GOMEZ12102020

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Amor paternal
Tomás Corona

Monterrey.- Ella se fue. Ni adiós dijo. Dejó una nota breve. “Ya estoy harta, me siento asfixiada, voy en busca de mi libertad…” Ni siquiera agregó un “te encargo a los niños”. Aun con la fuerte relación de codependencia que mantenía con aquella mujer desquiciada, se sintió liberado y feliz. Tuvo que explicarles muchas veces a sus hijos la penosa situación, la nueva forma de vida que iban a tener de ahora en adelante.

     Él, sin querer, por comodidad y por no meterse en broncas, por evitar conflictos innecesarios se había convertido en un vástago más de aquella despótica y exasperante mujer sin alma. Todos sus caprichos debían ser satisfechos a costa de no padecer la furia de su trato, de su natural proceder violento.

     Poco a poco, aquella familia mal llamada “disfuncional”, comenzó a funcionar de maravilla. Conversaciones sin gritos, besos y caricias no forzados, risas y sonrisas, apoyo incondicional y auténtica camaradería… Todo se fue armonizando espléndidamente, se sanearon los espacios, se acomodaron los tiempos, se sistematizaron las compras y tareas y todo mundo feliz ya sin la sombra vigilante de la mujer monstruo.

     Aunque usted no lo crea, existe una buena cantidad de maridos oprimidos, humillados, golpeados, sometidos, vituperados por sus cónyuges, pero nunca aparecen en las estadísticas comúnmente avasalladas por el feminismo en contra del machismo (con el cual tampoco estoy de acuerdo) y muchos de ellos fallecen infartados por soportar tanto o viven en zozobra permanente mientras que sus esposas ni siquiera se percatan de ello porque han vuelto ordinaria una relación que es extremadamente tóxica, en la que uno padece y otra goza, amén de la relación esclavo y amo que también caracteriza a esta injusta sociedad conyugal. Por otra parte, cuanta pena dan las mujeres incapaces de amar.