Empezaré por decir que la edición y distribución gratuita de los libros de texto en México es una de las mejores del mundo, e incluso es inexistente en otros países; ganada a pulso como un derecho social para los niños y jóvenes (futuros ciudadanos) desde hace más de seis décadas. Precisamente, el 12 de febrero de 1959, bajo el régimen del presidente Adolfo López Mateos, con la insistencia del visionario Jaime Torres Bodet, se crea la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG).
En la historia de la CONALITEG no se puede soslayar la voraz intromisión y el abuso de casas historiales y fundaciones que ven eso como un jugoso y productivo negocio; de hecho, se rumora que una de esas poderosas casas editoriales (Santillana), cuyo dueño es un afamado empresario-político (Salinas Pliego, primo del “innombrable”) se sintió “despojado” de varios cientos de millones que le dejaba como ganancia el usufructo y monopolio de la edición de los mentados libros: de hecho, a él y a otra de sus monopólicas empresas (TV Azteca) se les acusa de haber iniciado la amarillista guerra mediática, incluido el fantasma del comunismo, que tiene empantanada la distribución de los libros; y si a eso agregamos la insensatez e ignorancia de los mexicanos, presas fáciles del sensacionalismo que inunda las redes, ¡ufff…! Esto de los cochupos y negocios chuecos de las editoriales me consta.
Otro hecho paradójico tiene que ver con las reformas educativas que, regularmente, cambian cada sexenio. Durante mi trayectoria profesional me tocó vivenciar por lo menos una docena de ellas, en los diferentes niveles en que laboré. El contradictorio agravante aquí alude a que la edición y distribución de los libros han coincidido poco (o nada) con el enfoque pedagógico y la metodología didáctica que se pretende implementar con la reforma en turno, y hoy, se podría afirmar que es la primera vez en que coinciden libros y reforma educativa, con todos sus “bemoles”, y están listos para distribuirse en medio de una encarnizada lucha mediatizada, maniatada y manipulada por el poder económico que ojalá no destruya este histórico hecho educativo.
Más allá de todo esto, tanto libros como reformas, aun con sus aciertos y desaciertos, diques y trampas para aniquilarlos, han evolucionado de manera natural a lo largo de un proceso histórico-educativo que no puede detenerse.
Los primeros libros que me tocaron como alumno, allá por los años setenta, eran muy esquemáticos, ramplones y exageradamente instruccionales, a tal grado que la actividad áulica de profesores y alumnos se limitaba a seguir al pie de la letra lo que decía el libro, como si fueran pericos, o mejor dicho, robots parlantes.
También ha variado su forma y sobre todo su contenido; aquí habría que preguntarse quién o quiénes eligen precisamente ese contenido. Aclaro, no es el presidente y ni siquiera él puede decidir el uso o descarte de los libros, porque este le corresponde al “Poder Ejecutivo”; y es la Secretaría de Educación a través de sus secuaces, digo, sus especialistas y expertos (que comúnmente viven del erario y están situados muy lejos de la realidad escolar) quienes los configuran con el supuesto apoyo de los maestros, pero eso es solo una simulación bastante efectiva que impacta en todos los medios. ¿Qué pasa realmente con los profesores quienes, junto con los alumnos, los usan en el aula? Poco son tomados en cuenta y cuando llegan a hacerlo es solo una farsa. Todo eso también me consta. Estuve colaborando en la reforma de secundaria en 1993 y había en el “nuevo” texto de Español de tercer grado algunas ideas mías pero, ¡oh decepción! Un día antes de que presentaran oficialmente los nuevos textos, una poderosa editorial, solapada por otra no menos poderosa fundación, tenían ya los libros hechos y listos para ser entregados, obviamente, distintos a los que habíamos hecho “oficialmente” y con ideas sabrá Dios de quién.
Así maestros y alumnos quedan como simples ejecutores de un programa curricular que alguien mas diseñó. Pero, ¿qué pasa con los nuevos libros? Se presupone que estarán acordes a la “Nueva Escuela Mexicana (NEM), que incluirán temáticas sobre diversidad, sexualidad, geopolítica, cuestiones científicas avanzadas; considerando la matemática y el español como herramientas (no como asignaturas), entre otras cuestiones no menos importantes; ante el avasallador e irracional empeño de las asociaciones de padres y grupos conservadores que se oponen terminantemente a su implementación. Pongo como ejemplo el uso de la palabra “todes” y sus implicaciones biopsicosociales que apenas se están entendiendo y quién sabe si lleguen a comprenderse, aunque la existencia de esos vituperados grupos minoritarios sea real.
