Monterrey.- Yo estaba dándole a la “carpinteada” como siempre. Se acercó hasta el barandal llevando entre sus brazos una portentosa cabeza de venado disecada, obviamente.
- Jefe, se la vendo barata, ya no aguanto la cruda, necesito unos alipuses…
- Y para que quiero yo una cabeza de venado, donde “fregados” la pongo, apenas tengo espacio para mí…
- Ándele, aunque sea unos 200 pesos, mire está bien bonita…
- No, Juancho ve y busca otro cliente…
Es fácil suponer que la fenomenal cabeza de venado se la había “robateado” de alguna casa vecina. Así vive el Juancho, drogándose y tomando casi a diario, y luego roba cosas y las malbarata para costearse sus vicios. Lástima, era un buen hombre que se vino con la familia desde San Luis Potosí a buscar una mejor vida como hacen tantos, y como le pasa a la mayoría, el “sueño mexicano” jamás sucedió.
La ciudad y sus vicios se lo tragó entero. La mujer lo dejó a los pocos meses y se regresó al rancho. Juancho era buen trabajador, muy responsable, hasta que lo atrapaban sus adicciones y entonces “arrumbaba” la chamba, se olvidaba de todo, hasta de él mismo. Y terminaba los días tirado en la calle y era entonces cuando delinquía para seguir subsistiendo y subsanando su miserable vida.
Para seguir con la historia, aquel no fue un buen día para el pobre de Juancho. Se fue con su cabeza de venado en la espalda cuidándose que no se le enterrara alguno de los soberbios cuernos. Tocó en una de las casas en las que se decía habitaban narcotraficantes por el constante ir y venir de camionetas lujosas y diferentes inquilinos.
Un hombre de mirada torva abrió la puerta y le reclamó algo fuerte al vendedor de la extravagante cabeza de venado. Se la arrebató, lo zarandeó, cayó al suelo y comenzó a darle de patadas. Otros dos sujetos salieron del interior de la sospechosa vivienda y comenzaron a golpearlo también, salvajemente. Sin duda, la cabeza de venado robada había sido extraída de esa casa. Ya por la noche me llegó la noticia de que Juancho estaba muy grave, internado en una clínica de beneficencia. Solo y su alma, esperando su triste final. Que cruel es la vida para quienes no saben afrontarla.