PEREZ17102022

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Antihéroe
Tomás Corona

Monterrey.- Hoy fui un raro héroe. Por azares de la vida, iba caminando despacito con mi “pata bandola” a una cita médica en un módulo relativamente cercano a la casa. Forzosamente, debo atravesar un callejón de esos que existen en las colonias viejas y nadie sabe por qué.

Apresurado, por la calle venía un viejito, de 60 y más igual que yo, ataviado elegantemente con un brillante saco rojo y pantalón blanco. Traía en su mano izquierda una bolsa llena de cosas que ostentaba el feo sello de “neolandia” y un gafete de alguna institución que no alcancé a distinguir. Me saludó amablemente y siguió presuroso su camino. Seguro ya iba tarde a algún evento.

Por el lado contrario del callejón, venía un chavón, uno de esos cholillos mal vestidos (o bien vestidos, no sé), que a veces confundimos con malandros. ¡Este sí lo era! A unos cuantos metros antes de salir del callejón, el huerco baboso abrazó efusivamente al señor y supuse que se conocían.

Yo me detuve un rato a descansar en la entrada al callejón. Después del abrazo medio raro, vi cómo el raterillo sacaba el celular que traía mi fugaz amigo en la bolsa izquierda de su saco rojo, dejándolo desconcertado, y asustado por el hecho. El huerco no se había percatado de mi presencia, corrió hacia donde yo estaba, y arriesgando mi vida, apreté los puños y decidí valientemente detenerlo.

Me situé en medio del callejón, que es más o menos angosto y era lógico que el huerco no iba a pasar sin que yo interviniera y lo interceptara. Choca conmigo, lo abrazo fuertemente, inmovilizándolo y le digo: “¡Dame el celular, hijo de la chingada, o te parto toda tu madre!” Efectivamente, el valiente vive hasta que el cobarde quiere, asustado el chicuelo, saca el celular del bolsillo del pantalón, lo arroja en el piso, se zafa de mi camisa de fuerza y corre más asustado que el viejito, quien se acerca a mí, se inclina para recoger el celular (que no sufrió daño alguno), me da las gracias y se pone a llorar, por el susto y el estrés contenido.

Me dice con palabras proféticas: “Nosotros los viejos debemos tener mucho cuidado al atravesar por callejones solitarios. Gracias de nuevo señor. Federico Galaviz, a su orden”, dice estrechando su mano con la mía.

Posdata. Puedo afirmar que hoy aprendí una nueva lección de vida, la víctima del asalto pude ser yo y me estremecí al imaginar la escena, con mi dolido pie incluido.