Santiago, Nuevo León.- Salgo el sábado a las siete am, a una larga caminata a través de la presa. En lugar de encontrar algún rastro de agua, andas entre la arena, como entre el desierto. Un basto paisaje silencioso y solitario. Por momentos los pies tropiezan entre la tierra reseca, atravesada por grandes cuarteaduras, que guardan en su interior los últimos trazos de una humedad agonizante, cuyo intenso olor a cieno nos indica que todo trazo de vida ahí debajo ha desaparecido. Mis ojos se humedecen ante el recuerdo de unos peces agonizantes que encontré la semana pasada. Mi bastón improvisado se hunde entre las grietas a más de un metro de profundidad. Siento miedo de hundirme y quedar atrapada hasta la cintura y en medio de la nada, pero la tierra reseca y crujiente bajo mi peso resiste y logro llegar a la otra orilla a salvo. Sólo para encontrarme con que todo acceso al camino, desde el área de la presa, es privado. Me pregunto cuánto pagaron para ser dueños de la presa, para tener esos patios traseros que no tienen límites...
Para salir y no tener que regresar sobre mis pasos, debo pedir permiso al guardia de Bahía Escondida. Afortunadamente cuento con un contacto, un familiar que se comunica con él y le avisa que hay una intrusa intentando salir (o para este caso, entrar). Así que amablemente me deja pasar por lo que hasta hace unos meses solía ser La Marina.
Ya del otro lado, la vista hacia la sierra es completa. El humo del incendio que está consumiendo cientos de hectáreas es muy visible, y casi no permite distinguir la majestuosidad de nuestras queridas montañas. Hasta se puede percibir el olor a quemado en el ambiente y los ojos lo resienten. Un ardor y picazón en ojos y garganta indican que el daño ambiental es demasiado y que se suma a la contaminación, que hace mucho nos ha alcanzado.
Durante mi caminata encontré varios tesoros, por ejemplo, trozos de rocas con pequeños cuarzos, ahí en la beta que hay rumbo a Bahía Escondida. La situación de la sequía y el incendio, le restan parte de la alegría a lo encontrado.
Como los hallazgos pesan tanto, mi mochila casi se desgarra; llamo entonces a mi papá, para que me encuentre por el camino. De todas formas, ya logré más de dos horas y media de caminata.
Por lo pronto, comparto foto que, más que parecer imágenes de la presa, parecen escapadas de entre las páginas de El llano en llamas...
Tristísimo el paisaje.
Y triste, muy triste, el alma.