Monterrey.- Es incapaz de dar y solo le gusta recibir. Desconfía de todo y de todos, incluidas las instituciones bancarias, por supuesto. Está convencido de que lucran con el dinero de los inversionistas y los clientes. Tiene en su haber dos y medio millones de pesos que guarda, en efectivo, en su sobria mansión, en un cuartíbulo al cual se accede a través de una falsa pared. Allí se empotra cada tarde en una vieja silla de roble blanco, y en una mesita redonda de cristal y acero, le fascina que las monedas suenen al chocar con el templado vidrio y sonríe cuando uno de los centenarios rueda y se empina a buscarlo como un niño que busca afanoso su juguete preferido debajo de un sillón.
Y cuenta, y cuenta, y cuenta, una y otra vez su dinero hasta que anochece. Registra en una libretita negra la cifra exacta en la cual se quedó el día anterior para continuar el día siguiente, hasta que termina de contarlo y luego vuelve a iniciar el conteo, como en un cuento de nunca acabar. Nunca dio nada ni ayudó a nadie, ni a la iglesia, ni a sus amigos, ni a las instituciones de beneficencia, ni a su prójimo, ni a su familia, pues decidió nunca casarse para no tener que hacer gastos superfluos, ni siquiera a su madre.
Trabaja como burro en molienda y guarda en el viejo arcón todas las monedas y billetes que percibe, no sin antes registrar en un viejo diario, la cantidad percibida. Come frugalmente, usa la misma ropa durante años, sus zapatos están agujerados de la suela, pero nadie los ve. Surte de manera exacta y precisa los víveres que va a consumir. Se baña en días seriados para no gastar agua, prácticamente vive a oscuras para ahorrar energía eléctrica, en fin, se pasa la vida como un ermitaño sordomudo, hasta creo que casi no habla con nadie para ahorrarse palabras. Pobre, nunca ha querido pensar a donde irá a parar su valioso, amortizado y codiciado tesoro cuando el diablo se lo lleve…