Mazatlán.- Vivo en Mazatlán desde el verano de 1977, y en ese compás de seis décadas, he visto la transición de un destino turístico tradicional –así, en ese entonces, clasificaba la Sectur y Fonatur, en términos de inversión pública, los destinos turísticos– a otro, como polo de desarrollo turístico que los mercadólogos lo sintetizan en la expresión alegre: “Mazatlán vive como nunca un boom turístico”.
En efecto, los vecinos vemos todos los días cómo la ciudad crece hacia arriba con sus ya cientos de torres de diez, quince o veinte pisos, que tapan el cielo azul de más de 300 días al año.
Y los fines de semana sufrimos cuando las insuficientes vialidades se llenan de cientos de autobuses y miles de autos que traen paisanos de Durango, Coahuila, Nuevo León, Zacatecas o Jalisco, para que se encuentren con la Perla del Pacífico y sus fiestas.
No menos sufrimiento provocan las hordas de jóvenes que abarrotan los antros de la mal llamada Zona Dorada o el Centro Histórico.
Las quejas están a la orden del día y los activos de seguridad se activan y meridianamente controlan algunos de esos antros que todos buscan para bailar, ligar, beber.
Mazatlán, y otros destinos turísticos del país, sufren el boom del ocio que tarde que temprano terminará provocando exponencialmente lo que ya viven los españoles que habitan Ibiza, Mallorca, Marbella, Baleares o el archipiélago de Canarias, donde en los últimos meses decenas de miles han salido a las calles para decir ¡ya basta! a los viajes, al turismo por su carácter depredador (véase https://elpais.com/economia/2024-04-20/canarias-se-planta-con-manifestaciones-multitudinarias-contra-el-turismo-masivo.html?sma=babelia_2024.07.06&utm_medium=email&utm_source=newsletter&utm_campaign=babelia_2024.07.06); y en México ya hay manifestaciones de depredación social y ecológica en Cancún, Playa del Carmen, San Miguel Allende, Vallarta, Nuevo Vallarta, Los Cabos o Puerto Peñasco.
Gentrificación, inflación, contaminación, desalojo, vivienda cara, servicios públicos insuficientes, basura, corrupción, drogas, prostitución, delincuencia, inundaciones y privatización de los espacios públicos de la nación.
Por ejemplo, en Mazatlán, el emblemático Cerro del Crestón, con sus historias de conquistadores piratas que ha sido residencia del faro, en las últimas semanas fue motivo de protestas ciudadanas.
Y es que el “boom” no respeta la Constitución, leyes y reglamentos, porque alguien vio una oportunidad de negocios y ya están las bases estructurales para que ahí funcione una tirolesa que llevará sobre el mar a sus clientes hasta la otra base ubicada en el Cerro del Vigía.
Para los ambientalistas este permiso e inversión es un desastre, por ser un lugar frágil para montar estructuras, dadas las características físicas de esa elevación de tierra y piedra y ser hábitat de una gran cantidad de especies de fauna y flora.
Sin embargo, aun con amparos y estudios que demuestran la inviabilidad de ese proyecto, la obra sigue adelante, ante la mirada complaciente y neoliberal de las autoridades de la Semarnat, el INAH, el gobierno y el Congreso del Estado, la alcaldía de Mazatlán, que parecen estar en la lógica de que en materia de inversiones privadas todo se vale.
Se impone la racionalidad económica sobre los discursos ambientalistas y equilibrios de la naturaleza y es de esperar que muy pronto la tirolesa empiece a funcionar para disgusto de los ambientalistas y ciudadanos preocupados por el futuro del cerro y el “faro natural más grande del mundo”.
Ese que los más intrépidos escalan sus mil 556 metros para reflexionar, disfrutar del paisaje marino, la llegada y salida de cruceros, las lanchas y yates que se hacen a la mar o, simplemente, observar cómo entre la bruma y los destellos rojizos del amanecer despiertan esta ciudad que ha inspirado e inspira a escritores y poetas.
Algunos dirán, como economistas, que es el costo que trae consigo la modernización capitalista en su obsesión por la “reproducción ampliada de capital” y que no sabe de regulaciones constitucionales y patrimoniales, ya que lo importante es la renta, la ganancia –ahí está el Acuario de Mazatlán, que se hizo con inversión público-privada y que significa el fabuloso 3% de las ganancias para el ayuntamiento–, lo que revela entonces otro boom, el de los juniors mazatlecos que buscando incrementar sus fortunas tocando puertas aquí y acullá de quienes dicen ser diferentes a los corruptos del pasado.
Sin embargo, habrá otros que no lo ven así y con espíritu ciudadano, buscan un desarrollo con cara humana que no despoje aquello que disfrutaron sus antecesores y desean que se conserven para sus hijos o, simplemente, seguir subiendo pacientemente ese kilómetro y medio y disfrutar del paisaje, el vuelo de las aves y las nubes que tanto gustan al poeta y amigo José Ángel Leyva.
Por esa sencillez, quienes protestan van con sus demandas al Paseo de Olas Altas, a la Plazuela Machado, la radio y TV, al tiempo que despliegan una intensa actividad en redes sociales buscando provocar reacciones en los tres niveles de gobierno de Morena y despertar conciencias indiferentes, animar a sumarse y que el puerto conserve este hábitat emblemático.
Quizá esa lucha está perdida, no hay reacciones gubernamentales y ya está construida la base estructural de la tirolesa y se están haciendo las primeras pruebas de seguridad; pero todavía me resisto, como otros, a pensar que no se pueda desde los tres niveles de gobierno regular, controlar este crecimiento anárquico de la ciudad, para hacerla sostenible, habitable, como lo era no hace mucho tiempo.
A vuelta de unos años tendremos —o ya están aquí— los problemas derivados de un turismo desalmado que solo piensa en la ganancia, el rendimiento de las inversiones, sin importar los daños al medio ambiente y a la calidad de vida de los mazatlecos.
Y cierro este texto, revelando una paradoja que seguramente se repite en otros lugares: los tres niveles gobierno son de Morena: la Semarnat y el INAH le toca al gobierno federal, el estatal al morenista Rubén Rocha, y el municipal a Edgar González; y lo sorprendente es que una parte de los activistas y ambientalistas son al menos simpatizantes del morenismo que tolera eso y más. Cosa veredes, Sancho, que farán fablar las piedras.