PEREZ17102022

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Apostolado
Tomás Corona

Monterrey.- En estos vertiginosos tiempos, llenos de incertidumbre y plagados por la corrupción, la profesión más noble y maravillosa del mundo ha dejado de ser un apostolado. Eso ya no es posible.

Aquellos profesores de la vieja guardia, sobre todos los llamados, peyorativamente, empíricos, que entregaban el corazón y ponían el alma en su estricto y amoroso trabajo, poseedores de una férrea vocación y convicción, están extintos. Aunque se regían por un sistema de premios y castigos, los infantes y adolescentes del pasado siglo, realmente aprendían.

Mi padre y mi madre, por ejemplo. Ella, con solo haber cursado la educación primaria, le ofrecieron el honorable puesto de maestra empírica en un ranchito, propuesta que se vio forzada a rechazar por el machismo patriarcal que ejercía mi abuelo. Él, mi padre, sólo terminó hasta el tercer grado de primaria y para mí era un hombre muy inteligente que sabía y era capaz de hacer innumerables cosas que siempre admiré por lo asombrosas que eran. Cabe señalar que quizá muchas de ellas las aprendió en la “universidad de la vida”.

Los profesores de hoy son muy distintos, presumen una preparación académica sustentada en papelitos, de la que poco o nada aplican en su práctica docente cotidiana. Aun con todos los beneficios pedagógicos que ofrece el herramental tecnológico para sustentar la enseñanza, tampoco la utilizan y prefieren seguir dictando cuestionarios en la clase de historia, por mencionar un ejemplo.

Salvo pocas, muy pocas excepciones, estos fallidos maestros (maestros por el grado de maestría que obtuvieron en alguna universidad “patito”) convierten sus tediosas y rutinarias clases en una actividad abominable, retrógrada y ordinaria para los alumnos, quienes acaban odiando la escuela. Algunos de ellos, con nula vocación y sin convicción, ven la profesión docente como un trabajo poco remunerado y la abandonan.

Otros tantos se quedan, pero como se dice en el argot magisterial, “jubilados en el servicio”, es decir, después de las primeras semanas o meses de ejercer su labor como enseñantes, se vuelven flojos irresponsables y son una lata para los directivos que no saben qué hacer con ellos. Éste mal se acentúa con los profesores sindicaleros. El apostolado de pies descalzos que, como el buen hijo de Dios, ejercían los maestros de antaño, ya no existe.

El docente de hoy debe ser un híbrido que pueda fragmentarse en múltiples formas y desarrollar habilidades, saberes, competencias y procesos, inter e intra disciplinarios; y a su vez, convertirse en auténticos andamiajes humanos que ayuden a los estudiantes a acercarse de manera integral al conocimiento, hasta volverlos capaces de aplicar lo aprendido en su mundo circundante.

Existen docentes con un alto nivel de excelencia; sin embargo, no dude en denunciar cualquier atropello o tropelía causada por un mal profesor.

Y feliz día a todos los auténticos maestros que realmente han enseñado a los alumnos a pensar.

Formar gente pensante es la clave para transformar el mundo.