Monterrey.- Con más logros académicos que toda mi parentela, tío Víctor agarraba pa'l monte contando a quien lo quisiera oír temas del espacio, viajes interplanetarios, conquista de la luna y misterios del cosmos. La era espacial iniciada por los soviéticos y coronada por los gringos tornaba ineludible incursionar en aquellos temas. Yo nutría mi imaginación infantil con su charla bien fundamentada con datos muy complejos que él explicaba con muchísima naturalidad. No teníamos televisión, las imágenes del mundo llegaban a mis ojos a través de mi propia fantasía, por cierto desbordada.
A la sazón mis papás compraron arena para construir nuestra primera casa de "material" y desplazar la choza de madera. Los montones de grava quedaron en medio del patio. Contagiado por las pasiones científicas de tío Víctor sobre los prodigios cosmológicos decidí erigir mi primer plataforma para viajes espaciales, encima de uno de aquellos montículos. Robé herramienta de las cajas que mi papá guardaba celosamente ya que era su medio de trabajo, mi viejo es electricista. Con aquellos aperos fue tomando forma mi enorme factoría de cohetes. Los ingenieros de Cabo Cañaveral o del cosmódromo de Baikonur la hubieran envidiado.
Tablas viejas, basura de casa, botes vacíos, palos de escoba, piedras variopintas y mucha creatividad de una etapa de gran pobreza material dieron como resultado una lanzadera de naves de primer orden. Los circuitos eléctricos propiedad de papá cumplieron misiones muy peligrosas en galaxias lejanas. Conocí sistemas planetarios poblados por seres exóticos a veces amigables o de plano amenazantes. Insectos, gallinas, lagartijas, gatos y perros cumplían los roles protagónicos en mis aventuras.
Mi exitosa carrera espacial concluyó trágicamente el día en que vinieron los albañiles y arrasaron con los paisajes marcianos, órbitas jovianas, anillos de Saturno y escondrijos galácticos donde perecieron civilizaciones enteras de hormigas voladoras, grillos crípticos y cucarachas invasoras para no volver jamás.
A mi tío Víctor lo dejé de ver por muchos años. Luego nos vimos en un velorio. Después de 50 años él sigue creyendo en que la verdadera, apasionante y más espectacular forma de vida civilizada se encuentra en alguna otra estrella del vasto firmamento. El problema es encontrarla. Yo estoy de acuerdo.