Monterrey.- Ardilla vive en un parque citadino. En un bosquecillo que antes era una espesa fronda, pero los viles depredadores lo han ido disminuyendo cada día más hasta casi aniquilarlo.
Ardilla cree que además de ser su casa, ese lugar es su municipio, estado, país, continente, mundo. Allí toda su ascendencia ha vivido y muerto, sin comprender que su pequeño hábitat es sólo una minúscula muestra del vastísimo Universo.
Las reglas y convencionalismos sociales en el ecosistema donde vive Ardilla son simples y ramplones: despertar, darle gracias al Señor por un nuevo día, almorzar, comer, cenar, procurar el alimento, retozar, beber, zurrar, asearse, divertirse, trabajar, trabajar y trabajar, pelear de vez en cuando, fornicar, reír, procrear, padecer por causa del instintivo amor…
En fin, simplemente vivir al día. Ya mañana Dios dirá… Ardilla es casi humana. Hay muchos seres así, con una miope visión y cerebro enano, incapaces de rebasar los límites, romper paradigmas, erradicar tabúes, resquebrajar estructuras, superar complejos, pensar críticamente…
Sin sueños, esperanzas, expectativas ni proyectos y, lo peor de todo, ni siquiera están conscientes de ello y se ven condenados a vivir para siempre en la mediocridad.