Cabe señalar que los profesores apenas están familiarizándose con los contenidos de la NEM y espero que en el próximo sexenio no salgan con otra “nueva”reforma educativa que de “al traste” con la anterior. Así ha sido siempre.
Quiero también aclarar que todos los libros del mundo tienen errores y a veces “horrores”ortográficos, así como desaciertos en algún dato científico o información histórica, sobre todo los libros escolares. Eso habría que corregirlo de inmediato. Aunque un amigo muy docto de Chihuahua, abrió en internet una propuesta para señalar, de manera específica, el contenido erróneo de alguno de los libros, incluyendo la página y la corrección y está dispuesto a entregar esa información a quien corresponda. Está de más decir que sólo una docena de usuarios atendió la valiosa propuesta, contra la de cientos de opositores que opinaron sin tener un fundamento.
Otro aspecto clave es la inmersión de la tecnología en el ámbito escolar, esta ha irrumpido peligrosamente en el ser y quehacer cotidiano de los alumnos al proporcionarles un sinfín de datos e información, a veces inquietante y peligrosa, como el acceso directo a la pornografía. ¿Quién controla el uso de la tecnología? Nadie. Ni padres, ni maestros. Pero eso sí, poseen un conocimiento profundo de la casa de los “babosos”, digo, famosos.
De hecho, muchos jóvenes “apantallan” a los maestros de “la vieja guardia” con el conocimiento aprendido en las redes virtuales.
Una penúltima y muy importante cuestión alude a que los libros son sólo una herramienta más para le enseñanza que ejerce profesor y el aprendizaje de los estudiantes. Existen innumerables apoyos virtuales y en papel para ese fin. En suma, los “nuevos” libros de texto gratuitos, se debaten entre improperios, anacronismos, disrupciones y la controversia es tal que ya no sabe uno qué pensar. Son muy pocos los análisis objetivos y claros sobre este tema.
También, por su postura crítica y abierta, dan la impresión de que pondrán a trabajar al montón de maestros flojos que andan por allí y lo mismo pasará con los alumnos que solo aplican “la ley del mínimo esfuerzo”.
Esto ya cambió, no hay vuelta atrás, y más allá del revoltijo de cosas que circunda alrededor de los libros, los alumnos deben estar preparados para una ciudadanía mundial y, a pesar de lo que opinen sus detractores, para mí es una buena intención de mejorar, a través de la educación, esta jodencia social que nos asfixia.
Para finalizar sólo diré que, infortunada o afortunadamente, quienes deciden qué contenidos, cuáles libros, cuántos, y sí o no distribuirlos, son las autoridades educativas correspondientes, aun con sus fallas, como las que tenemos actualmente en Nuevo León, tan enfermas de “eventitis”, mientras que la realidad escolar va por otro rumbo. Son ellos quienes deciden y tienen la última palabra, con el apoyo oficial del Poder Ejecutivo, claro está, aunque todos: padres, maestros, políticos, pseudo periodistas, “influencers”, abuelos, grupos conservadores, “encopetadas” señoras, y medios de comunicación nos revolquemos, saltemos, nos enojemos o hagamos lo que sea para contradecir sus decretos.
Creo que se está haciendo “una tormenta en un vaso de agua”, un asunto netamente educativo se ha convertido en un botín económico-político, con este polémico tema, Hay que tener en cuenta que todos los libros evolucionan y estos nuevos libros no se puede quedar atrás. Antes los incineraban, ahora se amparan para no usarlos y esa una forma de “quemarlos” también, como en aquella novela, “Farenheit 451”, en la que son incendiados todos los libros que existían, menos los de un tipo que guardó algunos y cuestionaba él nuevo orden social establecido.
Nadie sabe lo que va a pasar en el futuro, pero la escuela no puede desconectarse de la realidad aunque lo pretenda; su papel, además de formar a las nuevas generaciones, debe analizar, comprender y corregir los males del mundo.
No hay que olvidar que un libro, bueno o malo, cualquiera que sea, es una llave para descifrar la complejidad humana y los misterios del Universo.
Estoy seguro que los nuevos libros de texto gratuitos van a llegar hasta las aulas y nos va a tocar conocer y analizar sus efectos. Finalmente, declaró que estoy a favor de ello. Pensar bien y actuar mejor desde la escuela, esa es la clave; el reto, el camino hacia una mejor sociedad.