a base de cadáveres humanos, la Criatura, con la finalidad de mejorar al hombre y volverlo invulnerable a todo mediante la nueva técnica galvánica, pero sin un propósito claramente definido, sin sabiduría y sin un conocimiento profundo de la naturaleza humana; los experimentos del doctor representan un ideal de vida decimonónico (hoy finalmente olvidado), donde toda persona de buena posición estaba obligada a aportar a la humanidad un hallazgo científico.

Como los ya en ese entonces viejos proyectistas, el doctor Frankenstein no sabía lo que se debía mejorar ni para qué, y simboliza una clase de científico experimental que aprovecha los adelantos científicos de su época, pero en el fondo es un aprendiz de brujo tardío, un practicante de los secretos de la vieja alquimia.

Frankenstein o el moderno Prometeo está estructurada en tres capas o partes narrativas: la primera se está conformada por las cartas enviadas por el capitán de navío Robert Walton a su hermana; la segunda consiste en el relato del doctor Frankenstein al capitán; y la tercera es un diálogo entre la Criatura y su creador. La obra ha sobrevivido a la prueba del tiempo, por ser todavía moderna en cuanto a los planteamientos morales y éticos relacionados con la aplicación de la tecnología y sus efectos sobre la sociedad y el individuo, y sigue marcando el camino a seguir en la ciencia ficción actual.

La Criatura
En esta novela se simbolizan varios debates culturales importantes de la época, propios de la Ilustración y de la en ese entonces nueva aristocracia del dinero: la separación intergeneracional y el abandono de las tradiciones familiares, donde los padres no son tiranos manipuladores, sino artífices del desarrollo de su progenie; el hombre que se hace a sí mismo y se vuelve ilustrado mediante la lectura de filosofía; y finalmente la famosa disyuntiva pedagógica entre Julien Offray de la Mettrie y Jean-Jacques Rousseau, donde para el primero la mayoría de los hombres nacen con una predisposición al mal, pero se vuelve imperativo que la sociedad les eduque y no les abandone a sus recursos e instintos naturales depredadores; mientras que para el segundo, el hombre es bueno por naturaleza (a la manera de un buen salvaje), pero es la sociedad la que le corrompe. Abandonada a sus propios recursos, la Criatura increpa a su creador que se ha vuelto malvada, solo porque había sufrido en el proceso de forjarse a sí mismo, y si no podría inspirar afecto entonces causaría terror, en una mezcla de humano artificial y del hombre pasional e impulsivo del romanticismo.

Roy Batty, la criatura del siglo XXI
Basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, Blade Runner es la gran obra de Ridley Scott y está catalogada por algunos críticos de la ciencia ficción como la cumbre cinematográfica del género, donde la megacorporación dirigida por el doctor Tyrrell (un Prometeo del siglo XXI) crea “replicantes”, humanoides sintéticos mejorados, pero efímeros.

Mientras que la Criatura del doctor Frankenstein busca a su creador con fines más propios del romanticismo del siglo XIX, el replicante Roy Batty, especializado en combate militar y colonización de mundos fuera del sistema solar, busca al suyo para prolongar su cortísima existencia y para mantener el goce de una vida intensa que había aprendido a amar.

En la obra de Shelley, el doctor Frankenstein rememora un instante de nostalgia sobre Henry Clerval, su amigo de la infancia siempre lleno de alegría y vitalidad, y rememora sus palabras expresadas en un acceso de regocijo por la plenitud de la existencia, inspirada en sus viajes por su natal Suiza:
He visto los parajes más hermosos de mi país; conozco los lagos de Lucerna y Uri, donde las nevadas montañas proyectan oscuras e impenetrables sombras en el agua, que de no ser por los verdes islotes que alegran la vista parecerían lúgubres y tenebrosos; he visto también agitarse en el lago de Uri una tempestad cuando el viento arremolinaba las aguas, a semejanza de lo que puede ser una tromba marina en el inmenso océano; he visto las olas estrellarse con furia al pie de las montañas, donde cayó la avalancha sobre un sacerdote y su amante, cuyas moribundas voces se dice que todavía se oyen cuando acalla el viento; he visto las montañas de Valais y las del país de Vaud, pero este país, Victor, me gusta mucho más que todas las anteriores maravillas.

En su discurso postmortem, Batty expresa un momento de éxtasis y apego a la vida en una confesión final sobre su corta vida dedicada a los fines para los que fue creado:
He visto cosas que no creerías. El ataque de naves incendiadas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Ahora todos estos momentos se perderán en el tiempo..., como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Mientras que la Criatura de Mary Shelley es monstruosa debido a su aspecto físico, lo es más aún por su diferencia de sensibilidad; insatisfecha de su condición solitaria y abandonada a sus propios recursos, cuando al pedir una compañera y recibir una negativa, mata en venganza a Henry Clerval y al hermano menor del doctor Frankenstein. Roy Batty, la criatura del siglo XXI, solamente necesita una extensión de su corta vida de cuatro años programada desde su creación, y asesina al doctor Tyrrell, por su decepcionante respuesta acerca de su corta pero brillante vida. Batty no necesita la compañía del género humano.

Al igual que la Criatura del doctor Frankenstein, Roy Batty se rebela contra su creador, pero esta vez por haberlo creado con el grave defecto de una cortísima vida. Ambas criaturas pueden ser humanos artificiales, pero su ansia de amar, estar acompañados y perdurar les ocasiona un profundo vacío existencial, que les vuelve malvados. Al final, la necesidad de regresar con su creador, de contactar con el otro, de aprender, de reconocer su propia maldad y sufrimiento y el coraje de vivir sin temor a perder la vida, son los motivos que vuelven más que humanas a ambas criaturas.

Ambos, Clerval y Batty perciben los instantes fugaces de la belleza de la vida y la expresan con espíritu poético en un momento de paroxismo: uno por el gozo de la vida y el otro por la aceptación tranquila de la muerte. El último momento de Batty transcurre en un acceso tan expresivo como inútil, ante la efímera duración de las palabras, donde solamente queda como consuelo la confesión ante un extraño... como lágrimas en la lluvia. Batty y Clerval han visto la belleza de aquellos lugares recónditos y especiales que todos deberían encontrar alguna vez en la vida. Y por lo pronto eso les bastaba para atesorar y llevar consigo breves instantes de plenitud.

Correo: alastor777@hotmail.com