GOMEZ12102020

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Ciego
Tomás Corona

Monterrey.- Apareció de pronto en la solitaria calle, solo, desorientado, trastabillando, tropezando, estrelló su humanidad con una camioneta estacionada y cayó de bruces, amortiguando su peligrosa caída con los brazos, se levantó más desubicado todavía. Parecía estar drogado o ebrio, pero no, siguió avanzando sin saber a dónde, como cuerpo sin cabeza; se entrecruzaron sus pies y se derrumbó de nuevo, de lado, mitigando el golpe con su propio cuerpo, un estoico del dolor. ¿La fuerza de la costumbre…?

Se acercaba, con su danza carnavalesca, hacia la transitada avenida, sin fijarse, sin saber, sin ver… Me invadió un mar de sensaciones y corrí para auxiliarlo…

- ¿Va a cruzar la calle, don…?
- Sí, voy para mi casa…
- “Péreme” tantito…

Lo así firmemente de un brazo (me valió el Covid) y nos dispusimos a atravesar el río de coches. Difícil, hasta para una persona “normal”. Avanzamos “a la brava” ante la indolencia y los ruidosos cláxones de algunos imbéciles, realmente ciegos, incapaces de mostrar, aunque fuera un poquito de amor al prójimo. Cruzamos la mitad de la avenida y nos detuvimos en el corredor asfaltado lleno de hojas secas…

- ¿Y dónde vive, don…?
- Aquí en el Realito.
- Oiga, pero el Realito queda para el otro lado, va al revés…
- ¡Ah bueno…! Écheme para allá…
- ¿Quiere que lo acompañe…?
- No, gracias ya me sé el camino…

Y aquel bufón de la tristeza se fue como bailando, haciendo dramáticos malabares con su cuerpo. Una víctima más de un pinche sistema que solo en el discurso afirma que protege a los ancianos. Dios lo cuide…