Monterrey.- No lo podía creer, fue testigo de dos incidentes serios el mismo día, en distintos autobuses urbanos.
La primera caída aconteció por la calle Colón, cerca de la central. El autobús, debido a un imbécil que se atravesó con su auto, frenó intempestiva e irresponsablemente y la pobre mujer fue jalada por la inercia y cayó de rodillas, lastimándoselas, mientras que los paquetes que llevaba volaron por el aire. Solidariamente se acercaron varias personas a ayudarle a incorporarse pero como era gordita batallaron mucho. El imberbe chofer ni siquiera se dio cuenta del hecho porque fue en la parte de atrás.
La segunda caída le sucedió a un muchacho, con otro frenón del autobús, por la calle Juárez. El chavo giró extrañamente pero no llegó a caerse porque fue sostenido por los poderosos brazos de un señor, pero no pudo evitar golpearse el codo derecho con un tubo de un asiento y se quejaba amargamente por el dolor. El chofer preguntó si estaba bien y dijo que sí, aunque su brazo comenzó a hincharse. Se bajó. ¿Se fracturaría el brazo?
No hubo una “tercera caída”, pero recordó que una vez, cuando el autobús en el que iba cayó en un bache al dar una vuelta a exceso de velocidad, prácticamente voló por el aire y sus posaderas fueron a caer exactamente en el asiento contiguo.
¿Cuáles son las implicaciones de estos hechos?
Los usuarios del transporte urbano siempre están peligrosamente vulnerables ante lo que pueda suceder. Pagan un alto costo por un servicio de pésima calidad. Carecen de un seguro de viajero y si existe, casi nadie lo sabe y mucho menos lo ejerce. Pierden dos o tres horas diarias de su vida en los autobuses sin esperanza de que esto mejore, entre tantas otras injusticias, ante la indolencia de las autoridades responsables.