Monterrey.- A los profesores se nos acusa de innumerables delitos sin causa aparente. Ser holgazanes (muchos lo son), constructores de puentes (que jamás construimos, los cimentan y determinan la SEP y papá gobierno), no idóneos (eso cala todavía desde que el peñanietismo introdujo la frasecita), anacrónicos (eso sí, a muchos colegas no les gusta estar actualizados), y ser productores de “bienes enajenados”; es decir, nunca sabemos bien qué o a dónde va a parar lo que “producimos” (¿cerebros brillantes?).
Sin embargo, se siente bonito cuando a la vuelta de los años encuentras a exalumnos destacados o plenamente realizados como seres humanos, íntegros, cabales, productivos y éticos. Aquellos niñitos que un día feliz aprendieron contigo a leer y escribir, se transformaron en personas altamente valiosas, triunfadoras, dueñas de su propio destino. Es injusto que tengan que pasar más de 40 años para ver tus bien logrados frutos. Te asaltan los recuerdos y evocas con nostalgia y cariño a muchísimos de ellos.
Entonces, ante tus maravillados ojos han desfilado médicos, ingenieros, arquitectos, agrónomos, licenciados, actores, educadoras, psicólogos, marines, músicos, políticos, enfermeras, policías, artesanos, secretarias ejecutivas, filósofos, profesores, modelos, pilotos de avión, un sinfín de emprendedoras, empleados en pequeñas y medianas empresas; y después de la generosa frase “gracias a usted he llegado hasta aquí”, te embarga la poderosa satisfacción del deber cumplido, lloras un poquito y entiendes tu valiosa misión como docente transformador de la sociedad y de la vida.