Monterrey.- Las becas literarias, un sinuoso personaje en el relato de hoy. ¿Para qué ofrecer tantas a los escritores? Conozco la calidad de la obra literaria de algunos que nunca jamás han sido elegidos, ni lo serán, porque lo que menos importa es eso; es decir, sé también de los poderoso dedos que pinchan el botón para seleccionar a los concursantes (jurados de dudosa reputación literaria), quienes resultan ser sus amigos y compadres, ¡por supuesto! Y si los enfrentas y se lo dices, es tu reputación como escritor la que peligra.
Aunque más sutiles, pomposas y elegantes que en otros lares, también en las instituciones promotoras de cultura existen mafias y mafiosos que, en el fango de la clandestinidad promueven a los mismos agrios artistas de siempre: pintores, escritores, escultores, fotógrafos, dramaturgos y anexas.
Así está hecha la cultura norestense, de corruptelas y frivolidad. No niego que hay talento entre los “consagrados”, sobre todo aquellos que poseen “harta lana”, guapura, y un apellido raro o extranjerizante, aunque no sepan escribir, regularmente preferidos por la mafias, incluso hay casos que al parecer gozan de las becas de manera automática.
¿Para qué ofertarlas entonces? La abrumadora cantidad de artistas independientes, que “a duras penas” pagan sus publicaciones, donde también hay uno que otro escritor “chafo”, por supuesto; que se la parten en las plazas, kioscos, banquetas y pequeños espacios culturales, constituye la mejor prueba, la más clara evidencia de la inequidad cultural en la que pervivimos los regios.
No pongo nombres, ni de unos ni de otros, me estrangularían “ipso facto”.