Ella no quería irse. Por su marido, inválido, su hijo desempleado, su madre enferma, por el nieto que cuidaba a pesar de todas sus vicisitudes y adversidades, por sus amigos, que tanto la querían.
Siempre dijo que se sentía capaz de enfrentar a la propia muerte y saldría triunfante de esa contienda, pero Dios o el mismísimo Satanás decidieron lo contrario.
El cáncer fue carcomiendo raudamente su entereza, su temple, su salud, su vitalidad y poco a poco fue arrancándole pedazos de vida, que no minaban sus ganas de vivir, hasta que tuvo que despedirse de todos con su mejor sonrisa dibujada en la cara.
Hoy seguro está reconstruyendo mundos en algún universo o galaxia, allá donde van a parar las almas poderosas y brillantes como la suya.